Una historia cualquiera

La calle Boyacá, es uno de esos puntos de Medellín, donde más se evidencia lo que es el centro: un bello caos.

La travesía se torna álgida en el tramo comprendido entre Junín y Palacé: donde lo prohibido se mezcla fantasiosamente con lo sagrado.

En una de esas visitas a la antigua Calle Real, donde las damas de La Villa se paseaban al caer la tarde, me veo detenida por una carreta que a paso lento transporta una pirámide incompleta de naranjas.  Mientras espero que pase (las aceras están peor) me ubico debajo de una de esas sombrillas que ofrecen desde la loción de moda hasta cine que parece sacado del mismísimo Sinfonía de Sucre.

Al frente, una señora que camina afanada (como todos en el centro) lleva de la mano a su hija pequeña que se queda atrás mirando los libros que delinean el camino de la calle. Escoge uno y se lo pide a su mamá. El trueque se da por 5 mil pesos. El espacio vacío del libro es reemplazado por uno de aritmética.

Olvido para qué debía ir al Parque Berrio así que me desvío hacía el pasaje escondido que hay entre La Candelaria y Fabricato. Aunque son algunos pasos, es lugar lejano de lo que es Boyacá. Me siento en el borde de la fuente y mientras veo un par de señores jugando ajedrez recuerdo la niña. Me pregunto si lo leerá hoy o lo guardará para un después. Si lo hará sola o con su madre afanada. Me pregunto si el vigilante de la cuadra conocerá algo del crimen de Posadita o si el de las lociones y otros elementos, se le pasará por la mente que acá se comerciaban las mejores telas. Me pregunto si ellos o cualquiera de los caminantes, sabrán que acaban de pasar por uno de los lugares más históricos de la ciudad.

Medellín tiene un gran problema: habla tanto de sí misma que ha caído en la exageración, todo es llevado al límite: “La más” tanto en lo positivo como en lo negativo. Y ha dejado atrás los detalles: la historia y lo vestigios de ella. Más allá de una idea loca de conservacionista, es la visión de conocer el pasado, analizar el presente con miras al futuro. No bajo la ya frase de cajón de “el que no conoce su historia está condenado a repetirla” (hay parte de esta que vale la pena repetirla) sino más bien, diría yo, que el que no conoce su historia, está condenado a morir en la ignorancia.

A Medellín le falta tiempo. Tiempo para conocerse, explicarse y comprenderse.

La tarde cae, continúo mi camino. Cruzo hacía Colombia por el edificio Atlas (otro pasaje escondido) y solo deseo que la niña tenga todo el tiempo para leer, la madre para escuchar y los caminantes para detenerse y conocer. Mientras, ando en busca de otra historia cualquiera.

Valentina Herrera Cardona

Estudiante de Comunicación Social, séptimo semestre, Fundación Universitaria Luis Amigó.
Me gustan las historias sencillas, disfruto caminar el centro y aprender sobre la historia de Medellín.

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