Cualquier chileno que escucha la frase “que o la tumba serás de los libres o el asilo contra la opresión” sabe que ese es el himno de su país, parte de su vida e historia. Si miramos nuestra realidad actual a la luz de su significado, tendremos una radiografía de nuestra crisis económica, institucional y moral, cuyo empeoramiento solo puede traer como consecuencia el aumento drástico del sufrimiento de la población.
En el contexto que describo, la fe puesta en una buena y nueva Constitución se extinguirá tan rápido como la llama de un fósforo, si antes no resolvemos aspectos críticos de nuestra realidad común, algunos de los cuales analizaremos en lo que sigue.
El amor a la “libertad”, la defensa valerosa de nuestra paz y la identificación de nuestra angosta y hermosa faja de tierra con aquel asilo en que recuperan el ánimo los oprimidos, han sido sistemáticamente horadados por la extrema izquierda y aquellos políticos que, por comodidad e ignorancia, han servido de combustible de la retroexcavadora. ¿Cuáles son los cimientos que necesitamos reconstruir con suma urgencia?
Primero que todo, el respeto de las élites a la institucionalidad por dos motivos: no tiene ningún sentido continuar con el proceso constitucional, y hablar de una “buena y nueva Constitución” si la vigente se trasgrede sin ningún costo.
De hecho, parte importante del problema que nos aqueja es consecuencia del desmadre parlamentario con los retiros y la firma del Acuerdo del 15 de noviembre, realizado sin Consulta Popular, con la molotov sobre la mesa y, según denunció una diputada de derecha en un programa radial, bajo presiones y extorsión del Gobierno de Sebastián Piñera.
La pregunta entonces es, ¿cómo asegurar el cumplimiento de las reglas en un país donde el único Acuerdo que pareciera estar operando a nivel de élites es la delegación de las responsabilidades en terceros que, a su vez, no se hacen responsables y la rendición total de los principios con tal de asegurarse beneficios personales? Responder este asunto es de primera necesidad, puesto que la experiencia de la fracasada Convención Constituyente nos muestra que ni bordes ni límites serán respetados donde cada individuo actúe como un tiranuelo fuera de los marcos de la ley.
Simplemente, la élite no se ha dado cuenta de en qué grado y medida ha sido protagonista del desmantelamiento institucional, horadando su propia legitimidad.
Otro cimiento que urge reconstruir es el respeto a las FFAA y de Orden. Y es que hoy parece una fantasía afiebrada creer que, por el solo hecho de ser “nueva” y calificada como “buena”, el Deep State y la gente de la calle la van a respetar.
¿De qué va a servir una Nueva Constitución (suponiendo que sea buena) si en Chile el carabinero no se atreve a tomar preso al delincuente, demasiados jueces benefician a victimarios en lugar de proteger a las víctimas y los militares están neutralizados al extremo de repeler con agua los ataques a sus cuarteles? La ley es palabra vacía si no está respaldada por la coerción.
¿Cómo vamos a recuperar el monopolio de la fuerza y cuál será la fórmula para restablecer las confianzas en las relaciones cívico-militares? Sabemos que la justificación de la existencia del Estado es proteger a los débiles de aquellos que usan la violencia para imponerse y que, cuando no cumple con dicho rol, estamos ante lo que la ciencia política denomina Estado fallido.
Es en este marco que Chile ha dejado de ser un asilo para los oprimidos. La verdad sea dicha: el Estado se ha convertido en un puño que asfixia con contribuciones a las víctimas del narcoterrorismo, encierra a octogenarios con enfermedades terminales en cárceles por venganza política y favorece a los delincuentes.
Pero la opresión también se experimenta desde la violencia simbólica que ejerce el nuevo código de corrección política al que actualmente adhieren intelectuales dispuestos a negar la verdad científica, biológica y fáctica, con tal de evitar conflictos y conservar sus posiciones de poder.
El fenómeno podría ser calificado como una especie de darwinismo social. Funciona desde los nuevos cánones morales impuestos por la Agenda 2030 y termina creando al interior de las sociedades, antes democráticas e igualitarias, castas de intocables y miserables. El marco de referencia es el victimismo y el emotivismo político que impulsa un totalitarismo cultural que destruye nuestro mundo común.
En suma, hoy más que nunca, estamos transformándonos en hipócritas y falsos hasta la médula, ¡y lo peor! es que todos lo sabemos. De ahí que la confianza interpersonal vaya en estrepitoso descenso y la desconexión de las élites con el ciudadano común se encuentre en un punto de quiebre.
Lo que ninguno de esos intelectuales que habita la “Torre de Marfil” está dispuesto a reconocer es que la actitud impávida ante la persecución y la funa han sido en el pasado y, si no tomamos medidas, podrían llegar a convertirse también hoy, en la tumba de los libres.
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La versión original de este artículo apareció por primera vez en el medio El Líbero de Chile, y la que le siguió en nuestro medio aliado El Bastión.
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