“No somos quien para definir cuánto vivir, pero si tenemos la conciencia para saber qué desear.”
Una mirada impredecible, pocos comprenden su profundidad; la vida se manifiesta como un cúmulo de suspiros, cada uno tiene una emoción diferente pero sobretodo una intensidad que marca el compás, es cómo el ritmo que no sabemos cuándo dejará de precisar, nuestro corazón late con la intención de vivir, aún queda algo de esperanza, de manera incondicional el oxígeno fluye, refrescando cada órgano en funcionamiento, nuestro organismo responde a los estímulos que nosotros mismos proporcionamos, tristemente a veces olvidamos que somos vida pero que así mismo podemos ser muerte para nuestro ser, somos tan desproporcionales cuando abordamos nuestros anhelos respecto al margen de la realidad, nos es complejo distinguir el deseo de la vida, pues no somos quien para definir cuánto vivir pero si tenemos la conciencia para saber qué desear.
Tras la muerte de un ser querido quedan muchas dudas imposibles de resolver, la incertidumbre de no saber si la vida continúa después de muerto es una de las principales cuestiones que se intentan descubrir, el duelo no es sencillo, el vacío queda, sin embargo, buscamos el refugio en la espiritualidad, sin pensarlo miramos al cielo con la esperanza que una de todas esas estrellitas que vemos a la distancia sea ese ser querido; en estos momentos de pandemia la realidad se ha vuelto un gran enigma, es como tener la mitad de tu cuerpo en el cementerio o en el crematorio y la otra mitad con vida, no hay certeza de vida pero tampoco de muerte.
Tomando como referencia el pensamiento del filósofo sueco, Swedenberg, se puede afirmar que el cielo y el infierno no son lugares sino que son el reflejo de la condición o el estado en el que se encuentra el alma; por otro lado estos dos conceptos no pueden ser entendidos como la consecuencia determinada según la conducta, pues el estado del alma no es impuesta sino que es la inferencia de su propia perversión.
El espacio celestial debe ser comprendido como un espacio interior que no es ajeno al exterior ni a los seres que lo habitan. De este modo se explica que la presencia de determinada persona, es decir de otro espacio interior, se manifiesta únicamente cuando esa presencia es deseada como espacio exterior.
Para Swedemberg, la muerte será lo que Dante en su libro “La Divina Comedia” narra como un viaje a sí mismo, es decir, ese paso de lo material al verdadero estado del alma, se describe como algo que trasciende con la mayor plenitud y belleza existente. Es así, como su conciencia se transforma en algo espiritual, teniendo la posibilidad de ser pura o de corromperse de acuerdo con las cualidades que lo constituyeron como ser humano.
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