Un teatro para todos

Foto: Sergio Gonzalez
Ubicado en la emblemática avenida La Playa, que en sus entrañas esconde la corriente de una historia sepultada por el cemento.

Ubicado en la emblemática avenida La Playa, que en sus entrañas esconde la corriente de una historia sepultada por el cemento.  La “Anná”, “Agua sal”, “la quebrada Santa Elena”. Aquella que se canalizó en el olvido y desemboca en una Medellín “innovadora”. Allí, más allá de la “Calle Real”, donde se exhiben bustos de grandes próceres que marcaron la historia de este valle, se encuentra el Teatro Pablo Tobón Uribe. Inaugurado oficialmente el 2 de agosto de 1967, luego de que 15 años atrás, a través del decreto No. 487, del 13 de octubre de 1952, fuera aprobada su construcción.

El teatro lleva su nombre en honor al empresario colombiano, reconocido por su espíritu generoso, su pasión por la lectura y, sobretodo, su amor por Medellín. Tobón realizó una donación de un millón de pesos para la construcción de este teatro, diseñado por el reconocido arquitecto medellinense Nel Rodríguez, cuya sala se destaca por el telón de boca ‘Carlos Gardel’, creación de la artista antioqueña Dora Ramírez. En su glorieta, la “glorieta de la vida”, se destaca “La Bachué”, hermosa escultura del escultor José Horacio Betancur.

En aquel entonces el Centro estaba en su época dorada, siendo lugar de encuentro de todos, donde se compartía y se “juniniaba”, se caminaba para conocer y disfrutar de una Medellín tranquila sin el afán del protagonismo. En ese contexto se pensó la creación del Teatro Pablo Tobón Uribe, un teatro de primera categoría, diseñado para tener una acústica excelente y un aforo que satisficiera las necesidades de la época.

Con su apertura, en los años 60, el Teatro fue el punto de encuentro de la sociedad antioqueña que recién había perdido el Teatro Junín; ese recinto que fue reemplazado por un rascacielos que teje la fachada de la “nueva Medellín”. Como ese, otros edificios fueron demolidos y la gente que habitaba el Centro emigró a otras zonas.

Aunque nunca dejó de funcionar, el Teatro no fue ajeno a ese abandono y mantenerse en pie significó un gran esfuerzo.  Aún se mantiene no solo por su estructura, sino también porque ha sabido adaptarse a los cambios sociales y estéticos; también porque alberga la magia del teatro, la cultura y del activismo.

Su renovación llegaría a mediados del 2012 y sus aspiraciones de que el Centro se convierta en la barrio de todos. El Pablo Tobón se convirtió en un punto de encuentro y en un espacio donde la gente quiere quedarse y del que se apropia.

Su director, Sergio Restrepo, gestor cultural de la ciudad, reafirma la necesidad de que la comunidad medellinense se apropie del espacio público y se deje de estigmatizar el Centro como un lugar inseguro. Allí están las historias de una Medellín desmemoriada, de una Medellín que quiere renovarse y convertirse en “la más” pero en los corazones de sus habitantes no en eslóganes vacíos.

Los habitantes del sector ven en el Pablo Tobón un espacio para conocer, para la tertulia, el baile y la cultura. Incluso, desde que sus rejas ya no están, lo sienten más propio. Las mujeres van a tejer todos los días, mientras los señores pueden ir a jugar ajedrez. Se ofrecen clases de tango y de yoga, se presentan libros y se dan momentos para debatir la ciudad. Daniel Duque, líder juvenil  de la ciudad, ve al Pablo Tobón como “un lugar especial para la ciudad, comprometido con la apropiación del centro de Medellín por parte de sus habitantes. Esta institución dejó de ser un espacio de espaldas a la gente que habita el Centro para volverse un polo de diversidad que entiende el espacio público como un lugar para todos.”

Desde hace alrededor de cuatro años el objetivo de los que dirigen este lugar es “apostarle a un teatro que se teja y difumine con la ciudad. Que se diluya la frontera invisible entre el espacio público y los espacios internos”, según Sergio Restrepo. La ambición de  este recinto va más allá,  ya que pretende convertirse en un espacio que promueva el diálogo conjunto.

Restrepo expresa que a los habitantes de este Valle  “nos hace falta mucha conversación, y nos hace falta mucha apropiación del espacio público, y nos hace una profunda falta una discusión sobre los temas generales y particulares de la ciudad”. Por eso, el Pablo Tobón Uribe genera diferentes espacios para que organizaciones de la ciudad se tomen la palabra. Tal es el caso de los ‘Lunes de Ciudad’, donde se plantean discusiones sobre Medellín, sus problemáticas más urgentes, su historia, sus preguntas y respuestas.

Este teatro es un espacio de una Medellín llena de dolientes, con una historia que a pesar de estar ocultada por el cemento, quiere revivir en sus calles la apropiación de lo nuestro.  Su proyecto más ambicioso es devolverle la vida a ese ciudadano de a pie, el que recorre todos los días estas calles con afán y no se percata de cada detalle y cada historia que tiene esculpida Medellín. El Teatro quiere que ese ciudadano se apropie del Centro, vea  las esculturas, las pinturas, las reliquias de lo que fue y lo que crece. También quiere que sienta a quienes viven del rebusque y a los músicos de Junín que a ritmo de Jazz cautivan a los transeúntes. Que se deleite con un delicioso postre en el Astor o en Versalles; descubra la historia latente en el Palacio de la cultura Rafael Uribe Uribe, el imponente Hotel Nutibara y en “Los gordos” que tanto nos representa en la plazoleta Botero. Una apuesta con el fin de incentivar la convivencia entorno a una Medellín tan ajena, pero con tantos matices y esfuerzos para unirla.

El Teatro, declarado patrimonio histórico de la ciudad en 1977, es una de las memorias vivas del Centro. Es también un espacio para construir y contribuir a una mejor ciudad, una arteria que nutre y enriquece al corazón de Medellín.

 

 

Alejandra Mejía Bedoya

Estudiante de comunicación social de la Fundación Universitaria Luis Amigó. Apasionada por la literatura y el periodismo, con espíritu travieso (NATUSAN).
Creo en lo imposible porque de lo posible ya se ha hablado demasiado.

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