“Tal vez en algún universo paralelo, si pudimos despedirnos”
Esa mañana, mientras Javier esperaba junto a decenas de postulantes para ingresar, vio que se acercaba corriendo una joven mujer, tal vez tendría unos 20 años, tenía el pelo alborotado, un traje formal descolorido, y una sonrisa ingenua en el rostro.
Esa fue la primera vez que se vieron; y aunque, por suerte, ambos quedaron seleccionados para ese empleo, ninguno de los dos sabía que sus destinos se entrelazarían de una manera singular.
Desde el primer día, todo el mundo se dio cuenta que Javier y Lucía tenían una relación particular, siempre se sentaban juntos en el comedor, durante el descanso se juntaban a escuchar esa música extraña, que solo a ellos les gustaba, y el resto parecía no entender.
Todo parecía ir bien para ambos en el trabajo; hasta que un día, Astrid, la nueva jefa del área, decidió que debía separarlos, así que envió a Lucía al área de Archivos.
Pasaron unas semanas, y el rendimiento de Lucía era cada vez peor, expedientes extraviados y estropeados, parecía que no podía concentrarse. Javier por su parte empezó a tener problemas para llegar a los objetivos programados, tareas que él siempre había realizado de manera simple, ahora le demandaba demasiado tiempo.
Astrid entendió su error; y dejó que Lucía vuelva a trabajar con Javier.
Con el paso del tiempo, Astrid fue transferida a otra sucursal, y cada vez fueron recibiendo menos noticias de ella, hasta que un día, ya no recibieron ningún mensaje o llamada; algún compañero les dijo que se fué a vivir al extranjero.
Pasó algún tiempo más, y una época difícil llegó para la compañía.
Un día el Jefe comunicó que pronto se vería obligado a despedir a algunos empleados. El temor de Javier se hizo realidad cuando un viernes, Lucía apareció en la lista de despedidos.
Lucía era bastante buena en su trabajo, así que no tardó en recibir varias ofertas, pero la que le convenía más; implicaba dejar la ciudad.
El adiós; en esa estación de trenes fué melancólica en exceso.
Ambos prometieron llamarse cada fin de semana, que se escribirían correos todos los días, y que harían todo lo posible por volver a estar juntos muy pronto.
Fue pasando el tiempo; y cumplieron su palabra el primer año, y el segundo año también, pero conforme pasaron los años, y cada uno iba ascendiendo y obteniendo logros en sus carreras profesionales, la comunicación fué cada vez más escasa.
Hasta que un día ambos olvidaron sus números, y ya no tuvieron tiempo para escribirse.
Javier; después de mucho esfuerzo, llegó a ser el presidente de la compañía
Una tarde mientras miraba el menú del comedor, el teléfono de Javier empezó a vibrar en su bolsillo.
– ¿Aló?
-¿Hola, es el señor Javier Torres?
-Si, ¿con quién hablo?
Javier no reconoció esa voz, pero cuando dijo ese nombre; no había duda. Era Lucía. Javier no supo que decir, sintió desplazarse algo en su interior.
Pero la emoción del primer contacto se esfumó; cuando Lucía le dijo que se encontraba muy enferma, de algo extraño, que los médicos aún no habían podido precisar, y que probablemente tenía solo unos pocos meses de vida; quería que se vieran.
Esa noche, mientras Javier trataba de dormir, en su mente orbitaban las palabras de Lucía, y el pedido que le hizo. Cuando por fin se quedó dormido, soñó que se encontraban nuevamente en esa estación de trenes, pero esta vez Javier decidía a último minuto, ir con ella.
Entonces despertó, miró el reloj, aún eran 5:30 a.m, tenía una sensación de emoción, sintió que debía ir a buscarla cuanto antes, este fin de semana sería perfecto para hacerlo.
Pero llegó ese fin de semana, y Javier recordó que era cumpleaños de su jefe, no pudo visitar a Lucía.
Llegó otro fin de semana, y recordó que tenía que llevar su auto al mecánico.
Y pasaron muchos fines de semana, y la visita que Javier había querido hacer, nunca pasó.
Era una mañana nublada, Javier estaba en su oficina revisando sus correos, cuando vio uno que le llamó la atención; no tenía asunto, y era corto, solo decía:
“Hola soy Astrid, te escribo para informarte que Lucía ha fallecido esta madrugada.”
Esa mañana de sábado, era particularmente fría, Javier llegó a las 8:00 a.m. a la casa, lo primero que hizo fue buscar a Astrid, y luego de abrazarse, y darse el pésame mutuamente, caminaron hasta el féretro; pero, cuando estaban a punto de llegar, Javier sintió que no podía caminar más, e instintivamente se quedó inmóvil; sabía que Lucía había deseado verlo, pero él nunca pudo darse tiempo; sintió un dolor grande en el pecho.
De pronto sintió una mano sobre el hombro.
-Javier … gracias por venir, que bueno que pudiste despedirte de Lucía.
Él nunca había visto a esa mujer, pero no quiso ser descortés, y solo la abrazó.
Javier buscó un lugar donde sentarse, y vió que solo había un lugar libre, justo entre dos ancianas; Javier se sentó, y casi de inmediato una de las ancianas lo abrazó, y mientras sollozaba le decía:
-Ella siempre hablaba de ti, le hizo muy feliz que hayas estado en su último paseo por el parque.
Se quedó aún más absorto, porque tampoco había visto nunca a esta anciana, y con un temor genuino le preguntó:
-Disculpe, ¿a qué paseo se refiere?
La anciana solo respondió:
-Al paseo que hizo el viernes por la tarde, donde estuvieron sus amigos y familiares, donde tu la tomaste en tus brazos y la paseaste por el parque.
Javier no soportó más; rompió en llanto, y mientras las lágrimas brotaban de sus ojos, pensaba:
“Tal vez, tal vez, en algún universo paralelo, si pudimos despedirnos Lucia…”
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