“Todos hemos salido del Capote de Gógol”, diría alguna vez el francés Eugène-Melchior de Vogüé en la revista “Revue des deux mondes”; y como no tomar aquella afirmación por cierta cuando página tras página aquel relato de esa Rusia de antaño y su protagonista Akakiy se configuran a nuestro tiempo y a nuestro ser.
En una perfecta mezcla entre realidad y fantasía, tragedia y humor, Gógol, expone la miseria de una vida vacía y monótona y la constante lucha de clases sociales, sosteniendo progresivamente como la percepción de la vida y de uno mismo puede cambiar por la posesión de un objeto al punto de mezclarse con lo sobrenatural con el fin de conseguir la paz y realización que todo ser desea.
Nos vemos inmersos en el texto, en aquel inclemente frío de San Petersburgo, y descubrimos que ese helado malestar y dolor no está solamente afuera en las calles de la ciudad, sino al interior de Akakiy. Su vida da un repentino giro, una trágica oportunidad para encaminar su vida y darle chispa. En el transcurso de la historia encontramos bellamente plasmados muchos aspectos del ser humano y la sociedad, que giran en torno al fuerte significado que cobra el capote del cual se desprenden temas de corte social, político, espiritual, cultural, fantástico, etc.
Por medio del lenguaje y estilo del que hace uso, Gógol, logra una crítica y retrato impecable de la sociedad Rusa de su tiempo, caracterizada por la lucha de clases sociales, los mitos y leyendas, los estilos de vida del proletariado y la burguesía, entre otros, que logra pasar desapercibida y burla a los censores de la época. Su narración, en un comienzo algo enigmática, nos lleva algo desorientados por las ramas de un árbol donde todo es posible, hasta llegar a un fuerte tronco donde todo el relato finalmente se une y erige a modo de montaña rusa, en un viaje entre la alegría, la tristeza, la realidad, el humor, la ira, la compasión, la sátira y la fantasía.
172 años después de su publicación, el símbolo del capote sigue haciendo presencia a través de todos esos objetos materiales por los cuales nos sacrificamos en pro de conseguirlos a toda costa a cambio de una efímera satisfacción, buscando algo con que llenar nuestras vacías e insulsas vidas. El bienestar proviene casi que exclusivamente de la posesión de lo terrenal y el estatus que confiere entre nuestro círculo social.
Aún hoy en día, y en una sociedad como la nuestra, el capitalismo es fuente de disfrute y muestra de progreso y superioridad, pareciera que andamos en un eterno éxtasis de nunca acabar y, ante una pequeña brisa que nos hace helar, corremos a buscar nuevamente refugio, llenando nuestras manos con cuanto nos sea posible.
Caminando por la calles de esta pequeña ciudad, aún se puede sentir el frío que azotó a Akakiy, un frío que proviene de todos nosotros y nuestra ropa de marca, nuestros celulares de última generación, nuestras bocas llenas de egocentrismo, nuestra hipocresía, nuestra falta de compromiso con la vida, nuestra triste resignación ante el destino. Orgullosos portamos nuestros nuevos capotes, felices de la impresión y seguridad que damos a los demás, pero tristemente vacíos por dentro.
Una obra “sin grietas”, como la calificó Nabókov, corta pero cargada de contenido, que nos hace reflexionar acerca de cómo vivimos con nosotros mismo, los objetos y la sociedad y hasta qué punto todo esto es justo, real y significativo.
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