De todas maneras, la vida y el tiempo por venir,
cicatriza la herida, alivia el dolor,
llena todo vacío y hace fluir todo estancamiento,
aunque sigamos sin encontrarle respuesta alguna a la realidad.
Un minuto, medio día, tres meses, varios años, décadas…, y se nos va la vida. Llega el momento de despedirnos. “¡Un hasta pronto!” pareciera que es lo más referente para una despedida, después de haber compartido con vosotros un instante o gran parte de nuestras existencias. Si, simplemente un abrazo y ¡un hasta pronto! una despedida sensible colmada de rituales, precisamente porque somos mortales, porque quizás jamás volveremos a encontrarnos.
Y si es uno el que se marcha, se va con sus manos, lleva su piel y su armadura; carga con alegría o nostalgia todos sus pasos dados, sus lágrimas, esa última mirada de tristeza a lo cotidiano vivido, una ligazón de recuerdos, aquellos sueños irrealizados; quizás las acogidas cálidas o los desencuentros de la otredad, y de nosotros mismos por supuesto…; en fin, ayer me despedí de mi proyecto existencial vivido, de mis pasos y mis sombras, y tan sólo el paisaje de mi tierra concurrió a despedirme. ¡Sin duda, vamos solos por la vida…! Quedaron atrás aquellas calles que nacen todos los días en el oriente y que se precipitan al mar, quedó el insondable Pacífico, las nevadas montañas de mi tierra, las piedras coronadas por el ventisquero, las enormes noches, el frío lacerante y esas lluvias interminables del calendario austral…
No obstante, viajo liviano, sin equipaje superfluo, con tan sólo algunas felices reminiscencias, la virtud de comprenderme en mis aciertos y errores, y acuestas con mi penitente herida existencial para no olvidar mi condición de ser humano: ese dolor, ese sin sentido, ese vacío, esa falta de algo que no puedo expresar; aquel “real” (Lacan) que, al no poderse simbolizar, nos pasamos la vida buscándole un significado.
De todas maneras, la vida y el tiempo por venir, cicatriza la herida, alivia el dolor, llena todo vacío y hace fluir todo estancamiento, aunque sigamos sin encontrarle respuesta alguna a la realidad.
Cuando dejo de meditar estos argumentos capitales y vuelvo a la contingencia, a las peripecias de la travesía, desde lo alto de una montaña antioqueña, cuesta abajo, como ocultando su tesoro, se abre ante mí un paisaje nuevo, una certidumbre roja, color ladrillo, extrovertida, ondulante como mujer tendida, de edificios escalares bordeando los abismos y que se extiende cual ameba eléctrica por todo el valle de Aburrá. Hablo, por cierto, de la luminosa ciudad de Medellín, allí donde pretendo, con voluntad y tesón, retomar mi dirección existencial.
Aunque no estés conmigo
No te has ido
Aunque estoy solo
Estoy contigo
Y cuando vengo
Tú y yo estamos consigo
Tú en el camino
Yo en tu destino.
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