Un elogio de la curiosidad


En un mundo donde lo familiar puede volverse asfixiante. En un mundo donde a menudo se valora la conformidad por encima de la curiosidad, es importante reconocer y celebrar el valor intrínseco de este rasgo humano. La curiosidad emerge como liberadora, invitándonos a horizontes infinitos y a posibilidades ilimitadas. Al alimentar la curiosidad por nosotros mismos y por los demás, podemos cultivar una cultura de aprendizaje y exploración permanente, donde cada interrogante se responda con entusiasmo en lugar de apatía y desidia.

En un mundo donde la rutina es con frecuencia la que toma la iniciativa, la curiosidad irrumpe como necesaria, inyectándonos el asombro y la capacidad de explorar cosas nuevas en la monotonía de la vida diaria. La curiosidad nos anima a acercarnos al mundo con la mente y el corazón abiertos, nos pone en alerta ante la posibilidad de comprender la belleza y la complejidad que nos rodea. Ya sea que nos lleve a explorar un nuevo pasatiempo, a embarcarnos en una aventura espontánea o a entablar una conversación con un extraño, la curiosidad nos invita a involucrarnos con la vida en toda su riqueza y diversidad.

¿Cómo pensar la investigación científica sin curiosidad? Sin curiosidad, el mundo estaría desprovisto de los innumerables inventos y avances a lo largo de la historia. Ella es la fuerza que inspira a los investigadores a ampliar el conocimiento humano y a desentrañar los misterios de la naturaleza. Ella es la fuente de inspiración artística. A los músicos los estimula a profundizar en los géneros, estilos y tradiciones musicales, buscando inspiración en todos los rincones. En los cocineros es el motor detrás de su exploración de sabores, técnicas e ingredientes, impulsándolos a crear experiencias culinarias que deleitan nuestros sentidos.

En esencia, la curiosidad es una afirmación de nuestro sentido inherente de asombro y asombro ante lo desconocido. Es el reconocimiento de nuestra comprensión finita en medio de la infinita extensión del universo. Al igual que la afirmación de Sócrates de que la verdadera sabiduría reside en la conciencia de la propia ignorancia, la curiosidad envuelve la humildad de reconocer la inmensidad de aquello que desconocemos.

Tal es la magnitud e importancia de entrenar el asombro y la curiosidad en nuestro diario vivir que, estudios en el campo de la neurociencia han revelado que existe una tendencia a la habituación, es decir, a dejar de responder ante situaciones que se tornan estables e invariables. ´Tanto nos acostumbramos a tales cosas que, aunque sea una situación o vínculo que nos haga daño, dejamos de considerarlo tóxico porque se nos vuelve hábito e incluso nos impide tener perspectiva´.

Ello también nos ocurre en situaciones placenteras: con el paso del tiempo damos lo que nos pasa por sentado y esto reduce y, en ocasiones, nos perdemos por completo la intensidad de la emoción que nos solía producir. Como antídoto a esta situación es poner distancia y hacer conciencia del momento que estamos viviendo y poner a disposición la curiosidad como instrumento de descubrimiento y de goce.

Sin embargo, la curiosidad puede ser también un arma de doble filo. Si bien tiene el papel de promover el aprendizaje y la exploración, también puede conducir a la corrupción moral, a la insatisfacción y conlleva el riesgo de despertar fuerzas que escapan a nuestro control.

En definitiva, observa, ve, asimila con la mirada el mundo y lo saborea, y luego empieza de nuevo. Ojalá pocas cosas se nos pierdan de esta diversidad, pues para reducir lo infinito a lo finito, lo inasequible a lo humanamente posible, sólo existe un proceso: la comprensión. No importa el método o el cómo. Lo importante es que este se vaya expandiendo, y ojalá podamos penetrar el lugar más oculto. Es poner al descubierto los secretos de las habitaciones cerradas, es tal vez conquistar esos espacios vedados o cerrados para en vez de permanecer ocultos, pueden ser conquistados. Pues los músculos que no se utilizan se atrofian, los anhelos que durante años no se excitan se paralizan.

Felipe Franco

Abogado con maestría en filosofía y derecho, apasionado por el arte y la cultura.

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