Desde las elecciones del 11 de marzo vienen creciendo las voces que piden una alianza entre Fajardo, De la Calle y Petro. La del profesor Francisco Gutiérrez Sanín es una de ellas. En sus últimas columnas nos ha alertado sobre el regreso de Uribe al poder por interpuesta persona si estos tres candidatos no se unen. Por otro lado, la politóloga Sandra Borda escribió en su columna que preferiría que las fuerzas de centro y de izquierda “se consolidaran separadamente y como alternativas políticas diferentes”. Es decir, es preferible un panorama político diverso a unas “coaliciones pegadas con babas”. Dos posiciones académicas que, si bien llegan a conclusiones diferentes, coinciden en algo: las grandes diferencias de forma y de fondo entre los tres candidatos.
Son estas diferencias de forma y de fondo las que me han llevado a analizar, en mis dos últimas columnas, la estrategia de campaña de la Coalición Colombia. Considero que esta estrategia es el reflejo de sus carencias como fuerza política alternativa. Además, en este momento, importa menos su posición exacta en el espectro político que su manera de ubicarse en la contienda electoral: como una opción política equidistante entre la de Petro y la de Uribe, a quienes además equipara permanentemente. Como ya ha sido mencionado, esta es una falsa equivalencia que, al igual que el ‘castrochavismo’, imposibilita cualquier tipo de debate.
Así, a menos de dos meses de las elecciones, puedo decir que concuerdo con el llamado del profesor Gutiérrez Sanín y de muchos otros, pero con una diferencia: hay que invitar a Fajardo y a De la Calle a apoyar la Colombia Humana. Más allá de las encuestas que siguen mostrando que Duque y Petro concentran los mayores índices de intención de voto, es una invitación a reconocer la importancia de la coyuntura política y a reconocer que el programa de Petro ofrece la mejor lectura de este momento. Es decir, necesitamos unas propuestas que apunten hacia la consolidación del Acuerdo de Paz y en este sentido, Fajardo y De la Calle se quedan cortos. La Coalición Colombia ha defendido su propuesta dentro de un marco que solo tiene sentido si se encaja en el trillado sonsonete de la polarización, el ‘castrochavismo’, el discurso del odio de clases y de los extremos, pero sin estas falacias, ¿cuáles serían los verdaderos cambios que le traería al país?
Ahora, Humberto de la Calle ¿no es acaso un fiel representante de “los mismos con las mismas”? El reconocido eslogan de Jorge Robledo en esta contienda electoral. Un partido que ha cogobernado a Colombia desde hace más de un siglo y que es en parte responsable de la crisis política y social que estamos viviendo. Además, si es verdad que transitamos por un proceso de reconciliación, el Partido Liberal debería contarnos cuál fue su papel exacto en este conflicto. De igual manera el Partido Conservador, la Iglesia, las Fuerzas Armadas, los paramilitares, la Farc, los empresarios involucrados en el conflicto: todos los actores deben contarnos la verdad.
Por su parte, sería importante que la Coalición Colombia reconociera que ha venido adelantando una campaña funcional al uribismo; ha fortalecido el discurso de la ‘polarización’ y de la ‘venezuelización’ de Colombia, permitiendo que estos temas sigan siendo impulsados por los medios e impidiendo el debate sobre los verdaderos problemas del país.
En este sentido, Fajardo y De la Calle no deberían ser los únicos en apoyar la Colombia Humana, los sectores más progresistas del Polo y de los partidos Liberal y Conservador deberían entender también esta necesidad coyuntural. De igual manera debería hacerlo el presidente Santos quien sabe que su proyecto está a punto de hacerse trizas. La Colombia Humana, lejos de ser un proyecto de extrema izquierda como lo han querido mostrar, es la continuación de lo que se pactó en La Habana: las deudas pendientes del Estado colombiano. El proyecto de Petro cumple hoy el papel modernizador que la élite de este país ya no puede ejercer, pues es una élite deslegitimada, sin discurso y con las manos vacías: a Vargas Lleras –heredero natural de nuestra democracia casi monárquica–, lo ha desplazado el uribismo.
Por último, se equivocaron quienes decían que una vez firmado el Acuerdo con las Farc, la paz pasaría a un segundo plano. Nada más erróneo, no olvidemos que hasta ahora se ha implementado tan sólo un 18,5% del acuerdo. La mayoría de los temas del acuerdo siguen pendientes: la reforma rural, la sustitución de cultivos ilícitos, el fin del paramilitarismo, las garantías de seguridad para los líderes sociales y excombatientes, entre otros. Estos son los problemas que habrá que resolver en los próximos años y que Duque y Vargas Lleras desean hacer trizas. Reintroducir estos temas en el debate electoral permitiría desplazar de la agenda política al ‘castrochavismo’ y la crisis venezolona, hábilmente instrumentalizada por el uribismo.
Es en esta coyuntura específica que cobra sentido la idea de un gran bloque histórico. Por primera vez en la historia de Colombia, ¿no habrá llegado el momento para la clase política tradicional de reconocer la necesidad de que sean otras fuerzas políticas las que saquen al país del atraso atávico en el que ella misma lo ha sumido?
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