El profesor Henry Kissinger en su libro Orden Mundial pretende hacer una mirada a lo que se entiende hoy por “Orden internacional”, y mostrar a su vez las diferentes perspectivas que se han tenido a lo largo de la historia por las diversas culturas y civilizaciones de lo que es un orden mundial justo. Él parte del hecho de que dependiendo de la región del mundo en que una persona pueda encontrarse, es posible que la idea de un orden internacional cambie. En la actualidad, según el ex secretario de Estado, el sistema se basa en reglas que surgen por medio procesos históricos netamente occidentales. A esto se debe que este sistema se vea enfrentado ante tantos cuestionamientos. Es de destacar antes de continuar, que la cultura occidental, sus pilares fundacionales, sus reglas y preceptos, han pretendido ser un dogma para cualquier ser humano, medida que desconoce unos procesos históricos diferentes y que suelen divergir en ocasiones con los principios occidentales.
Los principios de occidente han tenido el privilegio de ser el resultado de unos procesos históricos que de una u otra forma sirvieron como precedente para la configuración del orden internacional actual. Entre ellos se encuentran, por ejemplo, la Revolución Francesa que culmina con su famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la revolución norteamericana o las guerras de independencia, etc. Este legado superpone o da preminencia a occidente sobre las demás culturas.
Si bien es cierto que se han creado mecanismos internacionales, tratando de crear un ambiente de comunión y de reciprocidad o por lo menos de respeto, el profesor Kissinger argumenta que estas han sido incipientes en la medida que no logran trazarse unos objetivos o metas consensuadas, quizá porque no se entiende la importancia de una comunidad global, y en algunos momento se desconocen o simplemente se ignoran, en favor de intereses nacionales o específicos, que hay problemas que aquejan al mundo, los cuales son de pertinencia de cada una de las naciones que conforman el globo. Kissinger logra argumentar que en nuestra época se persigue con insistencia la idea de un orden mundial, lo que lo dificulta es que todos tienen una idea de orden mundial diferente. Para Kissinger este proceso no es imposible porque según él, Westfalia es un ejemplo de esto; una convención que acaece después de la Guerra de los Treinta Años, en la cual confluyen actores con una multiplicidad de ideologías políticas, religiosas y sociales, pero que a pesar de eso logran encontrar puntos en común, para darle fin a un problema que los involucra a todos, a saber: la guerra.
El ex secretario de Estado pasa a enunciar lo que para algunas naciones sería un orden mundial, groso modo enuncia lo que sería para China, según el orden Westfaliano, para el islam, los otomanos y para el nuevo mundo (entendiendo al nuevo mundo como los Estados Unidos y su zona de influencia). Este último actor de las relaciones internacionales, más que retomar el sistema propuesto después de la Guerra de los Treinta Años, sistema entre el cual oscila por defenderlo, en el caso de la no injerencia, y atacarlo, en el caso el equilibrio de poder. Propone un sistema que pretende alcanzar la paz por medio de la exportación al mundo de los principios democráticos. Estados Unidos parte del hecho de que las sociedades son pacíficas, por lo tanto, si otorga el poder a las masas, estas optarán por la paz. En cualquiera de los casos, tal como enuncia el autor del texto, todos los sistemas que propenden hacia el orden internacional por sus manos, adoptan algo del sistema propuesto en Westfalia.
Es importante señalar que todo sistema de orden internacional parte de dos principios fundamentales según Henry Kissinger, que son el poder y la legitimidad, entendiendo como la legitimidad a aquel conjunto de reglas comúnmente aceptadas, y al poder como la capacidad de actuar cuando esas reglas fallen. Un caso que denota estas reglas es el islamismo en la medida que su discurso logra que muchas personas se identifiquen con él, alguno más extremistas, otros más moderados, pero ambos con la convicción de que el mundo y el orden internacional debe ser demarcado por las leyes propuestas por el profeta Mahoma hace más de quinientos años. Se provee de un carácter de poder duro denotado por la Yihad, o Guerra Santa, que es la “obligación de los creyentes a propagar su fe a través de la lucha” (Kissinger, 2016). Para Kissinger la diferencia que existe en entre el islamismo y el cristianismo es que el segundo logró evolucionar adoptando conceptos seculares menos absolutos, puesto que para el cristianismo es necesario hacer la diferenciación de que le pertenece a Dios y que le pertenece al Cesar (tal y como se concibe el Estado moderno occidental).
El islamismo a pesar de que es rígido en sus reglas logra hacer algunos tipos de concesiones más específicamente en los casos en que el islam se presenta como una minoría. El islam, logra deslegitimar a las demás teorías existentes en la formación de un orden internacional, justificando que su origen y su proceder es divino, y que por lo tanto, un no musulmán no puede ser considerado como igual y mucho menos sus ideas. A nivel general todas las naciones que buscan que el orden internacional se geste bajo su pax, buscan discursos para deslegitimar a los demás competidores en esta carrera.
El problema para los Estados es que al interior de sus sistemas también se mueven proyectos diferentes a los de sus gobiernos. Sucedió así en el mundo árabe, con las tan renombradas «Primaveras Árabes», en las que los jóvenes de estos países se unieron para apoyar los ideales del orden mundial basados en la libertad, la democracia y los derechos humanos. Ante estos acontecimientos Occidente se regocija, de la misma manera que lo hace cada que un Estado se suma a sus proyectos, ya que de este tipo de acontecimientos se nutre la legitimidad y se convierte en un proceso constante, más que en un simple hecho circunstancial.
Como lo mencionamos anteriormente, los proyectos para organizar el mundo varían dependiendo de la cuna en la cual se gesten. Estados Unidos se atrevió a lanzar sus propuestas, y éstas terminaron siendo aceptadas por la mayoría de las naciones que dieron legitimidad por medio de su adhesión a organizaciones tales como las Naciones Unidas. Su impulsión y su alcance, según Kissinger, se debe a que se dio un fomento de la ciencia y la tecnología, lo que hizo que las civilizaciones tradicionales se quedaran atrasadas. Es un hecho para el profesor que las reglas fueron proclamadas, su ineficacia se debe entonces a que han sido interpretadas de acuerdo a intereses geopolíticos y geoestratégicos. El orden mundial entra en crisis cuando las naciones no aceptan su legitimidad o cuando aparece un actor fuerte, en escena, con una propuesta nueva de organización mundial.
Para concluir, y teniendo en cuenta el hecho de que con la globalización desaparecen las fronteras, o por lo menos las convierte en imaginarios problemáticos, proyectándose así lo que podríamos llamar la crisis del sistema Westfaliano, en lo que respecta a su principio de no injerencia. El problema subyace en en que las guerras que enfrenta la humanidad hoy en día no pueden ser tratadas, tal como sostiene el profesor Herfred Münkler, de la misma manera que se pretendía hacerlo con las guerras clásicas, en las cuales los combatientes eran reducidos sólo a los actores estatales. las nuevas guerras imponen nuevos retos para la comunidad global ya que se trata de una guerra de todos contra todos, en la que la mayoría de los actores son organizaciones para estatales que no se rigen bajo la normatividad internacional y no se suscriben a ninguna corriente del pensamiento superior a la económica. Esta situación, de la mano con la no injerencia westfaliana, crea unas situaciones asimétricas para los Estados que se empeñan en construir la paz.
Del mismo modo, la propuesta de no injerencia westfaliana representa un obstáculo para los Estados en la búsqueda de soluciones para los problemas globales (como la pobreza o el cambio climático), que al ceñirse a la idea de soberanía, se convierten en irremediable en la medida que se tratan de manera aislada e independiente. Tal como dice el Ex secretario, lo que hace falta es que las potencias dejen de perseguir intereses egoístas y comprendan que algunas coyunturas sólo se superan si se unen esfuerzos. Hace falta que los líderes mundiales desarrollen la capacidad de la comunicación, sólo de esta manera se evitará más derramamiento de sangre y mayor deterioro del planeta.
Referencia:
Kissinger, H. (2016). Orden Mundial. Barcelona, España: Penguin Random House.