“Debido al aniversario del natalicio del escritor y filósofo español Miguel de Unamuno (1864 – 1936) he leído de nuevo Niebla. Es difícil sospechar el cúmulo de inspiraciones que encierra un libro, y menos aún cuando se trata de un clásico. Entre el libro y el lector se suscita una conversación abierta en el tiempo”.
Debido al aniversario del natalicio del escritor y filósofo español Miguel de Unamuno (1864 – 1936) he leído de nuevo Niebla. Es difícil sospechar el cúmulo de inspiraciones que encierra un libro, y menos aún cuando se trata de un clásico. Entre el libro y el lector se suscita una conversación abierta en el tiempo.
Aunque la primera edición de Niebla se publicó en 1914, Unamuno escribe la novela en 1907; el escritor español la había conservado en sus archivos temiendo la incomprensión del público, tal como ocurrió con Amor y pedagogía, experimento narrativo de 1902. Estos datos resultan de gran importancia, pues al considerar el año de publicación de Niebla, la novela pone en práctica algunas reflexiones sobre la ficción descritas en 1905 en la Vida de Don Quijote y Sancho; además de que es considerada el precedente narrativo Del sentimiento trágico de la vida, ensayo de corte existencialista aparecido en 1913.
Niebla relata las peripecias de Augusto Pérez, joven huérfano y acaudalado, que repentinamente se enamora de Eugenia Domingo del Arco, una pianista con la que se ha topado casualmente por la calle. El surgimiento de esta atracción coincide con el inicio de la historia. La lucha de Augusto por merecer el verdadero amor está íntimamente relacionada con la comprensión de su propio destino; sin embargo, pronto se da cuenta de que su vida está controlada por el escritor Miguel de Unamuno, quien se incorpora a la novela como un personaje más, transgrediendo así las leyes de la consistencia narrativa.
Tal descubrimiento hace que Augusto traspase los límites de la ficción. En el capítulo XXXI, el personaje va en busca de Unamuno para exigirle una explicación sobre su existencia; pretende enfrentarse con el Verbo que le dio vida, con aquel que lo ha concebido como producto de su fantasía y con firmeza reclama: “No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme”. Presa de la incertidumbre, Augusto, ente de ficción, ansía comprender cuál es su lugar en el mundo, en qué consiste la tragedia de la vida, el temor a la muerte.
Unamuno experimenta la escritura de Niebla dejando a un lado los modelos literarios vigentes; no en vano declaró que quiso escribir una novela “como se vive, sin saber lo que vendrá”. Victor Goti, personaje y prologista ficticio sugiere además que el modelo narrativo de la obra “por ser reflejo de la vida, debe ser libre y variado como la vida misma”, y por consiguiente, añade: “no es novela, sino ¡nivola!”. Al proponer un nuevo nombre, Unamuno establece sus propias reglas de composición literaria. Más allá de los juegos de palabras y de la ironía que caracterizan a la obra del escritor español, el neologismo indica el deseo de acoplar el relato a su propia visión del mundo, centrado en la vida de los personajes como manifestación de su personalidad, junto a la aspiración de liberar la narrativa de las leyes usuales de la escritura de principios del siglo XX.
Siguiendo la tradición cervantina, Unamuno se sirve del espejismo de la duplicación interior del relato para transmitir su postura ante la vida y el arte de novelar. Niebla es una obra que se vuelve hacia sí misma para dejar al descubierto el diálogo que el escritor español mantiene consigo mismo, mediante el cual revela su “concepción nada grata de la vida”; además de exhibir las estrategias de su proceso creativo. En este develamiento de la propia ficcionalidad, la palabra designa opuestos que se complementan en alternancias: “Y esta es mi vida —se pregunta Augusto— ¿es novela, es nivola o qué? Todo esto que me pasa y que les pasa a los que me rodean, ¿es realidad o es ficción?”. Unamuno se sirve de la literatura para transmitir lo ilusorio de la existencia humana.