“Para que un imbécil llegue al poder, le es necesario un séquito de idiotas fanáticos, de los que tanto pululan en las sociedades contemporáneas, que, no obstante siempre han existido, ahora se sienten capaces y legitimados.”
Hacia el año 2006 se proyectó la película “Idiocracy”, de mediana recepción en la crítica, dirigida por Mike Judge y protagonizada por Luke Wilson, hermano del más famoso Owen, cuenta la historia de Joe Bauers, quien fue seleccionado por el ejército estadounidense para probar una nueva tecnología de hibernación. El experimento estaba previsto para que al cabo de un año fuera descongelado, sin embargo, antes de que se cumpliera el plazo, la dependencia científica fue clausurada y abandonada. Bauers quedó en el olvido.
500 años después, una montaña de basura acumulada sobre su recámara de hibernación hizo que el sistema fallara y el recipiente se abrió: el protagonista volvió a la vida. La nueva sociedad lo dejó abrumado: la selección natural había favorecido aquellos sujetos con baja inteligencia, vulgares y ordinarios, pues mientras los más entendidos progresivamente se habían abstenido de procrear, los retrasados lo hacían como ratas. La humanidad se había vuelto idiota, obesa, violenta, saturada de publicidad, consumista, adicta al placer inmediato e inconsciente de los efectos de sus acciones sobre el entorno natural. El presidente de los Estados Unidos, “Dwayne Elizondo Mountain Dew Herbert Camacho”, interpretado por el carismático Terry Crews, ocupaba la posición de jefe de Estado americano, cargo al que había accedido por el reconocimiento de ser el actor porno más galardonado de su época, y de que su pene, el cual no tenía reparo en exponer cada que podía – al igual que su fusil – era el más grande jamás registrado.
Atrapado en la burocracia idiota, Joe Bauers realizó un test de coeficiente intelectual (una prueba de preescolar), y se encontró que era el sujeto más inteligente del mundo, por lo que el presidente Camacho, incapaz de afrontar la grave crisis de escasez de alimentos y desastres naturales de su época, le encomendó solucionar el problema y salvar la humanidad, de lo contrario le patearía el trasero. No haré más spoilers.
En el año 2016, cuando la candidatura de Donald Trump tomaba fuerza, el recuerdo de esta divertida y perturbante película me vino a la memoria, “qué gran premonición la de su director”, pensé. Efectivamente, la nación de la libertad y la Coca Cola había llegado al esplendor de su idiotez: elegía como timonel de su destino político a un hombre muy pobre intelectualmente, cuyo mérito consistía en ser un rico fanfarrón (fortuna construida a partir de la millonaria herencia de su padre), esquivar obligaciones tributarias y alardear de ello, abusar de mujeres cual bellaco medieval, haber peleado en el cuadrilátero de la WWE, hacer un cameo indicándole a “Mi pobre Angelito” donde quedaba el lobby de su edificio, ser dueño de Miss Universo, y presentar un programa en prime time donde despedía con estilo al contendor que resultaba más incapaz de adularlo. Sin embargo, según informan ciertas damas, lo tiene chiquito. En ese detalle se peló Idiocracy.
Este idiota con poder incitó a miles de idiotas a tomarse el recinto de la democracia republicana de los Estados Unidos, donde se hacía la verificación de los comicios presidenciales, pues según él, habían sido fraudulentos. Convencidos de la teoría conspirativa de su caudillo, los supremacistas blancos ocuparon escaños, atriles y oficinas de los legisladores americanos, mientras la bandera confederada ondeaba por los pasillos del capitolio. Esto a pesar de que 90 de las 90 demandas interpuestas por los avaros y mensos abogados del presidente naranja, encabezados por el ex-alcalde de Nueva York Rudy Giuliani, fueron desestimadas por tribunales de todo el país, ante ausencia de material probatorio que verificara dicha hipótesis.
¿Se puede llegar más bajo? Hoy Donald cae como la penosa tintura capilar de su abogado estrella, pero lamentablemente creo que sí. Más allá de la pretensión romántica moderna de racionalizar las esferas de poder, y de la ilusoria idea del progreso constante, el temporal y relativo, pero a fin de cuentas éxito de este siniestro personaje, dejará huella, y al igual que los Boris Jhonson (Inglaterra), Rodrigo Duterte (Filipinas), Jair Bolsonaro (Brasil) e Iván Duque (Polombia), servirá de inspiración para que idiotas y mediocres pretendan encaminar el rumbo de la especie, como en la profética película Idiocracy. Para que un imbécil llegue al poder, le es necesario un séquito de idiotas fanáticos, de los que tanto pululan en las sociedades contemporáneas, que, no obstante siempre han existido, ahora se sienten capaces y legitimados.
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