“¿Cómo es posible que un hombre semejante tenga derecho a hablar públicamente en Alemania, hoy?”
Adolf Grimme
Con su busito de abuela cosido por alguna matrona cubierta de alhajas, de esas matronas que rezan las balas de los verdugos para que lleguen a buen puerto; con ese mantel de tía beata, igualitos a los manteles de la casa de algún familiar, de esas casas de familiares que siempre nos son insoportables por su olor a coles, por sus baldosines de colores chillantes, por la presencia de alguna familiar incómodo; en la salita de su finca de millares de hectáreas, allí, arropado con su busito y poniendo las manos sobre el mantel en señal de amen, el hombre más poderoso del país pedía clemencia. El hombre de la mano dura, del plan Colombia, el de la seguridad democrática, el que se jactaba del triunfo militar – cueste lo que cueste-, el que evito y torpedeo las soluciones políticas con tal de postrar militarmente a su adversario, en una situación sin precedentes, se despojaba de su vestidura de tirano para calzarse la de abuelito regañón, con Alzheimer para no recordar nada, una pobre piltrafa movible a la que todos cogían de orinal.
Cuando las ovejas se rebelan en la granja, al conseguir superar su complejo de inferioridad, los lobos corren a despojarse de sus vestiduras, huyen despavoridos, activan sus cronogramas de escape, se camuflan con piel de becerro.
Hubo quien negoció con el poder vencedor -véase el caso de la operación paperclip–[1], escapando gracias a las rutas facilitadas por los miembros de la operación Odessa[2]; algunos queman las banderas de su partido, maldicen la locura que se adentro en su ser como un hálito soporífero, llevándolos al frenesí de la violencia, tratando desesperadamente de distorsionar la verdad de los hechos objetivos.
Habrán quienes, como en el caso de Eichmann, como en el caso de Manfred Roeder –“el sabueso de Hitler”- quien fuera un importante juez penal militar encargado de ajusticiar a los enemigos molestos del poder, vuelvan a sus pueblos luego de sus condenas a tratar de avivar la vieja chispa, el fuego del fanatismo, y se sumen- pueden migrar y son solicitados por las nuevas dictaduras, para que expongan sus saberes sobre el Estado policial- a esporas y satélites sobrevivientes del desmembrado cuerpo del gran monstruo del poder totalitario.
Muchos otros jerarcas del poder totalitario se escabullen gracias a los meisters civiles[3], pasando inadvertidos entre las redes subterráneas de los colaboracionistas (Coca-Cola, IBM, Porsche, Volkswagen, Kodak, Bayern, Hugo Boss, Ford, Siemens, General Motors)[4] para que vuelvan a las tinieblas, obligados ellos también a colocarse la piel de becerros, hasta que se imponga un orden de cosas tolerante y servil a su intolerancia radical; se esconden para no volver a asomar la cabeza, pasando a formar parte de ese tejido putrefacto que es la sociedad, esa sociedad que juraron someter y moldear a su antojo (como en la película de Orson Welles El extraño); sin ser reconocidos por sus víctimas, sin pagar por sus crímenes, viviendo los atardeceres de Argentina y Brasil, los amaneceres de Montería; caso contrario de muchos funcionarios de distinta orden del régimen nazi posterior a la derrota, los cuales, al ser vistos en la calle, fueron linchados.
Sabían los magos del poder totalitario que era necesario negociar una tregua en algún punto, buscar una amnistía, acercarse al otro bando o ensuciarlos a todos para que nadie quiera la verdad; abusar de las instituciones del Estado para desentenderse por completo de cualquier relación con los episodios más nefandos y ominosos del poder político en Colombia; dar alguna prueba de un cambio de voluntad hacia otro tipo de accionar político, por lo menos para generar un impacto mediático en la opinión pública detractora de su proyecto político. De allí la necesidad de sumarse a la comisión de la verdad para hacer un panegírico ridículo sobre su total incapacidad como máxima autoridad del gobierno para dirigir al país. Es que Uribe en la comisión de la verdad es como Himmler negociando una paz por separado con occidente.
La escena de Uribe frente al presidente Francisco de Roux en la comisión de la verdad -o la cátedra en el arte de lavarse las manos que dio Andrés Pastrana el día 31 de agosto de 2021 en la misma corporación- tiene mucho de Inglourious Basterds de Quentin Tarantino.
La primera relación se encuentra en la escena donde el oficial Hands Landa, perro de la Gestapo, una vez capturados los agentes americanos, creyendo estos que van a ser objeto de torturas, ven que el general solo se limita a dejar un el teléfono frente a ellos; sorprendidos escuchan que este les pide que hablen a los altos mandos americanos para que lo hagan pasar por un becerro, como un funcionario que no sabía nada de lo que sus adscritos hacían a sus espaldas. Tratando de convertir al monstruo en víctima, fenómeno inverso al de Salomón Perel, quien tuvo que camuflarse de asesino para no exponer su condición de víctima. En este caso el padre De Roux es el teléfono que le permite a Uribe comunicarse con sus detractores, internos y externos, para hacerles saber que tiene voluntad de negociar una paz separada de la paz lograda en la Habana en él 2014, una paz a su conveniencia; una paz como la del proceso de justicia y paz: plagada de impunidad, de ciénagas inmundas, de zonas grises, de elementos, implicados y hechos difusos y opacos que no pueden asirse. Lo que no saben, y no sé si Tarantino lo sabía, es que Himmler, alto mando del estado mayor nazi -era el jefe de las SS (Schutzstaffel)-, también trato de negociar su propia paz por separado valiéndose de sus propios transmisores, incluyendo a la resistencia alemana al régimen nazi, haciendo que estos conocieran el plan, aún más singular, de enrolar a Himmler en sus filas -nos contará Gilles Perrault en su texto La orquesta Roja-.
Si bien puede que Tarantino no lo sepa, quizás Himmler hubiese pasado, como Landa, a la sociedad del nuevo orden, limpio de toda costra de sangre pegada a su piel como consecuencia de las ejecuciones masivas (menos mal el padre salió a pronunciarse sobre la poca utilidad para la paz que puede extraerse de la conferencia de Uribe dictada desde el Ubérrimo). Pero un hombre de ese tipo lleva una marca, está demasiado implicado para dejarle en paz, tiene demasiada responsabilidad para no juzgarlo. Lo que si sabía Tarantino es que esta marca, la misma que tratan de purgar los detentadores del poder naciente mediante sus negociaciones secretas para que sea lo menos visible posible, se resuelve, al estilo Tarantino, tatuándole en la frente una esvástica. Para que sea imborrable su pasado, sus culpas, sus crímenes, los goces y los beneficios que obtuvo de los usos fanáticos del poder político. En la vida real el caso Himmler es menos interesante que en el cine, se suicida; e incluso en el caso de Uribe es aburridor, ya que no podríamos tatuar un 6402 en su frente.
Mas allá de la violencia del acto del teniente Aldo Raine, es necesario resaltar la metáfora que se hace sobre la memoria colectiva: es menester tatuar la esvástica -dejar un rastro de los horrores cometidos- al ser conscientes de que habrá quienes olvidaran; los dirigentes olvidan, los colaboracionistas olvidan, deben olvidar; el pueblo no puede olvidar a los que han sido sus verdugos, sus ejecutores, los perpetradores, no pueden olvidar esa marca.
Los verdugos lo saben muy bien, por eso buscarán valerse de todos los medios posibles para que no podamos entender nuestro dolor, nuestra guerra, nuestra propia monstruosidad como sociedad.
Sabían muy bien que los jóvenes de hoy, que en un futuro cercano habrán de presidir las cortes, las fiscalías, los órganos de control, las organizaciones judiciales del orden internacional, los abogados y catedráticos, vendrán a exigirle cuentas. Abrirían los expedientes olvidados para reiniciar los procesos, llamándolos infinitamente a interrogatorios interminables, como a los líderes y autoridades del régimen nazi; revisarían sus declaraciones fiscales hasta agotar sus finanzas reducidas cada vez más ante la imposibilidad de explotar las arcas públicas, pues cada vez tienen menos poder, y menos poder es menos dinero. Escucharían a las víctimas para que sus procesos pasen a cosa juzgada con el máximo respeto por los principios de la verdad, la reparación y la no repetición como mecanismos esenciales del modelo de justicia transicional indispensable para el transito hacia una sociedad democrática.
Saben que nosotros somos conocedores de sus crímenes, de su connivencia. Trataron de exterminarlos a todos, porque la política de la seguridad democrática engendro la doctrina de los falsos positivos -que era una guerra contra la juventud- y la guerra contra el pensamiento crítico y la acción social transformadora. Saben muy bien que, sin importar los «los gánsteres intelectuales de” la seguridad democrática -usando una frase del historiador William L. Shirer para observar el fenómeno del uso de la intelectualidad en la Alemania nazi[5]– que tatuaríamos la esvástica en su frente, en este caso un 6402, igual al teniente Raine en la frente del general Landa, para que tuviesen que caminar con la sombra de sus acciones frente a la sociedad.
No nos importan las lágrimas de cocodrilo de Uribe en la comisión. Los gritos de niña chillona no esconden su incapacidad como gobernante para dirigir al país. La incapacidad es tolerable en ciertas áreas de la vida y en ciertas funciones del hombre. Pero la incapacidad en el poder político deviene en acciones desfasadas, inútiles o simplemente en la ausencia total de respuestas. Por ello, más allá de las palabras de Uribe, es necesario recordar que desde el poder político se peca por palabra, obra u omisión. porque lo importante no es si lo traicionaron o no, lo importante es saber cómo un político nefasto, sin capacidad de mando, pudo llegar a dirigir un país, como pudo en su incapacidad y desconocimiento entregar el país a los gremios criminales y permitir que estos establecieran una estructura de poder criminal; es decir, lo importante -siguiendo a Perrault- es entender como estos gobernantes permitieron la configuración de un régimen criminal, o, caso contrario, como es que. gracias a ese régimen criminal, susceptible a actuaciones ilícitas, hizo posible que políticos incapaces, como Uribe, Escobar y Jairo Ortega, desconociendo las responsabilidad de su poder, pudieran ocupar cargos de vital importancia.
Es que el nazismo fue el régimen en el cual un Bormann o un Müller pudieron acceder a puestos de importancia vital -nos cuenta Gilles Perrault-; por ello, lo importante es resaltar que justo en el gobierno de la seguridad democrática -sumando los demás cargos ocupados durante su carrera en el poder público- es que se hizo posible y real, mediante la intervención constante de los carteles del narcotráfico, la configuración de un Narcoestado; un estado que permitió a las redes criminales tragarse el poder público y las instituciones del estado.
Reiteramos, Uribe debe responder por la incapacidad y desconocimiento con que ejecutó el poder político; estas no son excusas que puedan disolver su relación en los crímenes gigantescos que se cometieron bajo sus mandatos. Una tregua como la que el exige es un insulto a las víctimas, un respiro para los culpables que esperan sentencia y un aliciente para continuar delinquiendo a través de las formas más aberrantes contra la población civil.
[1] Operación paperclip: se refiere al nombre en clave de la operación realizada por el Servicio de Inteligencia y Militar de los Estados Unidos para extraer de Alemania científicos nazis especializados en las llamadas Armas Maravillosas del Tercer Reich, como cohetes, armas químicas y experimentación médica después del colapso del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial
[2] organización de Antiguos Miembros de la SS) fue una red de colaboración secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo, particularmente a Hispanoamérica.
[3] Señores civiles. Traducido del alemán. (nota del autor).
[4] Para más información sobre las empresas que colaboraron con el régimen nazi, véase: Jacques R. Pauwels. (2000). El mito de la guerra buena.
[5] Para mas información véase: WilliamL. Shirer. (1941). Berlin Diary: The Journal of a Foreign Correspondent.
Comentar