El abuelito, como lo llama el presidente, con una fuerza de titán que desdice del falsario diminutivo, combate la ausencia de oxígeno y el EPOC, animado por el deseo inquebrantable de abrazar a su nieta, una Ángel, parida hace 16 días por su hija, que ahora habita con otros 11 seres, entre ellos dos hermanos, uno menor afectado desde su estadía en el vientre por un soplo en el corazón, y una hermana más chica, con diagnóstico y medicación psiquiátrica permanente, al igual que su tío, en la morada enclavada en la barriada del antiguo basurero de la ciudad, animado por los sones de la Sonora Matancera y los acordes de bandoneones que acompañan letras de tango, al decir de Borges, una canción triste que se baila.
Una sincronía de llantos desata un aguacero: los habitantes de la villa chismorrean con ínfulas de sabios, afinados por un carácter de vieja data, en torno a areniscas que les visitan desde el Sahara, que cubren el cielo de un manto ocre e impregna sus cuerpos de un frío extraño -recogido en las aguas del Atlántico- para gentes enclaustradas entre montañas y conventos.
En una sala gélida, sembrada de casi no seres, en que se adivina su existencia por la tos aguda que expelen los agotados sacos corporales en que habitan, un rayo apocalíptico atraviesa los ventanales de la Clínica León XII, adornando de un azul espectral la especializada sala de atención médica, en el momento en que la compañera de vida del abuelo, madre de sus dos hijos y abuela de sus cuatro nietos, lee con ojos desbordados de llanto, que su amado ha dado positivo a la prueba de COVID 19.
Minutos después, en la calle adyacente al hospital, el brazo extendido de su compañera inseparable, implora un taxi que les lleve de nuevo a su aposento familiar, desalojados por un sistema sanitario inhumano infestado de mierda, que el gobierno exalta por su universalidad, eficiencia y eficacia, el mismo que los estudiantes desprovistos de capuchas y enfundados en tapabocas, denuncian en la estación central del sistema metro, por lo que son despedidos violentamente en medio de una guazábara urbana, provocada por un escuadrón policial montado a caballo, en el que periodista independientes son detenidos y brutalmente golpeados.
En otra esquina de la bella villa, convocados por la avaricia comercial de la federación de comerciantes aupada por decreto oficial, una horda de hambrientos de consumo inoficioso y vulgar, se agolpan multitudinarios en la entrada de los centros comerciales, para hacer parte del espectáculo del Friday Covid 19; para ganar el lugar protagónico se trenza en una danza de codos y escupitajos.
Al final de la tarde, el gobierno reclama aplausos por el aumento inesperado de las ventas; los empresarios de grandes superficies se frotan las manos al contemplar vacíos los estantes de su almacén de tecnología y electrodomésticos de novísima gama, y la abuela y amante, aún con el brazo zurdo extendido, señala al horizonte, e impávidos observan los taxis que pasan raudos sin atisbar su presencia, cargados de televisores ultra smart HD de gran tamaño, neveras, lavadoras…
CODA: A todas estas, ¿Y la EPS? Ni modo, se esfumó; la mano mágica del mercado neoliberal las desapareció en contextos de pandemia.
Apreciado Leonel, efectivamente, de manera deliberada, le llamo León XII..