Treinta años de idealismo y realidad

Ya pasaron treinta años de aquellos dos días trágicos en los que la democracia del país estuvo en vilo, el grupo terrorista M-19 incursionó en el palacio de justicia de Colombia de forma arbitraria atrevida y vergonzosa. La búsqueda de la verdad y el desequilibrio judicial han sido el sello que ha marcado esta lucha, entre los que defendieron al país y los que realmente fueron los responsables de ver el seno judicial de Colombia envuelto en llamas y desolado.

Ya pasaron treinta años de aquellos dos días trágicos en los que la democracia del país estuvo en vilo, el grupo terrorista M-19 incursionó en el palacio de justicia de Colombia de forma arbitraria, atrevida y vergonzosa. La búsqueda de la verdad y el desequilibrio judicial han sido el sello que ha marcado esta lucha, entre los que defendieron al país y los que realmente fueron los responsables de ver el seno judicial de Colombia envuelto en llamas y desolado.

El error garrafal del M-19 violando la constitución en medio de su hirviente moda revolucionaria dejó más de 90 muertos, creían que eran capaces de hacerle un juicio político al presidente Betancur, como si se tratara de una reunión en una casa o en un cuartel, supuestamente alegando una traición a las negociaciones de paz que se llevaban por debajo de cuerda, pero lo único que consiguieron fue sumir al país en una crisis política que lo marcó por muchos años.

Pero ha pasado el tiempo y solo puede tenerse la sensación de vergüenza, sobre todo por ver que quienes defendieron al país de la demencia guerrillera hoy son los principales perseguidos. Muchos faros morales de papel juegan a la doble moral de la rectitud, sin entender la posición de quienes se encontraban en una disyuntiva difícil: actuaban en diplomacia y suavidad en medio de una coyuntura desastrosa o le imprimían realismo a la cosa, el brazo militar en firme, porque en un país tan deslegitimado en esos años quizá esa era la única alternativa. Y más cuando adentro lo que había eran 350 rehenes.

Es entendible el dolor de las víctimas por sus familiares desaparecidos, pero siendo sinceros, era algo inevitable. En una cacería de brujas en la que se encontraba el ejecutivo y el ejército ante los guerrilleros no era realista pensar en una actuación completamente apegada a la legalidad, era claro que se podría haber tenido tendencia a los excesos, pero su cometido real era recuperar el palacio de justicia de las garras del M-19. Por ejemplo el objetivo de los militares aliados nunca fue violar mujeres alemanas en la segunda guerra mundial, pero fue uno de los daños colaterales de la guerra que logró derrumbar a Hitler. Así fue en el caso de decenas de muertos en ese 6 y 7 de noviembre, quienes nunca habrían fallecido si el M-19 no hubiera actuado de manera tan demencial.

Por esto es válido (aunque tarde) el acto de perdón que ofreció Santos. El Estado tiene que pedir perdón por los excesos, pero nunca autocondenarse, porque en su actuación estaba en juego la dignidad del país, que por esos años se veía débil ante el accionar de narcos, guerrilleros, el auge del paramilitarismo y gomelos marxistas como el M-19, jóvenes enérgicos queriendo jugar a ser Robin Hood, que vieron como un juego de niños tomarse el palacio de justicia pero nunca imaginaron en qué terminaría su “travesura”.

Para culminar es debido clamar por la libertad del general Alfonso Plazas Vega, quien es uno de los investigados por desapariciones, pero su caso parece más un montaje orquestado para buscar un culpable simbólico o una venganza de los que desde las sombras comulgan con la extrema izquierda. Ojalá el mea culpa del estado no se entienda como una rendición a la ligera, ya que hoy se ven banderas del M-19 en la plaza de Bolívar pidiendo justicia, en un acto de cinismo enorme como si no tuvieran memoria ni vergüenza.

Rafael Aristizábal

Periodista especializado en temas de Justicia. Columnista.

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