Los colombianos debemos aprender. El terreno complejo llamado postconflicto está generando múltiples transiciones: de victimario a ciudadano, de víctima a no-víctima, de ciudadanos en guerra a ciudadanos de nuevos conflictos.
La RAE define una transición como “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”. Otra definición se puede encontrar en el Gran Diccionario de la Lengua Española, al decir que la transición es un “Estado intermedio de un proceso, que no tiene un carácter propio y definido al combinarse aspectos del anterior estado con otros nuevos que anuncian el siguiente”. La guerra generó múltiples subjetividades, y el postconflicto está construyendo nuevas versiones, nuevos modos de ser en el mundo y, al fin de cuentas, nuevas formas de relacionarnos. Lo anterior puede considerarse una transición.
¿Qué pueden enseñarnos las muxes y las transgénero al respecto? ¿Cómo podemos aprender de la disidencia sexual que ha resistido durante siglos las cargas violentas de la normalización? ¿Estamos a la altura de aprender de las personas que constituyeron de la transición un paradigma?
Las muxes, en la región zapoteca del istmo de Tehuantepec, en México, son hombres homosexuales que se visten como mujeres y performan el género femenino de una forma alternativa. Son personas en el medio: ni acá ni allá. Las muxes convierten su cuerpo en un campo de batalla; su cuerpo biológico las sitúa en unos compromisos sexuales, mientras que su cuerpo simbólico las posiciona en otros. No son hombre ni mujeres, son muxes.
Tradicionalmente las muxes se han definido como un tercer género, pero se han diferenciado de los travestis y transgénero a partir de una transición que goza de procesos tradicionales y modernos. Las muxes hacen trabajos que son considerados por las comunidades como trabajos de hombres, pero también hacen otros considerados por comunidad como de mujeres. Las muxes son una transición cotidiana.
Las muxes son clave para el mantenimiento de las tradiciones en Juchitán. Las muxes, como subjetividades diferenciadas, constituyen combinaciones tanto de lo “femenino” como de lo “masculino”; cuidan a sus madres toda la vida, trabajan, construyen una familia y son respetadas por su comunidad.
Por otro lado, en occidente, las transgénero, transexuales y transfeministas han aportado profundamente a la agenda del reconocimiento de nuevas vivencias y subjetividades. La campaña internacional Stop Trans Phatologization demostró que las personas trans se organizan y luchan por sus derechos, manifestando así que su condición no es una enfermedad mental. Las personas trans, en muchos países del mundo, han conseguido un lugar dentro del mercado laboral, de salud y educativo, lo que ha generado que sus actividades se alejen de los márgenes de la sociedad. Lo anterior es una gran transición, por lo menos en Europa, pues pasaron de ser excluidas y discriminadas a convertirse en ciudadanas cohabitantes y convivientes con las otras múltiples formas de expresión sexual. En Latinoamérica es todavía lejano este escenario, pero existen procesos políticos que reivindican la lucha trans; como en Ecuador y México.
La creación de nuevos sujetos políticos es producto de transiciones. Pensar las transiciones nos conduce a la deseabilidad y pertinencia de nuevos retos jurídicos, sociales y económicos, además de la apertura a nuevas condiciones de ser colombianos en un país que requiere cambios de fondo. Pasar de guerrillero a ciudadano es transicionar de una vida al margen de la ley a convertirse en un sujeto con derechos y obligaciones, en un sujeto que puede exigirle al Estado que antes combatía, en un sujeto con garantías iguales –aunque no sé qué tantas– a las de sus vecinos. Pasar de género es transicionar por terrenos histórica y violentamente delimitados, para convertirse en un sujeto de lucha al impugnar por espacios de igualdad y no discriminación, es pasar de ser uno más a alguien que marca con su experiencia un principio de lucha: ser “diferente” pero gozar de igualdad.
En Colombia tenemos que aprender a transicionar. Hay buenos acercamientos a nivel de ley para pensar la transición; la Jurisdicción Especial para la Paz busca que la verdad de la guerra no sea ocultada y que los tratamientos especiales permitan una reparación integral de todas las dimensiones y de todos los actores del conflicto.
Es necesario evitar anclarnos en presupuestos de género y políticos que obedezcan a la dicotomía. Son necesarias las transiciones que construyen nuevas alianzas entre el devenir cotidiano y la ley, entre la historia y los derechos, entre el pasado y el futuro. Así las cosas, la ciudadanía del postconflicto no podrá ser entendida como nueva si se desliga de un proceso complejo de transición y reconfiguración de elementos que creíamos definidos. Por último, la forma en que entendemos la política debe cambiar y su práctica debe ser reescrita bajo las variables de las transiciones.
En este espacio de difícil postconflicto la propuesta de transitar genera agenciamientos y nuevas formas de relaciones sociales, jurídicas y políticas. La estrategia, al final, es rehacernos como país y como ciudadanos.