Trans-doscientos

“El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros” Jorge Luis Borges


Durante una semana, del 3 al 8 de julio, en el resguardo indígena de Cristianía, ubicado en el Suroeste Antioqueño, se celebraron los 200 años de la fundación de la comunidad, hecho, que según su memoria, acaeció mucho antes de la fundación de los municipios de  Andes y Jardín. El fundador fue José Vicente Guaticamá, un viejo indio emberá procedente de San Antonio del Chamí, en Risaralda. (Cronología Karmatarua.html)

Siguiendo los vientos de afirmación cultural avivados por la Constitución de 1991, muchas comunidades se han declarado como pueblos, han recuperado sus nombres propios y han empezado a renombrar sus territorios, cuyos nombres originales fueron escamoteados por la colonización y evangelización forzadas. Lo que conocimos como la comunidad indígena de Cristianía se llama ahora, para propios y extraños, Karmata Rua, que en lengua castellana traduce tierra de la pringamoza.

Karmata Rua hace parte de unos asentamientos de indígenas Emberá, del grupo Chamí, que han sobrevivido como enclaves culturales en medio de la colonización paisa cafetera del Suroeste, lo que de por sí ya es un formidable caso de resistencia. Hay comunidades Chamí en Ciudad Bolívar, Támesis, Valparaíso y entre Andes y Jardín, como Karmata Rua.

Estos indios de Andes y Jardín, que antes eran rechazados por ambos municipios y hoy se los disputan por sus votos y recursos, han sido un referente muy especial de rebeldía, lucha y búsqueda de alternativas de muchas personas no indígenas que renegaban de la rígida normatividad católico-colonizadora de la cultura cafetera.  Irse para donde los indios, vivir con los indios o ennoviarse con una indígena fueron quizá los actos de mayor rebeldía en la sociedad paisa de esta región durante el siglo pasado. Tras las rebeldías llegaron luego los vientos de la organización campesina y el activismo de los cuadros de la izquierda y de las comunidades eclesiales que volcaron su trabajo de base hacia los indios. Era claro para todos que la tierra era para el que la trabajaba y que el impulso de la organización campesina e indígena eran fundamentales para hacer la revolución.

En 1980, con la ayuda y asesoría de los indígenas del Cauca, en el marco de las movilizaciones y recuperaciones de tierra impulsadas por la entonces Asociación Nacional de Usuarios Campesinos-ANUC-, y el acompañamiento de sindicalistas, activistas sociales, profesores y estudiantes universitarios y militantes del nutrido espectro de la izquierda local, la comunidad de Cristianía emprendió la recuperación de parte de su territorio que se encontraba en manos del terrateniente Mario Escobar. Esta larga lucha, ganada finalmente por los indios, dejó entre las muchas heridas, la muerte del primer abogado indígena de Antioquia y quizá del país, Aníbal Tascón. Entre otras cosas, la epopeya de la recuperación de la tierra y del asesinato de Anibal Tascón esperan, pacientemente, que Juan José Hoyos se apiade de ellas y decida por fin escribirlas.

Recuperadas las tierras, cerca de 200 hectáreas de caña, café y pastos, fueron repartidas entre los comuneros y la empresa comunitaria que se creó. La recuperación de las tierras de Cristianía fue el primer gran triunfo de los indígenas de Antioquia y la comunidad se convirtió en una especie de estandarte y referente de las luchas agrarias y de la convergencia de todo el activismo social y político de la región y en especial de Medellín. Recuerdo que cada año nos dábamos cita en la comunidad para celebrar con chicha y guaro la recuperación. Allí nos encontrábamos los militantes de los múltiples retazos de la zurda local, los profesores y estudiantes universitarios, los profesionales solidarios, los sindicalistas y toda la manada de desclasados de Andes y Jardín, con los cuales formábamos una parranda alegre y cargada de discursos y optimismo. En ese entonces, los indios y sus luchas nos representaban, todos éramos “Compañeros” y sin duda, casi todos creíamos que cambiaríamos este país.

Bueno, se celebraron los 200 años y en la programación llevada a cabo quedó reflejado el largo proceso de asimilación cultural, mestizaje y transformaciones profundas que esta comunidad ha sufrido a lo largo de estos dos siglos. No se resiste sin untarse. Cinco de los seis días de la conmemoración empezaron con la “santa misa”, celebración que se realizó en una capilla bien pintada y rodeada de jardín, que está ubicada en lo que puede ser el centro de la comunidad. Hubo también encuentros deportivos, festival gastronómico y mucha cerveza y chicha.

Asistí al evento el viernes 7 y el sábado 8 de julio luego de un viaje de tres horas por una carretera aceptable. Luego de pasar por el municipio de Andes, vallas a los lados de la vía, anunciaban que transitábamos por la comunidad de Karmata Rua. Llegué a una enorme placa polideportiva cubierta, precedida por una tarima en forma de ele y flanqueada por una enorme valla inflable con el corazón que identifica la actual administración del departamento. Chalecos verdes con ese mismo corazón pululaban por doquier, las cámaras de Teleantioquia se solazaban con los primeros planos y las panorámicas del evento lleno de las caras pintadas de los indios. El domingo, día en que llegó el Gobernador encargado del departamento, los chalecos verdes parecían una plaga y los celulares y cámaras no descansaron ante el espectáculo de maestros y maestras, niños y niñas, ancianos y ancianas danzando y cantando melodías tradicionales. Se trataba de recuperar las tradiciones y de mantener la tradición del baile y la música que ya incorporaba salsa, música tropical y popular en el repertorio del grupo musical “Los karmateños”. El sábado fue innegable que los 200 años de fundación de Karmata Rua era un evento de la gobernación de Antioquia.

Bueno, cuando llegué me senté en un extremo de la cancha y me dediqué a mirar la asistencia mientras enormes altavoces molían música de todos los géneros. Perplejo constaté que la mayoría de los asistentes eran cientos de jóvenes y jovencitas, muchas cargando niños o dejándolos jugar y brincar alrededor de la gente.  Después de casi una hora de estar sentado no había saludado o hablado con nadie. Por fortuna, Aquileo Yagari se me acercó y pudimos charlar un rato. Al día siguiente, hablando con mi compadre Pompilio Saigma pude percatarme de la razón de mi inicial soledad. Lo que llamábamos la vieja guardia, un gran número de luchadores indígenas por la tierra y por la organización indígena de Antioquia, ya estaba casi toda muerta:  Apolinar Yagarí, Rubén Gonzáles, Pedro Pablo Yagarí, Aribamía, Torito, Iván, y muchos otros que ya habían vuelto a la tierra, rumbo a los brazos de Caragabí. El repaso de quienes fueron nuestros compañeros de lucha y caminar, me dejó triste y un poco desamparado en el evento. Al día siguiente, la tristeza se acompañaría de desconcierto al tener que recordarle mi nombre a Lucia, Rogelio, Mariano, Jerónimo, María Dolly y a otros que saludé durante la celebración.

En la noche del viernes, me llevaron a conocer la casa cultural o Maloka en donde se hacían rituales de sanación o armonización, viajes con yagé y se hablaba y mambeaba (mascar coca) al calor de una hoguera que rodeaban jóvenes en actitud reverencial mientras mascaban coca. Observé que quien presidía la ceremonia o conversación, era un Jaibaná (chamán) emberá y que en lo que hacía poco había de la tradición del  Benekua, como se llama en emberá al ritual de curación de los jaibanas. El Benekua es básicamente una ceremonia en la cual el chamán invoca sus espíritus para que luchen contra otros espíritus que están causando un mal o un desorden. Entre los emberás todas las cosas tienen un espíritu y tanto la enfermedad como la muerte, son causadas por ellos. Jaibaná significa el que tiene los espíritus.

Mi asombro fue mayor cuando observé que el chamán emberá ahora mascaba hojas de coca como los Arhuacos o los Paeces, consumía reverencial el mambe amazónico (hojas de coca tostadas y pulverizadas revueltas con cenizas de yarumo) y el ambil (extracto de tabaco) y administraba yagé (ayahuasca) como los indígenas Ingas y Kamza. En su relato combinaba el cristianismo con la cosmogonía de varias tribus o pueblos indígenas del país y mientras hablaba, en un murmullo casi inaudible, realizaba unos movimientos elevando las manos en unos gestos que lo dejaban paralizado por unos momentos. En el altar que lo precedía había aguardiente, ron, tabacos, frutas, yagé y otras botellas y frascos cuyo contenido no alcancé a descifrar. Un ayudante o iniciado, fumaba tabacos esparciendo el humo a su alrededor mientras echaba incienso en una vasija de barro donde ardían unos leños. Estuve en presencia de un insólito chamán de chamanes, o la conjugación de muchos chamanes. Este ejercicio de sincretismo me dejó literalmente anonadado.

Al caer la tarde del viernes, el desfile de las chicas transgénero de la comunidad fue algo así como el cierre anticipado del evento. A pamela, Jaima, Marcela, Alexa y Rosana de Karmata Rua, les secundaron en la pasarela tres chicas trans del grupo embera Eyabida. Al ritmo de una atronadora música disco, estas chicas desfilaron enviando besos y saludos a un público que las aplaudía y vitoreaba casi frenéticamente. Fueron dos pasarelas y un desfile conjunto que se iniciaban en la tarima colocada al frente de la cancha. Luego de salir y realizar un breve recorrido, las modelos bajaban por unas escalas de madera haciendo maromas para que los enormes y desgastados tacones y botas no les hicieran una mala jugada. Llevaban sus cuellos adornados con hermosos collares de chaquiras(okamas) y sus caras pintadas con jagua. Una presentadora anunciaba, en lengua emberá, a cada una de las participantes describiendo además su atuendo y el significado del okamá que portaban[1].

¡Qué espectáculo tan especial y disruptivo! ¡Qué epifanía! Seres biológicamente hombres pero realmente mujeres, que habían sufrido todos los vejámenes y toda la discriminación por su condición y esa noche eran recibidas con entusiastas aplausos y algarabía por la comunidad que antes los agredía.  Al final del desfile una de las chicas  tomó el micrófono y reafirmó que eran parte de la comunidad y que desfilaban en pasarelas de moda en New York, Milán o Londres sin olvidar su origen y haciendo conocer sus costumbres y tradiciones. Que ese era su aporte.

Nunca me hubiera imaginado que una pasarela como la que acababa de pasar fuera a representar la celebración de los 200 años de una comunidad que por años fue el estandarte de las luchas por la tierra y la liberación nacional. Era un desfile de diferentes entre diferentes. De unos seres humanos que habían resistido y luchado por un lugar en su pequeño mundo y hoy eran un universo. Quizá el asombro que me arropó desde que llegué a la comunidad, no fué nada distinto al haber vivido y presenciado durante dos días, una ceremonia donde las diferencias eran un orgullo y el  sincretismo y el mestizaje una celebración.

El propósito recóndito al asistir al evento estaba surtido: comprobé que ya no era de ese mundo, que debía desprenderme de 25 años de historia y trabajo con los indios y  alivianarme para el camino que resta. Mi viaje iniciático se bifurcó en innumerables futuros. En uno de ellos la fraternidad seguía siendo una posibilidad de vida.

Una leve llama parpadeó en mi corazón al constatar en ese pequeño mundo indígena el cambio que ya casi se nos escapa.

Medellín, julio 10 de 2023


Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/jesus-ramirez/

[1] https://www.radionica.rocks/cine/werapara-chicas-trans-el-documental-que-llega-salas-de-cine-del-pais

 

Jesus Ramirez

2 Comments

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  • […] Bueno, se celebraron los 200 años y en la programación llevada a cabo quedó reflejado el largo proceso de asimilación cultural, mestizaje y transformaciones profundas que esta comunidad ha sufrido a lo largo de estos dos siglos. No se resiste sin untarse. Cinco de los seis días de la conmemoración empezaron con la “santa misa”, celebración que se realizó en una capilla bien pintada y rodeada de jardín, que está ubicada en lo que puede ser el centro de la comunidad. Hubo también encuentros deportivos, festival gastronómico y mucha cerveza y chicha. (Celebración 200 años.html) […]

  • Chucho, tu columna me produce un asombro que raya en el estupor, pues no se si alegrarme o entristecerme. Un largo camino de batallas heroicas, tantos involucrados que quedaron tendidos en el camino y un evento que no se si fue de memoria o de que?
    De todas formas, mucho tenemos que aprender los Kapunias de esas luchas. Nosotros; los libres, no hemos dignificado nuestras reivindicaciones y estamos detras de el pueblo Karmata Rua.
    Muchas gracias