Una de las decisiones más difíciles que he debido tomar como elector, ha sido escoger el candidato al que le daría mi voto para la presidencia de 2018. Siempre tuve claro que el mejor para gobernar la Colombia del posconflicto y avanzar hacia la reconciliación era Humberto de la Calle.
Lamentablemente, todo indica que votar por De la Calle será botar el voto, pues va de último en las encuestas. Pero es pertinente citar la reflexión que hizo Vladdo en columna para El Tiempo: “un modo patético de perder el voto es dándole el apoyo en las urnas a quien va de puntero (…) por el simple hecho de ser el favorito; así no sea de los afectos de uno, así no lo convenzan sus planteamientos, así represente lo peor de la política”. Y un modo de no perderlo sería “ejercer el derecho a elegir de manera libre y espontánea, sin ninguna clase de presión”. (Ver columna).
Eso suena bonito sobre el papel, porque brinda tranquilidad de conciencia, pero la intranquilidad se apodera del colombiano sensato cuando aplica un simple cálculo matemático: fueron tres los candidatos de la centro-izquierda que hubieran podido ponerse de acuerdo para ejercer un gobierno tripartita, pero no dieron la talla, fueron incapaces de forjar la unidad que habría conducido al más apoteósico de los triunfos. Ahora, frente a la primera vuelta se presenta el altísimo riesgo de que en la repartición de votos entre esos tres (Petro, Fajardo, De la Calle) ninguno de ellos quede y, para infortunio mayor, nos toque escoger entre Iván Duque y Germán Vargas.
En mayo de 2014 escribí una columna titulada Tocó votar por Santos. Allí dije que «la peligrosa mafia que rodea a Óscar Iván Zuluaga y el misterioso manto de silencio de Enrique Peñalosa lanzarán a la izquierda en brazos de Juan Manuel Santos desde la primera vuelta», como en efecto ocurrió.
Pues bien, en esta ocasión he llegado a la convicción de que tocó votar por Petro, a sabiendas de que subsiste el riesgo de equivocarnos, como le pasó por ejemplo a Daniel Samper Ospina cuando apoyó a Peñalosa a la alcaldía de Bogotá y luego hubo de arrepentirse. Pero las monedas tienen dos caras, e igual existe la posibilidad de que convoque a todas las fuerzas de la nación en torno a un “acuerdo sobre lo fundamental”, y nos sorprenda con un gobierno jugado a fondo por la justicia social, como en su momento lo hiciera Pepe Mujica en Uruguay.
Petro es la única alternativa realista para impedir el regreso del nefasto régimen de Álvaro Uribe al poder, solo que en persona interpuesta. Y como dije en columna anterior citando a Hegel, “todo sistema engendra la semilla de su propia destrucción”. Las Farc engendraron su némesis en Uribe, quien las golpeó a un punto en que se vieron obligadas a sentarse con Santos a negociar la paz. Pero Uribe a su vez podría estar engendrando en la figura de Gustavo Petro su propia perdición, pues si este fuera elegido presidente, por primera vez adquiriría consistencia -o inminencia- la posibilidad de que el expresidente fuera a parar a una cárcel. De ahí su afán en hacer elegir a Duque.
Según María Jimena Duzán en columna titulada No le temo a Petro, “sin la guerrilla en armas la posibilidad de una izquierda democrática y moderna se está abriendo campo en el país, lo cual lejos de ser una mala noticia, como muchos colombianos aseguran, es una muestra de que nuestra democracia pese a todos los problemas está ganando en pluralismo y en madurez política”.
Así no sea de nuestro agrado, Petro es quien mejor ha sabido recoger la indignación popular frente a una democracia fallida, cuya más dañina expresión han sido unos altísimos niveles de abstención electoral, a conveniencia de la corruptela política que desde los tiempos del Frente Nacional se ha dedicado a comprar el voto o a hechizar con promesas de culebrero barato a un electorado cada vez más reducido. Hoy en día, vaya paradoja, si ese gigante dormido de la abstención (no medible en las encuestas) se despertara… podría hacer a Petro presidente desde la primera vuelta.
Sin caer en el error de Héctor Abad Faciolince, quien insuflado por su odio contra Petro lo etiqueta y estigmatiza como “criptochavista”, es razonable el temor o recelo que existe en ciertos círculos frente a una eventual presidencia del candidato de la Colombia Humana, en parte porque sus poderosos enemigos harían hasta lo imposible por “hacer invivible la República” petrista, y en parte por sus aparentes dificultades para trabajar en equipo o para desarrollar una eficiente labor gerencial.
Pero nadie mejor que Petro encarna el anhelo de un verdadero cambio radical, y su apuesta por la consolidación de la paz es su mayor activo, y se le debe reconocer -y premiar- que fue el único de los tres candidatos de la centro-izquierda que siempre estuvo dispuesto a someterse a una consulta para definir el candidato de la poderosa coalición que habría arrasado en primera vuelta, si no hubiera sido porque se atravesó como palo en la rueda el capricho de Sergio Fajardo cuando iba de primero en las encuestas y le dio por ponerse de niño bonito: si no era con él a la cabeza, no estaba para atender a nadie.
Por eso este domingo 27 votaré por Gustavo Petro, mientras elevo mis plegarias al Altísimo para que haya dejado atrás su perjudicial soberbia o arrogancia y logre armar un equipo ‘mundialista’, a tono con el evento futbolístico orbital. E invitaré a los lectores que hayan contemplado votar por De la Calle o Fajardo a que capten que el paso de Petro a la segunda vuelta está asegurado, o sea que solo resta darle a nuestro voto la ‘utilidad’ de abrir las compuertas de la esperanza al anhelo nacional de una paz duradera y a una justa distribución del ingreso.
Coincido con Mario Jursich en que votar por Petro puede entenderse como un gesto desesperado de supervivencia, susceptible de salir mal, sí, pero que no se puede dejar de hacer. Si no es ahora, ellos se cuidarán de impedir que lo intente de nuevo dentro de cuatro años. En todo caso, a Colombia le iría peor si el elegido fuera Uribe. (Eh, quise decir Duque).
De remate le escuché este diálogo a @juanito2525, que cae como anillo al dedo:
– Me da miedo que nos pase lo mismo que a Venezuela…
– Qué, ¿que un maniático enfermo de poder aproveche su popularidad para montar un mequetrefe desconocido en la presidencia?