Tocata y fuga: el reggaetón y el arte

“Unos predicaron el ascetismo, otros la licencia, todos la confusión.”

Borges, los teólogos


I

Suelo fantasear con el instante en que Arcangel, Bad Bunny o J Balvin descubren la tocata y fuga BWV 565. Los imagino mezclando a Bach con un dembow y escribiendo una letra sobre el sexo sin compromiso que conjugara con ese sugestivo título: tocata y fuga. Fantaseo porque esa aparente falta de respeto podría ser una de las cumbres del arte.

El ritmo del reggaetón[1] y el de Bach fueron la canción de cuna de mi generación. El primero, patrocinado por Rumba Stereo y Dj Semáforo. El segundo, por el Minuto de Dios y Azúcar Manuelita. Les digo canción de cuna porque nos indujeron ciertas formas del sueño, porque invocaban monstruos de esos que Goya temía.

Quienes crecimos en Medellín en las décadas recientes, contamos con el superpoder inútil de saber de memoria canciones de reggaetón que no hemos buscado nunca por voluntad propia. Lo que al campo son los murmullos de las aves, es el pun-tapunta-pun del reggaetón a la ciudad. No en vano, por lo menos 50 de las 100 canciones más escuchadas en Colombia pueden clasificarse como reggaetón.[2] Pero ¿Qué es el reggaetón?, Moralista Horacio, temeroso de pasiones. En palabras de uno de sus progenitores: “el reggaetón nació en un ambiente de Hip-Hop, con un poco del Dancehall jamaiquino y el sabor y ritmo tropical de Puerto Rico” (Marshall et al., 2010). En esa definición, Vico C parece un padre accidental contando cómo engendró a su hijo en una noche de desenfrenos, lo cual es maravilloso porque manifiesta la esencia azarosa y nocturna del género. El reggaetón es una suerte de mesías concebido en el vientre del antónimo de una virgen, que solo puede considerarse un anticristo en el sentido en que complementa la doctrina de la iglesia, pero ya llegaremos a este punto.

Fouce (2006) define los géneros musicales como marcos de significado. “Un marco construye un mundo posible al que están ligados, valores, experiencias del tiempo y el espacio, saberes y formas de implicación en la situación” (p.202). En el sentido rítmico, un género musical es un formato previo que le sirve al músico para estructurar su mensaje y que le sirve al oyente para entender lo que el músico le quiere transmitir. En el sentido social, un género musical construye su prototipo ideal de oyente y sumerge a quienes lo escuchan en una red de interacciones espaciales y emocionales. Para entender esto fácilmente, uno puede imaginarse cómo se sentiría si en una tienda de ropa sonara música protesta o si en un ascensor sonara death metal. Entonces, para definir el reggaetón hay que entender su herencia rítmica y su herencia social. Este árbol genealógico fue muy bien trasado por la investigación Circuitos Socio-sónicos del Reggaetón, según la cual el reggaetón es hijo del reggae y el hip-hop. Pero no del reggae de Bob Marley ni del hip-hop de Bambaataa, sino de las variantes gánster de estos dos géneros. Del Dancehall heredó su patrón rítmico, el pun-tapunta-pun (más tarde conocido como dembow), y su vocación festiva. Del gansta rap heredó la estética del maleante y el contenido explícito de las letras. Así, a partir de una retroalimentación musical entre Panamá, Puerto Rico, Usa y Jamaica, el género construyó su propio marco de significado, caracterizado por celebrar e invitar explícitamente, o más bien escandalosamente, al sexo y al consumismo, a las drogas y a la violencia. El reggaetón es la manifestación del universo del gánster cuando no está ejerciendo su oficio, cuando está de fiesta, cuando seduce, cuando se enamora, cuando se gasta el sueldo y hace amigos y enemigos.

Por su origen, uno podría pensar que el reggaetón está condenado a ser una música marginal, underground. Pero si revisamos el top 100 de las canciones más escuchadas en el mundo, por lo menos 15 entran en el marco de significado que acabamos de definir, incluyendo la número 1.[3] Esto quizá se debe a esa virtud del arte que nos permite ser felices con felicidades que no nos pertenecen, incluso con las que no estamos de acuerdo y que no aplicaríamos a nuestra vida. Por eso a Borges le gustaba tanto el tango malevo -a veces me pregunto, en noches de insomnio, si le hubiera gustado también el reggaetón-. En este sentido, uno de los secretos del éxito del género es que no conmueve una experiencia vivida, sino una experiencia anhelada. El reggaetón habla menos de la vida urbana que de ciertas aspiraciones urbanas. El gánster, más que una negación de las virtudes modernas es la exacerbación de algunas de sus principales aspiraciones. Eso explica que en Medellín, una ciudad de negociantes, emprendedora, pujante, pegue tanto el reggaetón, porque el reggaetón habla de la vida empresarial y el cartel de Medellín ha sido la empresa más exitosa de Colombia. Y los reggaetoneros lo repiten como un mantra: “desde la tierra de Pablo”. Además, como las clases altas también tienen aspiraciones, existe esa extraña variante, el reggaetón pop, que de cierta manera refleja el curioso lamento de los adinerados por no haber nacido en un gueto. Finalmente, quizá el reggaetón pega, ante todo, porque es pegajoso.

 

II

El reggaetón es a la sociedad lo que las groserías son al individuo, eso que despreciamos en ambientes formales pero que reproducimos constantemente en nuestra vida cotidiana. El reggaetón es grosero porque quiere serlo, porque eso favorece su masificación. Lo grosero es masivo porque escandaliza, pero también porque permite la intimidad del amigo, un amigo con el que podemos desahogar nuestros instintos más básicos. Una grosería es una pasión sin filtro, esa es la diferencia entre “el bacalao a mí me gusta afeitao”[4] y “el origen del mundo”[5]. Nuestra sociedad censura las groserías porque teme a las pasiones sin filtro, por eso censura al reggaetón y al tiempo lo anhela. Bataille (2007) explica este temor y este anhelo. Las sociedades y los credos se han ensañado contra el sexo y las pasiones porque todo desbordamiento pone a la comunidad en un peligro potencial, de ahí el temor. Pero como al mismo tiempo la pulsión erótica es lo que permite su reproducción y supervivencia, nace el anhelo. Para reconciliar la necesidad y el peligro, asuntos como el sexo y la ebriedad se han limitado, pero no prohibido.

El sexo no es un tema restringido, es un tema modelado. Según Foucault (2017), no es que occidente haya convertido el sexo en un tabú, sino que institucionalizó, desde la edad media, un discurso sobre la forma cómo la sexualidad se debe vivir. Con raíces estoicas y escolásticas se constituyó la Scientia Sexualis, una forma de vivir la sexualidad que privilegia la procreación y denigra el placer y los apetitos físicos. Conforme a este discurso se considera inmoral el sexo que no tenga como propósito construir una familia. El reggaetón pareciera romper con esa tradición respondiendo al ascetismo cristiano con un hedonismo irresponsable. Y aunque responder a un extremo con otro es una forma de subversión (la más peligrosa e inconsciente), el reggaetón más que reivindicar escandaliza. Pensar que el reggaetón es una música rebelde solo porque habla de sexo explícitamente es lo mismo que pensar que el porno es arte erótico, y que juntos nos salvarán de la iglesia y el matrimonio. Per muy bien sabe la generación que nos precede, el porno más que hacer el matrimonio aborrecible lo hace sostenible. El reggaetón funciona como una zona de tolerancia, en lugar de derrumbar el orden en que está inmerso, ayuda a que se mantenga.

La rebeldía del reggaetón no reside en su discurso, sino en lo que demuestra y genera. Es más un efecto colateral que una intención directa. Cuando tiene la intención directa de ser rebelde se vuelve políticamente correcto o cristiano. La rebeldía indirecta del reggaetón consiste en develarnos nuestra hipocresía, en permitirnos asimilarla, tocarla sin amarla y sentir una mezcla de vergüenza y deseo. Y eso está muy bien, hay que perriar la hipocresía de vez en cuando, la profunda hipocresía de una sociedad donde persiste una moral puritana, pero que necesita exacerbar todo tipo de deseos para no derrumbarse.

 

III

Quienes juzgan al reggaetón como una música vulgar tienen razón. Sin embargo, se equivocan al pensar que vulgar es un insulto. El reggaetón es vulgar porque viene del vulgo y es vulgar, por extensión, porque es grosero. Pero eso, antes que quitarle su valor, lo reivindica como forma de expresión de las posibilidades humanas. La crítica moralista es, naturalmente, una crítica reaccionaria. Hay que agradecerle al reggaetón, siempre es bueno ver un moralista escandalizado. Por otro lado, quien defiende al reggaetón comparándolo con el Rock, el Jazz y el Tango porque fueron estilos musicales primero denigrados y luego aclamados, olvida el carácter de mercancía que está en la razón de ser del reggaetón mucho más que en estos otros géneros. De hecho, entre los cantantes de reggaetón el estatus se mide en ventas (“medio millón de copias obligao”[6]) o en ingresos (“esto no es el más que suene, vamos banco a banco a ver quién es el más que tiene”[7]). Walter Benjamín (2003) y Bertolt Bretch[8] ya nos habían advertido del arte que deviene mercancía cuando se preocupa más por figurar que por alcanzar cualidades estéticas. Para Benjamín (2003), la reproductibilidad técnica deshace el carácter cultual de la obra de arte, le quita su aura, su singularidad, su aquí y ahora. Benjamín temía, precisamente, el momento en el que la calidad del arte se midiera según su cantidad de reproducciones. Por fortuna, el carácter cultual del arte no ha desaparecido, solo ha atravesado distintas metamorfosis. Ese cine que Benjamín miraba con desconfianza nos ha entregado muchas de las grandes obras de nuestro tiempo y ha consolidado sus propios rituales de contemplación. Aquí, de nuevo, el valor del reggaetón no reside en lo que dice ni en lo que pretende, sino en lo que genera. No conozco un ejemplo más vívido del aquí y ahora que el perreo, en palabras de Jory: “dale aprovecha que aquí estoy, después de hoy quizá no se dará otro chance”[9]. Las canciones de reggaetón parecen existir y cobrar significado solo cuando se convierten en baile, y su carácter pasajero brinda la posibilidad de nunca volver a bailar la misma canción, como diría Heráclito: “no se perrea dos veces el mismo tema”.

En las raíces de occidente está el culto a la locura, a la ebriedad y al desenfreno. El reggaetón es el ritual dionisiaco de nuestro tiempo. Y como canto a las ménades integra todo lo que los excesos tienen de criticable y obsceno, pero también todo lo que tienen de potencial artístico. Cuando Nietzsche (2012) dijo que el nacimiento de la tragedia no debió ser un libro sino una canción, estaba pronosticando un posible reggaetón del futuro. La tragedia nace del acuerdo entre el desbordamiento de Dioniso y la moderación de Apolo. La tragedia, esa que Nietzsche, siguiendo a Hegel, consideraba la expresión estética más elevada, yace latente en el reggaetón. De hecho, el perreo como rito, por la sutileza que lo diferencia de la orgía, por insinuar más que explicitar, por saber invocar la seducción del punto intermedio, que no se desborda ni se cohíbe, encarna dicha potencialidad trágica. Mi fantasía es que alguien logre domar ese torrente dionisiaco, subido en la balsa impertérrita de Apolo, que logre convertir el fuego devorador del incendio en el fuego iluminador de la vela. Es más, Apolo “el que hiere de lejos” sería un buen A.K.A para un hipotético reggaetonero que lograra que Dioniso hable de nuevo el lenguaje de Febo.

Así como Séneca fue antecesor de Shakespeare, el cinematógrafo de los Lumière del cine de Coppola, los Salmos del Góspel y el Calcio Storico del Fútbol, hay ciertas manifestaciones estéticas que preparan el camino para que lleguen nuevas formas de arte. Aunque a veces pienso que el reggaetón ya alcanzó sus cumbres, que lo que nos dijeron Shakira (Hips don’t lie), Tego (el Abayarde) y Don Omar (The Last Don y King of Kings) era lo mejor que el reggaetón podía decirnos, que todo lo demás es una copia -a menudo mediocre- de esas cumbres, que el reggaetón ya se acabó y el mundo no se ha enterado. Aunque a veces pienso todo eso, me queda la esperanza de que alguien sepa armonizar la voz con la que hablamos en público (la de Apolo) con la voz con la que hablamos en la intimidad (la de Dioniso), y que logre así conjurar en música esa voz con la que nos hablamos a nosotros mismos. Porque -retornando al inicio con Nietzsche- para afirmar que la vida merece vivirse hay que saber mezclar a Bach con un dembow.


Referencias

Bataille, G. (2007). El erotismo. Mexico D.F.: Tusquets.

Benjamin, W. (2003). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica . Mexico D.F.: Itaca.

Foucault, M. (2017). Historia de la sexualidad 1: la voluntad de saber. Mexico D.F.: Alianza.

Fouce, H. (2006). Géneros musicales, experiencia social y mundos de sentido. ECO-POS-v.9 n.1. janeiro-julho , 199-209.

Marshall, Wayne, & Rivera, Raquel Z., & Pacini Hernandez, Deborah (2010). Los circuitos socio-sónicos del reggaetón. Trans. Revista Transcultural de Música, (14),1-9. [fecha de Consulta 11 de agosto de 2020]. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=822/82220947017

Nietzsche, F. (2012). El nacimiento de la trágedia. Alianza.

[1] Como una forma de homenajear su ritmo repetitivo, repetiré la palabra reggaetón todo lo que pueda.

[2] Según el ranking de Spotify, consultado el 09/08/2020.

[3] Idem.

[4] Tego en Métele Sazón.

[5] Courbet en 1866.

[6] W&Y en Rakata.

[7] DY en Llegamos a la Disco.

[8] Citado en el texto de Benjamín.

[9] DY Ft. Nova y Jory en Aprovecha

Boris Álvarez Alzate

Boris Álvarez, politólogo y estudiante de literatura.

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