Terror

Al mismo tiempo, en los años ochenta y noventa, (…) el barrio Cartucho empezó a ser invadido paulatinamente por traficantes de droga, conocidos como jíbaros, habitantes de calle, delincuencia y prostitución”


Todo un capítulo de terror se ha vivido en Bogotá en los últimos meses.

Según informes de la Alcaldía Mayor de Bogotá, en lo que va corrido del año se han presentado 21 casos de asesinatos violentos en la ciudad.

Lo curioso de estos 21 casos es que todos han sido efectuados de manera muy similar; cotidiana se ha vuelto la escena en los noticieros de televisión, donde los bogotanos y el resto del país hemos visto a los hombres del CTI de la fiscalía inspeccionar bolsas y costales abandonados en distintos puntos de la capital, con cuerpos humanos previamente descuartizados y torturados.

No es la primera vez que ocurren casos de tal magnitud en esta historia de terror, pues eso es la historia de Colombia, una historia de terror.

En la época de La Violencia bipartidista en Colombia, entre 1940 y 1960, cuando liberales y conservadores se perseguían y se mataban entre sí, era constante y cotidiano el asesinato violento entre ambos bandos. Entre las prácticas de asesinato violento existía algo que llamaban “la corbata colombiana, o el corte de corbata”; esto era un tipo de asesinato en el cual la garganta de la víctima era cortada horizontalmente con un cuchillo, machete u otro objeto cortante y la lengua era extraída por la herida abierta. Estas prácticas violentas y atroces eran sobretodo usadas por los ejércitos políticos denominados como los Pájaros y los Chulavitas, de ideología ultraderechista, pero tiempo después las guerrillas de izquierda colombianas empezaron a usar estas prácticas violentas como método de asesinato y venganza.

En los años setenta y ochenta, el paramilitarismo al llegar a su auge, igualmente empezó a usar estos y otros métodos violentos para acribillar a sus víctimas; se narra en algunos libros de historia, que algunos tildan de amarillistas y exagerados, como los grupos paramilitares de autodefensa en Colombia, durante los años ochenta, noventa y la primera década del dos mil, desmembraban a sus víctimas con machetes y motosierras después de torturarlas y asesinarlas; igualmente por testimonios contados de ex paramilitares ya desmovilizados, se llegó a saber que estos sanguinarios hombres, llegaban al extremo de jugar fútbol con las cabezas de sus víctimas previamente decapitadas. Igualmente el cartel de Medellín, quien libró una guerra atroz contra el Estado colombiano, en sus prácticas violentas, llegó a usar estos método de tortura, descuartizamiento y desmembramiento con sus víctimas, además de los miles de atentados con explosivos que le ayudaron a ocupar su lugar en esta historia violenta y terrorífica.

Al mismo tiempo, en los años ochenta y noventa, en el centro de Bogotá, a unas escasas seis o siete cuadras u ochocientos metros de la Casa  de Nariño, el Congreso de la república, el Palacio de justicia, la Catedral Primada de Colombia, la Alcaldía mayor de Bogotá, la Plaza de Bolívar, el Centro Histórico de Bogotá y lo que llaman el centro político del país, el barrio Cartucho empezó a ser invadido paulatinamente por traficantes de droga, conocidos como jíbaros, habitantes de calle, delincuencia y prostitución. En menos de diez años, este barrio se convirtió en una olla de micro tráfico y delincuencia sin que el gobierno distrital se diera cuenta, ni actuara. Sin embargo, a finales de los noventa, en la alcaldía de Enrique Peñalosa, este peligroso sector fue demolido y desalojado, para que en su lugar se construyera lo que hoy conocemos los bogotanos como el Parque Tercer Milenio.

Pero el problema no acabó ahí, pues a pesar de la intervención por parte de la Alcaldía Mayor de Bogotá, no hubo un acompañamiento social a estas personas que se encontraban allí, algunas amenazadas, secuestradas y otras dominadas por los vicios, sino que estas, al no tener un tratamiento especial de rehabilitación y una transición hacia la vida social, lo que hicieron fue trasladarse de un lugar a otro, sin dejar de ser las mismas personas, con los mismos problemas. Por su parte, los jefes y verdaderos dueños de estos mini carteles o bandas del microtráfico, siguieron con sus actividades ilícitas y su negocio lucrativo, pero esta vez en diferente lugar. Estas ollas, que el clasista parásito Enrique Peñalosa dice orgulloso, haber acabado, en realidad no se acabaron, sino que se trasladaron invadiendo barrios aledaños al desaparecido Cartucho, como el barrio San Bernardo y Santa Inés.

Después de desaparecida la olla del Cartucho, se crearon dos ollas más: “El Sanber”, y “El Bronx”, ubicadas en los barrios San Bernardo, Santa Inés y una parte del Eduardo Santos respectivamente. En pocos años, a finales de los años noventa y principios del dos mil, estas ollas fueron creciendo hasta convertirse en un  nuevo dolor de cabeza para la ciudad.

Para el 2012, el entonces alcalde Gustavo Petro, recién elegido, empezó a hacer pequeñas intervenciones, estas sí sociales, llevando ayudas humanitarias e intentando paulatinamente intervenir estas zonas durante toda su alcaldía; sin embargo, sus intervenciones, aunque de fondo intentaron dar una solución pacífica a esta problemática, no alcanzaron la magnitud del impactado necesario para darle solución a esta problemática que afectaba seriamente la seguridad de la ciudad en esta zona del centro.

Para el año 2016, de nuevo es elegido como alcalde mayor de la ciudad, Enrique Peñalosa, quien inmediatamente ordena intervenir violentamente estas dos zonas por parte de la policía y el ejército, quienes en una serie de operativos logran recuperar la zona y desalojar a las personas que allí se encontraban, entre ellos: habitantes de calle, drogadictos, trabajadoras sexuales y centenares de personas involucradas en hechos delictivos. Igualmente fueron allí encontradas personas que estaban en contra de su voluntad, secuestradas o en el peor de los casos, enterradas, ya muertas.

Cabe aclarar que en dichos operativos fueron arrestados varios delincuentes que trabajaban para los dueños de estas ollas, mas sin embargo no se llegó a la raíz del problema.

En ambas intervenciones, tanto la del Cartucho, como la del Sanber y el Bronx, lograron ser desmantelados físicamente estos lugares de delincuencia, donde se cometieron por varios años hechos atroces como descuartizamientos de cuerpos humanos, asesinatos, violaciones a derechos humanos, y un sinfín de delitos atroces. Los informes de los seguimientos que se hicieron por años a estas ollas, dan muestra de que estos barrios, por años funcionaron como verdaderas repúblicas independientes del crimen, con sus propias reglas y normas, con sus propios gobernantes y donde no entraba ni Dios ni la ley.

Hechos que parecen de ficción o de una película de terror como tener a un cocodrilo en una piscina para que se comiera vivo a quien no pagara por la droga consumida, o perros Rottweiler para que despedazara vivo a quien incumpliera con el “código interno del Bronx”, o una sala de tortura para desmembrar a machetazos o con sierra eléctrica y guadañadoras a personas que incumplieran el “código interno del Bronx”, son algunos testimonios recogidos por personas rescatadas de estas ollas al igual que informes dados por las autoridades que llevaron a cabo por años la investigación que dio “fin” a estas ollas de microtráfico en la ciudad y que cobraron la vida de varios agentes infiltrados que fueron descubiertos y posteriormente asesinados vilmente, o que se perdieron en el vicio de las drogas prohibidas.

A partir del desmantelamiento y desmonte de estas ollas, la delincuencia en Bogotá dejó de localizarse en estas zonas específicas del centro de la ciudad y la percepción de inseguridad se empezó a sentir ya en toda la ciudad.

Aquí es donde volvemos al principio. Hasta el día de hoy, los bogotanos seguimos siendo testigos de hechos atroces como el hallazgo de cuerpos desmembrados y torturados, abandonados en bolsa en varias zonas de la ciudad.

El sicariato en Colombia ha estado desde hace varias décadas. En los años setenta y ochenta el cartel de Medellín se hizo famoso, entre otras, por su ejército de sicarios, jóvenes pobres de la ciudad de Medellín que el cartel de droga reclutaba para que asesinara a sangre fría a sus objetivos militares. Entre el sicariato, se podría decir que caben dos denominaciones: el sicariato objetivo y el sicariato de mensaje. Así lo define Andrés Nieto, analista político de la universidad central y ex Subsecretario de seguridad de Bogotá.

El sicariato objetivo, dice, lo que busca es eliminar un objetivo preciso y previamente identificado. Es decir, se busca eliminar a cierta persona por una causa, razón o motivo específico. Mientras que el sicariato de mensaje, como su nombre lo indica, lo que busca es dejar un mensaje claro y visible. Mientras que en el sicariato objetivo no se busca dejar huellas ni llamar tanto la atención, en el sicariato de mensaje lo que se busca es precisamente llamar la atención. Se busca asustar y dejar claro una forma de actuar, una forma de venganza. Por eso se explica la actuación uniforme de los hallazgos de cuerpos desmembrados dejados en bolsas de basura o costales, además dejados en zonas públicas de la ciudad, donde puedan ser encontrados por personas comunes, por personas recicladoras y de la limpieza. Es precisamente lo que buscan este tipo de crímenes, hacerse públicos, llamar la atención, hacerse sentir presentes.

Se maneja la hipótesis de que estos sucesos podrían estar relacionados con ajustes de cuentas, venganzas o deudas de honor, o también con una guerra entre bandas de microtráfico, que buscan quedarse con el negocio del tráfico de drogas ilegales en la ciudad. Igualmente, por su forma peculiar de actuar y de demostrar su poderío dejando estos mensajes, no estaría muy lejana la idea de que esta guerra la estén librando quienes siempre han tenido el dominio del negocio de tráfico de drogas en la ciudad, los mismos líderes que jamás fueron ni han sido combatidos de raíz, y que jamás se han ido, sino que simplemente se han trasladado de un lugar a otro dentro de la ciudad.

Lo cierto es que nada está claro aún. La ciudad sigue pávida presenciando esta película de terror, ya no en un punto específico del centro de la ciudad, sino que ahora el problema no se sabe dónde aparecerá; ya no se sabe si mañana al salir a comprar lo del desayuno se encontrará una bolsa o costal con algún cadáver, o parte de él dentro.

Yo espero, y sé que usted, lector, también, que esto cambie. Que se acabe tanta violencia en Bogotá y en todo el país. Que se acabe esta película de terror. Que el nuevo gobierno nacional pueda trabajar mancomunadamente con el gobierno distrital y los demás gobierno locales para alcanzar por fin la paz total tan anhelada. Que cesen las masacres, los asesinatos, las muertes violentas, la percepción de inseguridad. Que se acabe esta incertidumbre con la que uno sale a la calle, sin saber si volverá con vida. Es la esperanza de muchos, alcanzar la paz por fin.


Otras columnas del autor: https://alponiente.com/author/jeisonsierra99/

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.