Cuenta una publicidad que ahora hay más terraplanistas que en el siglo XX. Seguramente es verdad (aunque solo sea porque somos más gente en el planeta) pero en realidad quiere ser una advertencia: ahora hay más gente que se cree gilipolleces.
Eso tiene una cara mala y otra peor. La mala es que todo el mundo tiene ya criterio científico sobre cualquier cosa, sea un virus, un volcán, las relaciones entre una pareja de famosos, la constitucionalidad del Estado de Alarma o el tiempo que hace en Caracas, Venezuela, eje del mal. La peor, es que se criterio científico se obtiene de sitios cuyo compromiso con la verdad es el mismo que el de un mono encargado de la custodia de un manojo de plátanos.
La derecha deep, esto es, la que está detrás de los partidos intentando manejar los hilos de las cosas, ha aprendido y tiene planes A, B, C y D. Y los que hagan falta.
Varios de esos centros de creación de verdad alternativa andan empeñados en poner palos en las ruedas constantemente a la izquierda, inventando, conjeturando y principalmente mintiendo, buscando enfados, pullas, recados, advertencias y purgas, apoyados, en alguna ocasión, por la equívoca alianza de gente en busca de que les hagan casito y terminan colaborando en la invención de conflictos inexistentes para parecer más listos y estar al cabo de cosas ocultas que los demás desconocen. Es la misma voluntad cretina de los voceros de los apocalipsis: pintan todo tan oscuro no para abrir ventanas, sino para contarnos que ellos leen el futuro mejor que los demás.
Es evidente que la derecha deep (la del deep State), esto es, la que está detrás de los partidos conservadores intentando manejar los hilos de las cosas, ha aprendido y tiene planes A, B, C y D. Y los que hagan falta. Basta ver que todo el entramado del ex Presidente José María Aznar en Atlas Network, que es el que ha organizado a toda la reacción en América Latina, está en los papeles de Panamá y no pasa nada (incluido Durán Barba, la consultora que ha hecho la campaña de casi todas las derechas y a la que ni jueces ni medios de comunicación le reclama lo más mínimo, mientras a las consultoras de la izquierda las quieren aniquilar).
Basta ver en España cómo cuando les fracasó el Podemos de derecha que quiso ser Ciudadanos, recurrieron a una fuerza de extrema derecha, VOX, a la que le pasaron espacio en los medios de comunicación, dineros, encuestas favorables y blanqueamiento general para que sostuviera al PP. De la misma manera que sigue operando ese control por detrás de la Sala Segunda del Supremo (ahí está la condena a Alberto Rodríguez) y esa advertencia que lanzó Cayetana Álvarez de Toledo de que el muro de contención del Gobierno de coalición –es decir, el muro de contención de la voluntad popular que decide quién gobierna- iban a ser los jueces.
Entre 1944 y 1945, en Yalta y Potsdam, las potencias que iban a ganar y luego ganaron la Segunda Guerra Mundial se repartieron el mundo en esferas de influencia. La península ibérica, como toda la Europa occidental, quedaba bajo la influencia de Washington, y la Europa oriental, bajo la soviética. Eso salvó el régimen a Franco y condenó a España a cuarenta años de dictadura y cuarenta de convalecencia, como dice el magistrado Martín Pallín. El mandato era claro: ninguna fuerza política a la izquierda de la socialdemocracia podía entrar en un gobierno de un país donde la OTAN dictaba las normas. Así pasó con la Revolución de los claveles en Portugal, así pasó cuando Mitterrand metió a cuatro ministros comunistas en su gobierno y tuvieron que terminar saliendo. Esa es la maldición de la momia que ha roto Podemos con el Gobierno de coalición y que la derecha profunda no perdona.
Hay tiempos de revueltas históricas, que descongelan «el juego de la historia». Una primera secuencia nacería con la Revolución Francesa de 1789 y se cerraría con el fracaso de la Comuna de París de 1871 y el fusilamiento de al menos 25.000 communards. La segunda secuencia nacía en 1917, con la revolución rusa y terminaría en algún momento entre la crisis económica de 1973 y la caída del Muro de Berlín en 1989
Plantea Alain Badiou una hipótesis en El despertar de la historia (2011) muy adecuada para entender un tiempo de terraplanistas (negacionistas de las vacunas y las enfermedades, enemigos de la ciencia, defensores de todo tipo de conspiraciones menos de las verdaderas, propagadores de fake news y votantes de la extrema derecha y sus abscesos).
Dice el filósofo francés que hay tiempos de revueltas históricas, que descongelan «el juego de la historia». Acontecimientos marcados por fuerzas irrefrenables que abren un nuevo tiempo histórico. Mirando hacia los dos últimos siglos, identifica una primera secuencia que nacería con la Revolución Francesa de 1789 y se cerraría con el fracaso de la Comuna de París de 1871 y el fusilamiento de al menos 25.000 communards. En ese momento, la revolución se entendía como derrocamiento insurreccional del orden establecido. Como la lucha contra el Antiguo Régimen. Era un momento de grandes liderazgos (Robespierre, Marat, Danton, Napoleón…), donde se unieron la burguesía que derrocó a la aristocracia y luego los burgueses a los que no dejaron ocupar el lugar de la aristocracia junto con una clase menestral y crecientemente obrera que empezaba a articularse (El manifiesto comunista de Marx y Engels es de 1848).
Después de esos procesos de despliegue del ánimo emancipador vienen momentos de repliegue. En los tiempos valle, las fuerzas progresistas entran en una suerte de depresión con dificultades para salir de posiciones defensivas, para volver a tener un marco global de transformación económica y social, para entender lo que está pasando
La segunda secuencia nacía en 1917, con la revolución rusa y terminaría en algún momento entre la crisis económica de 1973 y la caída del Muro de Berlín en 1989. Aquí siguen existiendo liderazgos fuertes pero la herramienta para conquistar el poder va a ser a través del partido. Es la irrupción de las masas en la vida social y en la política. Y por eso mismo, el número de gente que acompañó con consciencia esos procesos emancipadores fue mayor que en el periodo abierto en 1789. La organización de la clase obrera consciente ha sido el principal impulso de cambio del siglo XX.
En la hipótesis de Badiou es muy interesante ver que después de esos procesos de despliegue del ánimo emancipador vienen momentos de repliegue. Las puertas y ventanas que llevaron a los procesos de independencia latinoamericana a comienzos del siglo XIX, al proceso constituyente de Cádiz en 1812 o a las revoluciones de 1830 y 1848, que desplegaron el socialismo y el comunismo por el mundo en el siglo XX, que sacaron a Rusia y China del feudalismo o lograron los Estados sociales y el desarrollismo, son seguidos de «tiempos valle», donde se cierran los caminos y se consolidaun repliegue de la emancipación, un mientras tanto, a la búsqueda de nuevas condiciones, nuevos sujetos y nuevos acontecimientos. En los tiempos valle, las fuerzas progresistas entran en una suerte de depresión con dificultades para salir de posiciones defensivas, para volver a tener un marco global de transformación económica y social, para entender lo que está pasando, para procesar por qué los sujetos que debieran protagonizar el cambio apoyan a la reacción o por qué ya no valen los instrumentos que fueron útiles en los momentos anteriores. Esto es lo que ha pasado en los últimos treinta años y es lo que explica por qué la socialdemocracia incluso se hizo neoliberal.
el nuevo impulso emancipador seguirá teniendo liderazgos, tendrá partidos pero necesita un nuevo elemento porque los dos anteriores por sí solos ya no vales: necesita los movimientos. ¿Por qué? Pues porque se ha ampliado enormemente la conciencia ciudadana
Acompañando esa hipótesis podríamos decir que en algún momento se abrirá, después del impasse que marca el fin de la historia que representa la desaparición de la URSS en 1991, una tercera secuencia. Si no es que se ha abierto ya, con motivo de la crisis de 2008, las primaveras árabes, los movimientos indignados (que forman parte del análisis de Badiou y que en España ha seguido Amador Fernández-Savater) y lo que salga después de la COVID-19.
Siguiendo con el análisis, el nuevo impulso emancipador seguirá teniendo liderazgos, tendrá partidos pero necesita un nuevo elemento porque los dos anteriores por sí solos ya no vales: necesita los movimientos. ¿Por qué? Pues porque se ha ampliado enormemente la conciencia ciudadana, porque hay muchísima más gente que sabe leer, escribir y navegar en las redes sociales, porque la abundancia de información hace que todo el mundo tenga o crea tener una opinión sobre casi todo de manera que no basta ni un liderazgo casrismático que te movilice con la emoción y te baje línea ni un partido que te organice sin darte explicaciones. La emancipación va a tener que ver con los partidos-movimiento, un momento posterior al actual de los partidos (todos prácticamente cartelizados en la expresión de Katz y Mair) donde tendrán que, al tiempo que sigan siendo parte del Estado, volver a ser parte de la sociedad civil pero de una manera diferente a los partidos de masas de comienzos del siglo XX.
Cualquier Frente Amplio necesita una estructura, un diálogo interno, capacidad de representación en el conjunto del país, credibilidad y solvencia (que la da la coherencia de los liderazgos y la voluntad de persistencia de los partidos, algo de lo que carece un instrumento político que se organice sobre una persona ¡Y esto es un análisis no un recado para nadie!) y huir del principal enemigo de una fuerza política: las divisiones y las luchas internas.
Es en este marco general en donde hay que entender a Podemos y también al Frente Amplio que algunos llevamos planteando desde el arranque de la formación morada (un Frente Amplio donde Podemos tenía en ese momento la tarea de ser nave nodriza, esto es, ser el eje que permitiera articular con una mínima estructura una sociedad compleja donde habría partidos, personas, movimientos sociales, sindicalistas…). Cualquier Frente Amplio necesita una estructura, un diálogo interno, capacidad de representación en el conjunto del país, credibilidad y solvencia (que la da la coherencia de los liderazgos y la voluntad de persistencia de los partidos, algo de lo que carece un instrumento político que se organice sobre una persona ¡Y esto es un análisis no un recado para nadie!) y huir del principal enemigo de una fuerza política: las divisiones y las luchas internas.
Y por eso vengo insistiendo que es prácticamente imposible lograr eso al margen de las formaciones políticas (igual que lo sería hacerlo en solitario desde un solo partido o cerrando la puerta a todo lo demás que está organizado en otros lados y comparte el ánimo transformador). Hay que entender igualmente el reto descomunal que implica aceptar ese desafío. Y por eso las constantes muestras de apoyo y agradecimiento a quienes asumen esa carga, como ocurre con Yolanda Díaz.
Podemos ha hecho su tarea, que se mide no solamente por sus logros, sino por la rabia que contra los morados han desatado las élites que desde al menos hace doscientos años mandan en España. Podemos ha roto la maldición de Yalta y Potsdam y gracias al primer gobierno de coalición desde hace ochenta años acaba de acordar los primeros presupuestos que van a lograr que se cumpla la Constitución en vivienda y alquileres (el eje de la corrupción ligada al ladrillo con la que el PP ha ganado elecciones), que las grandes empresas empiecen a pagar al menos el 15%, que se duplique la ayuda a la dependencia construyendo el Cuarto pilar del bienestar y se empiece a tomar en serio el cambio climático y los derechos de las mujeres. Porque en esta tercera oleada emancipadora, mujeres y ecologismo (expresadas ambas en la agenda 2030 de Naciones Unidas) van a ser los dos principales sujetos de transformación.
Precisamente las dos bestias negras de los terraplanistas de la extrema derecha.
En esta nueva etapa, Podemos quiere y necesita a Yolanda Díaz, y Yolanda Díaz quiere y necesita a Podemos igual que ella quiere, necesita y está obligada a ensanchar el espacio electoral a la izquierda del PSOE: partidos, movimientos, sindicatos, intelectuales, activistas, plataformas… En eso no hay ninguna duda. Lo complicado será cómo articular políticamente ese espacio para que funciones. Por eso todos los que creemos en la potencialidad de esta transformación en marcha tenemos que hacer nuestra parte para sumar. Por eso los que tengan muchos agravios tendrán que ponerse de lado, porque es tiempo de sumar, no de fragmentar. Quien no pueda o no sepa hablar, no tiene espacio en la construcción de lo que tenemos por delante. La derecha meterá ruido, inventará conflictos, invitará a las rupturas. Los terraplanistas políticos, que también existen en la izquierda, seguirán queriendo ser cabeza de ratón antes que cola de león. Volverán a equivocarse. Ojalá escuchen. Yo confío en el buen juicio de Díaz y su capacidad y voluntad de sumar.
Hace cinco años, visité en Montevideo a Pepe Mujica para saludarle y que me contara del ejemplo más consolidado de Frente Amplio que conocemos, el del Uruguay, fundado entre otros por Líber Seregni en los tiempos duros de 1971. Recuerdo que lo primero que me dijo fue: mira, el Frente Amplio es más amplio que frente. La entonces Vicepresidenta Lucía Topolansky se río y apostilló: «si supieras lo difícil que ha sido y es…».
Pues eso. Como para no tener nosotros toda la disposición a hablar y hablar y hablar….
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