«En los instantes históricos colectivos o individuales, vale la pena detenerse a considerar si lo que será histórico es una equivocación o un acierto, si lo que permanecerá es una afrenta o una proclama, si quien la realizará quedará rayado o superado por sus consecuencias»
Nulo de ideas… La fecha de entrega está aquí. En lo que llevo del día, después de cerrar los ojos un rato y aliviar la fatiga, entreveo algo presentable. Le doy forma, conectando esto con lo otro, y, de hecho, es más que presentable. O a eso me aferro para no dar tantas vueltas y volver al mismo sitio. Tomando un faro, los «Pensamientos» de Elisa Lerner en Casapaís, me permito desabrochar el ceñidor de las pretensiones y relajarme con lo que traiga a tema. Algo ha de salir pues: no estoy tan exprimido como para no tener ni una anécdota qué contar.
Y me valgo de Bécquer, cuyas cartas son una confidencia y un develamiento de los intríngulis del periodismo —en vida solo publicó en periódicos y revistas; al morir dejó obra para que «unos pocos buenos amigos» la recopilaran y la publicaran:
Después de apurar mi taza de café, y mientras miro danzar las llamas violadas, rojas y amarillas a través del humo del cigarro que se extiende ante mis ojos como una gasa azul, he pensado un poco sobre qué escribiría a ustedes para El Contemporáneo, ya que me he comprometido a contribuir con una gota de agua a llenar ese océano sin fondo, ese abismo de cuartillas que se llama un periódico, especie de tonel que, como el de las Danaidas, siempre se le está echando original y siempre está vacío.
Ahora el abismo es de entradas y al tonel se le sigue echando y se le echa con la prontitud apurando y apurando a que se le cumpla.
Sin más dilaciones, a lo que vine: en «El renegado o un espíritu confuso» un seminarista se escapa a una «ciudad de sal» con el arrebato de traerlos a su religión y a su Dios por medio de las ofensas que reciba de sus barbaridades; mas el seminarista acaba rindiéndole culto al dios de ellos, al fetiche, a la maldad suprema. Del bien caritativo y conquistador pasó al mal grotesco y cruel: el protagonista acaba por matar al misionero que encabeza la toma de la ciudad por parte de unos soldados —la derrota del fetiche—. La historia sería el ascenso de una transformación del mal, sin atributos de otra índole, si no se permitiera al seminarista, al ser clavado en la cruz, decirle con el pensamiento, pues le cortaron la lengua, al sumo sacerdote del fetiche clavado junto a él: «Deja esa cara de odio, sé bueno ahora, nos hemos equivocado, comenzaremos otra vez, reharemos la ciudad de la misericordia, quiero volver a mi patria»: de renegar del bien pasó a renegar del mal para volver al bien… cuando ya era tarde…
De este tipo de errores los hay históricos, gestados por quienes deciden el futuro de naciones y pueblos, por quienes manejan con su mal humor o su carisma el mal humor y el carisma de muchos humanos: el carnicero Dyer, Harru S. Truman —que «al cumplir los 75 años [1959] y hacer un repaso de su vida, solo ha mencionado un único error del cual se arrepiente: no haberse casado antes de los treinta»…
Y, también, de ese tipo de errores los hay individualmente históricos: el Capellan le declara a Madre Coraje: «Están enterrando al Mariscal. Es un instante histórico». Y ella responde escéptica: «Para mí es un instante histórico el que le hayan golpeado en el ojo a mi hija. Ya está medio rota, un marido no ha de conseguir, y encima está loca por las criaturas».
En los instantes históricos colectivos o individuales, vale la pena detenerse a considerar si lo que será histórico es una equivocación o un acierto, si lo que permanecerá es una afrenta o una proclama, si quien la realizará quedará rayado o superado por sus consecuencias. Que no suceda lo que le sucedió al seminarista: se tiró de lleno en dos absolutos, renegó de los dos pero, en la cruz, quiso dar su fe a la bondad que cegó con sus tinieblas.
Horquilla. Le clavé una pancarta a la señora Kate, la de la columna anterior, en el frontis de su casa. Me pidió una mano y se la di. ¿Va en contra de mis principios? Va en contra de lo que dije. Pero su esposo y ella me sostuvieron la escalera que, por el repecho, no asentaba del todo, y me estabilizaron en lo que clavaba la esquina que hacía falta. Ahí sigue el don Ese chupando agua y vértigo.
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