También las parlamentarias

Por mucho que quiera, Petro no se quedará en el poder. No podrá alinear suficientes factores de poder para conseguirlo y no podrá tampoco impedir que se lleven a cabo las elecciones. Ahora, repito que mi convicción de que tendremos comicios el próximo año no significa que renunciemos a estar alertas y preparados por si al tiranito le da por un autogolpe. No podemos incurrir en el pecado de no estar listos para defender la democracia y con ella nuestro futuro en libertad. Es demasiado lo que está en juego. Pero habrá comicios, debemos ganarlos y habrá que elegir un gobierno que, desde el mismo momento de la posesión, enfrente una policrisis como no ha habido otra en nuestra historia e inicie la ardua reconstrucción del país.

Algunas consideraciones en relación con las elecciones. En amplias zonas del país, el electorado estará bajo el chantaje de los grupos violentos que hoy  son mucho más fuertes que cuando llegó Petro. Sin embargo, el grueso de esas áreas es rural y con baja densidad poblacional y sus resultados no tendrán capacidad para alterar el sentido de la decisión que tome la mayoría de los colombianos. Más peligrosa será la presión en algunas ciudades de las bandas criminales con las que se ha aliado Petro en lo que parece una nueva versión del Pacto de la Picota con el que, según Juan Fernando su hermano, ganó las elecciones del 2022. Preocupa en especial el intento de asesinato de Miguel Uribe. No solo porque fue el senador más votado y porque era el precandidato con más posibilidades del principal partido de oposición, el Centro Democrático, y no solo porque nos devolvió treinta y cinco años al pasado, sino por el mensaje de vulnerabilidad e intimidación que envió y por la duda de si fue un crimen de Estado. Como la UNP está en manos de un íntimo de quien vaga por la Casa de Nariño, hay que exigirle a la Policía todas las garantías para los candidatos y sus campañas.

Tan importante como las presidenciales serán las parlamentarias. Las tensiones que ha generado el tiranito en estos tres años han demostrado el valor vital de las instituciones y del sistema de frenos y contrapesos para la preservación de la democracia. Que el gobierno no haya podido tener mayorías en el Senado, a pesar del grosero soborno gubernamental de uno de sus presidentes, ha sido un factor decisivo para que el daño gubernamental no haya sido peor. El próximo gobierno necesita una amplia mayoría en el Congreso tanto para las contrarreformas a los muchos desvaríos de la izquierda como para impulsar los proyectos de ley que se requieren para la reconstrucción nacional. Es previsible que ningún partido tendrá mayorías y que se requerirán alianzas para conformarlas. Es lo que viene ocurriendo desde la Constitución del 1991 y su sistema excesivamente pluripartidista. Armar esas alianzas desde antes de la posesión es clave. Ojalá, además, la ciudadanía castigue con dureza en las urnas a partidos que, como la U, se han vendido una y otra vez al gobierno, y a los congresistas conservadores y liberales que, alquilándose a Petro, han traicionado el ideario de sus partidos y a sus electores. Necesitamos parlamentarios sólidos, que piensen y actúen en defensa de los intereses nacionales y no de los suyos propios, capaces de contribuir decisivamente a la reconstrucción y de hacerle control político al nuevo gobierno cuando sea necesario. Por cierto, un buen Congreso es aún más importante para los candidatos que se inscriben por firmes y que no tendrán bancada propia. Hay que presionar para que los partidos escojan bien los candidatos que avalarán y conformen listas poderosas y atractivas, de donde surjan los nuevos liderazgos que el país requiere.

El próximo gobierno deberá enfrentar una policrisis como jamás ha habido otra. El país habrá que reconstruirlo en todos los frentes, desde la seguridad y la lucha contra el narcotráfico y los violentos, hasta resolver la crisis en la salud, rescatar el programa gubernamental de vivienda, abordar la pésima calidad de la educación pública y la manipulación ideológica de Fecode, revivir la minería y el petróleo, evitar el apagón del sistema eléctrico, derrotar a los corruptos, más fuertes que nunca, y rescatar una política exterior estratégica y la carrera diplomática. Todo ello con una Fuerza Pública en los huesos, la administración pública infiltrada y sin burocracia técnica, y la peor crisis fiscal de los últimos cien años.

Para rematar, Petro está en la tarea de cuestionar la transparencia de las elecciones. Más allá del cinismo -él se ha elegido múltiples veces con el sistema del que dice ahora desconfiar-, siembra la duda sobre el resultado del proceso electoral, que intuye negativo para sus huestes, para no aceptar la derrota y justificar una respuesta violenta. El próximo gobierno también tendrá que lidiar con eso.

Rafael Nieto Loaiza

Impulsor de la Gran Alianza Republicana. Abogado, columnista y analista político. Ex viceministro de Justicia.

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