Yo no soy de izquierda o de derecha, soy colombiano. Y como colombiano me duelen los muertos que deja la guerra en este país, una guerra que no nace hace 60 años como tanto nos repiten, sino que viene desde que empezamos a ser país, hace 220 años.
No comprendo porque hay quienes al momento de que sale la noticia de la última masacre u homicidio colectivo como quiera usted llamarlo, salen a tratar de justificarlo con frases como “es que eran de grupo tal”, “¿qué estaban haciendo allá a esa hora?” o utilizar tales actos para hacer campaña política, trasladándole la culpa al gobierno o a la oposición. Acá el único culpable es la violencia, esa violencia con la que convivimos desde hace poco más de dos siglos y nos hizo acostumbrarnos a su existencia, aquella que nos hizo olvidar que detrás de cada asesinato, desaparición, secuestro, masacre, hay vidas, madres, padres, hijos, amigos, seres humanos que son más que un número en una la lista sangrienta que cuenta las víctimas de la violencia en el país.
Quiero la paz, pero no quiero una paz de papel, no quiero esa paz que se queda solo en acuerdos, pero allá afuera todo sigue igual. Me duele lo que pasa día a día en Colombia y soy consciente de que hubo tiempos peores, pero eso no hace que me sienta tranquilo. Estaré tranquilo el día que ningún colombiano tenga que preguntarse si volverá a casa cuando salga al trabajo, estaré tranquilo cuando las madres no tengan que enterrar a sus hijos, estaré tranquilo cuando se deje de derramar sangre inocente.
Sé que estos sueños de paz están lejos de cumplirse, pero tengo fe de que un día viviré en una Colombia en paz.
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