Leer puede volverse una adicción que pocos pueden controlar. Afortunadamente, en el mundo literario no se castiga irse a la cama con más de un libro. Puede uno hacerlo con dos, con tres, o con cuatro, y nadie será juzgado por eso. Sin embargo, así no se hable ni se juzgue por ello, habrá muchos que preferirán estar concentrados en un mismo libro y terminarlo antes de darle luz verde a otro, pero ¿cómo no ser promiscuo si se tiene que decidir entre un libro de Javier Marías, uno de Rosa Montero, uno de Mastretta, de Kundera, de Marái?
Yo, personalmente, creo que los infieles literarios que prefieren leer dos, tres y hasta cuatro libros a la vez, son personas apegadas a la vida y conscientes de que en cualquier momento inesperadamente se puede fallecer y quedar con un montón de libros a la espera de ser leídos. Alguna vez leí, -no he podido acordarme en donde-, que cierto personaje tenía varios libros empezados pues creía que nadie se muere dejando libros sin terminar. Tal vez esa era su manera de buscar la inmortalidad.
Otros pensarán que es cuestión de gula, que así se esté satisfecho con lo que se está leyendo, no es posible contener el antojo una vez se pasa al frente de alguna librería o cuando tu mejor amigo -conociendo tus debilidades carnales- te cuenta que se ha leído una de las mejores obras de su vida; y te induce a la verificación, llegando siempre a la decepción literaria, porque no sé si es personal, pero cuando un amigo o conocido me recomienda de sobremanera alguna obra, siempre termino esperando mucho y gustándome poco.
Sea lo uno o lo otro, es totalmente aceptable, más cuando las lecturas a veces coinciden con las vivencias y momentos por los que estamos pasando, y en ese sentido, valorará uno más una lectura cuando nos identificamos con ella, cuando nos ayuda a entendernos o a encontrar alguna respuesta; pero cuando son varios los problemas y diferentes todos ellos, entonces nos tocará entendernos en varias lecturas, en varios autores. Así terminemos confundiendo personajes de novela y Emma Bovary termine locamente enamorada de Alekséi Vronski; o termine uno nombrando libros como “ el ruido que seremos” o “la insoportable idea de no volver a verte”, así termine uno diciendo que era Hemingway el que hablaba de la mar y Virginia Woolf del mar. En fin, estas pueden ser las consecuencias de una promiscuidad literaria, nada grave por cierto.
Sin embargo, a veces pasa, que por muy promiscuos que hayamos sido, llega El Libro. Llega la obra única, que te seduce, te enamora, te separa de los demás, no te deja dormir, te hace olvidar de los otros libros y una vez te incrustas en él, no quieres que se acabe, quieres que dure para siempre, pues ya te sientes parte de él, te identificas con los personajes, con sus vidas, su cotidianidad, sus tristezas y alegrías. Pero una vez el punto final llega, aparece también la nostalgia, la resaca literaria, sientes que no llegará uno igual, que te vuelva fiel y monógamo; entonces es allí en donde vuelve y empieza la promiscuidad y recaes en la poligamia.
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