Una de las corrientes de pensamiento que circula para comprender la guerra contemporánea entre Ucrania y Rusia, se resume en que los invadidos son un pueblo “inventado” por los soviéticos (cuando los rusos eran socialistas) en el siglo xx y que su joven independencia (3 décadas) así lo demuestra, por lo que reclamos desde Moscú serian legítimos. Como parte de esta visión circula otra sostenida por los seguidores de la información sintetizada, según la cual las agresiones rusas al pueblo ucraniano son la respuesta al dominio de unos “Nazis” que gobiernan Ucrania.
Esta “guerra relámpago” con bombas de racimo (¡bomba de bombas!) sobre una nación con un ejército más débil y de la que han huido más de 3.000.000 personas y en la que han muerto al menos 90 niños, se legitima desde esta perspectiva a través de una especie de venganza histórica retórica, que podría resumirse de la siguiente forma: “lo mismo han hecho otras potencias imperialistas ¿por qué a ellos no se les condena como Rusia hoy? ¿Por qué no se condena las hostilidades ucranianas a la población rusoparlante? ”. Desde esa perspectiva se logra desviar la atención de la tragedia de la guerra actual para poner la discusión en injusticias del pasado, como si debiera cobrarse sangre con sangre.
Esa “venganza histórica” que alimenta esta narrativa tiene un correlato racializado que podría resumirse en que a las víctimas de la guerra de hoy se les toma en cuenta porque son “blancos” mientras que a las víctimas de otras etnias, en otros conflictos y en otros momentos; no son tenidos en cuenta. De esta, “victimización revanchista en la que se pone en duda la naturaleza de víctimas de los ucranianos” (de Currea Lugo 2022¹) se deriva una ausencia de empatía con las únicas víctimas de esa guerra contemporánea: los civiles ucranianos. Contra esa versión antipática no hay imágenes e información que valgan: frente a ella se estrellan éxodos masivos de mujeres y niños, ciudades bombardeadas, civiles y periodistas muertos. Tampoco pueden contra esa narrativa la evidente solidaridad desplegada por algunos de los estados vecinos (Polonia, Hungría, entre otros) quienes vivieron en carne la propia la materialización del principio de la política exterior planteado desde la época zarista: “la fronteras rusas se defienden invadiendo”, máxima que ha sobrevivido a la era postsoviética. Mucho menos pueden contra esa versión las bizarras imágenes de ciudadanos y periodistas rusos que arriesgándose a una pena de 15 años de cárcel, hacen proclamas contra la guerra. Los ciudadanos ucranianos que en forma de partisanos se oponen a las hostilidades, generan pocos ecos en esa perspectiva.
Esa política exterior rusa es tan sólida que pese a los intentos restringidos de la comunidad internacional de detener la expansión militar a través de mecanismos como sanciones a la economía rusa, la guerra continúa de forma exitosa y en el día 21 desde el inicio de las maniobras, el presidente ucraniano Zelensky (de ascendencia judía) afirmó que retiraba su intención de hacer parte de la OTAN, una de las demandas de su belicoso vecino. Esto se suma a la negativa en los días pasados de la Unión Europea de incorporar a Ucrania como un Estado miembro, movimientos a partir de los cuales se comienza a hablar seriamente de negociaciones aunque las hostilidades continúen.
Las corrientes de pensamiento que se enunciaban al principio de este texto, complementan esa política exterior de un país que desarrolló en el siglo xx una vocación universalista que hoy no parece extinta y que anuncia ser nuevamente un competidor en lo político y en lo cultural como lo demuestra lo exitosa campaña militar y comunicacional.
¹Crisis humanitaria en Ucrania, en la primera semana de guerra. https://victordecurrealugo.com/crisis-humanitaria-ucrania/
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