En este último septiembre Colombia inauguró, por fin, el Túnel de La Línea. Después de un siglo de vaivenes, de plazos sin metas, de fechas sin calendarios, el país podía ver cierta la promesa de cruzar la cordillera para pasar del Quindío al Tolima y viceversa en un abrir y cerrar de ojos -aunque a hoy, solamente esté inaugurado en sentido Cajamarca-Calarcá y tengamos que esperar hasta el 2021 para tener ambos sentidos en funcionamiento-.
El túnel, que para todo el país era conocido como de La Línea (por ser este el nombre del alto en el que se ubica) fue bautizado por el Presidente Iván Duque como Darío Echandía Olaya, en homenaje al hombre que llegó tres veces a la Presidencia de la República sin haber participado en elección alguna. Esta decisión dividió a los dos departamentos que acogen al túnel. Tolima defiende este nombre, y no sería para menos, pues Echandía es uno de sus hijos más ilustres, mientras que Quindío exige mantener el nombre tradicional.
Un debate que no es menor cosa, y es que los colombianos tenemos que empezar a pensar sobre los hombres -porque es en excesiva mayoría hombres- a los que les rendimos homenaje y a los que les preservamos la memoria como hitos y ejemplos. El Túnel de La Línea es solo un ejemplo de esto, ya en este último tiempo el columnista Jonathan Roldán traía a la mesa el caso del nuevo Túnel de la Quiebra, el que acercará aún más a Medellín con la costa atlántica y que será nombrado Iván Duque Escobar, el que, en palabras de Roldán, tiene como mayores logros haber nacido en Antioquia, haber manejado mal la emergencia de Armero y ser el padre del presidente Iván Duque.
Roldán explica en su columna Antioqueños ilustres un sinfín de ejemplos de antioqueños que podrían bautizar al nuevo túnel, especialmente a María Cano, Débora Arango, Betsabé Espinal y Alejandro López. Las primeras, en un acto de homenaje no solamente a su figura y obra en lo personal, si no también a la mujer antioqueña y su liderazgo tantas veces eclipsado, y el segundo, en homenaje al ingeniero que solucionó el mayor escollo en la obra del Ferrocarril de Antioquia con su tesis de grado de la Universidad Nacional de Colombia y que permitió la construcción del primer Túnel de la Quiebra.
Con todo y esto, parece que el nuevo túnel, que Antioquia espera inaugurar a final de este año, llevará el nombre del patriarca presidencial.
¿Acaso en Colombia los únicos nombres que merecen ser honrados son los de los hombres que incursionan en política? Pareciera ser un embeleco común de nuestros gobernantes rendirse homenajes mutuos para ganar indulgencias con padrenuestros ajenos. Basta con fijarse en grandes obras del país para asegurarse de esta afirmación, en el Viaducto César Gaviria que comunica a Pereira y Dosquebradas, en el túnel de Buenavista que en el registro lleva el nombre de Misael Pastrana Borrero y que fue inaugurado en la presidencia de su hijo Andrés, en el Túnel de Occidente, que lleva el nombre de Fernando Gómez Martínez, padre del exgobernador de Antioquia y dos veces Alcalde de Medellín Juan Gómez y en el Túnel del Toyo, al que bautizaron Guillermo Gaviria Echeverri, también padre de un exalcalde de Medellín y dos veces Gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria Correa ¿Y los ingenieros, y los artistas, y los próceres, y los líderes cívicos, y los defensores de derechos humanos? Pero, especialmente ¿Y las mujeres? Parece ser que para homenajes nos quedamos cortos.
Y no solamente en obras, fíjense en los billetes colombianos, en el que uno de los más grandes astrónomos que haya tenido América Latina es reemplazado por un expresidente y otro exmandatario es homenajeado en el billete de más alta denominación. Fíjense en los aeropuertos, Gustavo Rojas Pinilla, Luis Carlos Galán, Rafael Núñez, Enrique Olaya Herrera, César Gaviria, Guillermo León Valencia. Existe solo un aeropuerto que lleva por nombre el homenaje a una mujer, el aeropuerto Narciza Navas, de Capurganá, en homenaje a una de sus mayores impulsoras.
Ahora que nos hemos repensado nuestra realidad, ahora que el presente dista tanto del pasado y la normalidad futura se asemeja tanto a una utopía, ahora podemos repensar también cómo convivimos con nuestro ayer, cómo hacemos y preservamos la memoria. No es gratuito que asistamos, en medio de tanto descontento social, a la reivindicación de los indígenas caucanos ante la figura de Sebastián de Belalcázar, ese debate debemos darlo, el país no puede seguir repitiendo nombres como un trabalenguas sin detenerse a analizar la persona detrás del mito, la historia no puede seguir erigiendo glorias por el simple desenlace de la existencia, la muerte no puede seguir perdonando culpas históricas.
El homenaje debe de llevar, al menos, coherencia histórica, no podemos esperar la próxima elección para saber si la siguiente mega obra que inauguremos se llamará Gustavo Petro Sierra, Raúl Fajardo, Frank Holguín, Luis Hernández, Hernán Gutiérrez, Fuad Char, o como se llame el padre de la próxima persona que ocupe la presidencia.
La memoria es el puntapié inicial para la construcción de nación, si realmente el futuro es de todos, como pregona el gobierno nacional, pues empecemos desde ahora a construirlo, como un proyecto colectivo de nación.
Excelente columna, felicitaciones Santiago Henao, no podemos quedarnos solo con un nombre para una obra u obras que más que eso, tengan un nombre que resalte o traiga a la memoria, hechos y acciones que exaltaron el nombre y la historia de Colombia