Sobre los libros de autoayuda en la vida contemporánea

No ha habido durante este último año atípico que corre para nosotros un solo momento que haya dejado de disfrutar del hombre más feliz de la literatura: Gilbert Keith Chesterton.  De este, han emanado mis más profundas reflexiones. La que están por leer, es una de ellas.

En 1905 Chesterton publica Herejes. Este es una recopilación de los más variopintos ensayos sobre –porqué no decirlo ya– la esencia de la vida. Es una respuesta directa y feliz a los más serios contrincantes de la vida alegre. Me atrevería a decir que incluso, aún sin haber leído la totalidad de su obra, esta, es una oda a la vida divertida: una vida que, ciertamente es paradójica pero que, más que ninguna otra, está llena de vitalidad. Una que incluso en el enfermo, en su menoscabo físico o espiritual, posee de más que cualquiera de las filosofías vitalista de la historia. Pues, por definición, la filosofía misma, es un objeto sin vida.  

En el capítulo XV del citado libro, titulado De los novelistas esnobs y de los esnobs, Chesterton hace la siguiente afirmación: 

En un sentido al menos, resulta más útil leer mala literatura que buena literatura. La buena literatura puede hablarnos de la mente de un hombre. Pero la mala nos habla de la de muchos hombres. Una buena novela nos cuenta la verdad de su héroe; pero una mala novela nos cuenta la verdad de su autor. Y mucho más que eso, nos cuenta la verdad de sus lectores.

Con esta cita, queda manera patente mi reflexión y su relación con la titulación. El más grave problema de la abundante literatura contemporánea sobre autoayuda –que manifiesta esa esencia paradójica de las cosas, pues por esencia un libro es algo ajeno a nosotros– no es que exista un nuevo género literario llamado autoayuda, y peor aún, que este sea malo; sino que, contrario a eso, es terriblemente alentadora y consoladora. El problema esnob –en el que también incurría yo– era creer que los libros de autoayuda no ayudaban; cuando precisamente ahí está todo su potencial. Sin embargo, mirando a las cosas mismas presentadas en su realidad común y obvia, es preciso notar que, si bien ayudan, no solucionan. Pues –mirando de nuevo la circunstancia a los ojos– la única explicación al incesante aumento de consumo de esta clase de libros por una misma persona, se debe al hecho que, ciertamente, esto no es basta. 

Penetrando  más a fondo, o mejor, emergiendo un poco más acá de lo profundo; si la antropología debe ser el estudio del modo de la vida de la consciencia y su respectivo situarse en el mundo a través de la acción, no dudaremos que la lectura de libros de autoayuda es una de las formas en las que la actividad de la consciencia se despliega. Y si la consciencia lee libros de autoayuda es porque, evidentemente, el hombre moderno necesita ayuda. 

Este dato que me puso en evidencia del modo más prístino el método excéntrico del sentido común de Chesterton; fue el mismo dato que me fue vedado por el método esnobista de mis profundísimas cavilaciones filosóficas.  Dejo claro, no es que la filosofía sea esnob, el riesgo está precisamente que resulte ser esnob, como los filósofos contemporáneos. 

Con esta nueva visión de la realidad debido al sentido liberador y purificador de la verdad, entendí, en toda su dimensión, la deducción realizada anteriormente: la autoayuda, ayuda; pero no soluciona. De ahí pues que, no pudiendo ser de otro modo, en la misma persona en la que me planteé la pregunta estaba, así mismo, la respuesta. 

En ese mismo libro de 1905 Chesterton apuntaba en el capítulo XVI, titulado De MacCabe y una divina frivolidad, lo que mi ingenio nunca hubiera penetrado y expresado con una claridad tan cándida. Los dejo con Chesterton, in extenso, pues mi trabajo de cronista ha concluido: 

Él sabe [MacCabe], como sé yo, que la humanidad se halla en una solemne encrucijada. Avanza a través de las eras hacia una meta desconocida, impulsado por un irrefrenable deseo de felicidad. Hoy vacila, bastante frívolamente, pero todo pensador serio sabe lo importante que puede resultar la decisión. Aparentemente, está abandonando el sendero de la religión y adentrándose en el del secularismo. ¿Se hundirá en las arenas movedizas de la sensualidad en ese nuevo sendero, y pasará jadeante por años de anarquía cívica e industrial, para acabar percatándose de que se ha equivocado de camino y debe regresar a la religión? ¿O le parecerá que, al fin, ha dejado atrás la niebla y las arenas movedizas; que está ascendiendo por la ladera de una colina que durante tanto tiempo apenas entrevió, y que avanza ya sin titubeos rumbo a la largamente buscada Utopía? Este es el drama de nuestro tiempo, y todos los hombres y todas las mujeres deberían entenderlo.

EPÍLOGO

Finalmente, como ballesta al intelecto moderno: «La religión es precisamente lo que no puede dejarse fuera, porque lo incluye todo» pues «el verdadero grande hombre es el que hace que todo humano se sienta grande». Y sólo «la religión es lo que pone en el hombre común sentimientos extraordinarios» diciéndonos que todos los hombres por igual son «intensa y dramáticamente valiosos». Incluso ustedes, los mismos esnobs. 

Simón Ibarra Zuluaga

Abogado. Gustoso por la filosofía –con la carrera suspendia – y la literatura. Feliz católico. Afiliado a la fenomenología husserliana y devoto de la literatura chestertoriana. Me gusta el cine, especialmente el de Nolan. Practico fútbol desde que tengo uso de memoria. Hincha fiel del Real Madrid, River Plate y la Vecchia Signora. Me gusta, para ser breve, la vida.

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