Sobre la piedra de Sísifo y el trastorno mixto

Y lo que quiero decir es que me siento orgullosa de hoy estar aquí, de andar y andar cuesta arriba con ese peso, por amor a mí, por amor a mi vida, por amor a lo que era, soy y seré; por amor a esa piedra que, a veces, me vuelve a tirar, pero que me recuerda las cosas por las cuales debo seguir luchando. Y luchar por amor sí que vale la pena.”


José Emilio Pacheco en Retorno a Sísifo recuerda la lucha intensa con la piedra que se empuja cuesta arriba y que, una y otra vez, rueda hasta donde comenzó la batalla. De manera predictiva, como quien con experiencia ya ha librado tantos dramas, indica que la piedra nunca se detendrá en la cima. Pero que se le debe humildad y agradecimiento a su descenso, porque sin aquello, sería inútil la vida.

Me presento, soy María Alejandra, y no saben cuánto he luchado por subir unos peldaños en este camino lleno de obstáculos, en el que la piedra es mi trastorno mixto de ansiedad y depresión.

Un día, con la muerte violenta de una persona que yo no conocía y con la que no compartía nada, salvo la humanidad, experimenté en mi cuerpo la desazón, la intranquilidad y la penumbra de la ansiedad. Comencé a observar monstruos en cada esquina, mi pecho agitado buscaba cómo respirar en medio del tedio, mi cabeza dando vueltas intentaba mantenerse concentrada en volver a la normalidad, las manos entumecidas, el corazón a mil, las piernas inmóviles y las lágrimas corriendo sin parar me decían que algo me estaba pasando. Algo que yo no supe nombrar, pero que necesitaba nombrar.

Supuse que era un hecho aislado, que algo así no volvería a pasar, pero, el paso del tiempo y la inclemencia de la realidad me superaron y lo que viví, comenzó a ser constante en mi vida. Cancelé salidas con familia y amigos, intenté recorrer los lugares por los que había transitado desde la infancia, pero me causó profundo temor y volví a llorar cuando mi papá se me perdió de la vista, toda persona que se me acercaba me producía terror, no podía mirar fijamente a nadie porque siempre estaba buscando a los lados los fantasmas de mi cabeza, no volví a disfrutar nada, la comida me sabía maluco y ni el chocolate que tanto amaba me parecía la gran cosa y dejó de parecerme atractivo tener una vida social activa, porque eso implicaba salir de mi cama: el único lugar en el que estaba protegida del mundo.

Me hundí, la piedra me mandó hasta el inicio de la subida. No hubo quién pudiera prever la situación para que ella no lograra retrocederme tanto, pero lo logró. Recuerdo que el momento más bajo fue justo unos días antes de graduarme como abogada, título que hacía que mi vida tuviera sentido y que llevaba en mis venas como la marca de mis luchas y anhelos, pero que cuando recibí no me hizo sentir nada. Solo tenía dolor de cabeza y mucho deseo de llegar de nuevo a mi casa y poder dormir. Los días siguieron, comencé una especialización para no enloquecerme y se me presentó la oportunidad laboral que mantendría mi cabeza ocupada, sin pensar en mí y sí en un montón de expedientes represados y que se seguían y seguían sumando.

Los procesos sumados eran directamente proporcionales a mis problemas de salud mental. Los que pude resolver, los resolvía. Pero nunca era suficiente, siempre llegaban más. Todo estaba inacabado. Constantemente los expedientes me hacían sentir, que, por más que yo resolviera los problemas de otros, los míos estaban ahí, esperándome como una bomba que iba a explotar en poco tiempo.

Explotó. Hubiese querido no llegar hasta el cero. Me gustaría no haber tenido la franca, pero desoladora posibilidad de verme al espejo y no reconocer nada de lo que era. Me encantaría no haber perdido la dicha por todo, la alegría de vivir, la posibilidad de sentir cualquier cosa buena. Me sentiría tranquila con la idea de haberme despertado todos los días con un propósito en la vida, porque hasta eso perdí. Me llenaría de orgullo saber que las personas que más amo y las que veía todos los días, no me generaban escozor y que físicamente no sentía fastidio en los oídos cuando me hablaban, que no era tan irritable, y me maravillaría con la idea de no haberme odiado tanto. Pero todo eso pasó y por fin, de tanto descender, apareció el piso.

Cada uno de nosotros tiene un piso diferente, el mío fue creer, a partir de la literatura, que las diminutas dichas que se aferran a la utopía, eran un milagro que solo podían asombrarme estando viva. Y yo quería volver a sentir. No todo estaba perdido.

Me paré, me cansé de odiarme tanto, de juzgarme y tratarme con palabras tan crueles, busqué un entorno protector, comencé terapia, medicamentos, puse en Youtube meditaciones, hice ejercicio, fui miles de veces donde una médica que me ayudara a cuidarme, lloré mucho, me pedí perdón, busqué cosas que me hicieran sentir mínimamente algo agradable y comuniqué todos mis sentimientos para que alguien pudiera ayudarme a prevenir una nueva caída.

Escribir esto es subir con la piedra de Sísifo un peldaño, porque estoy dándome la oportunidad de salir de todo el odio que sentía por mí y volver a creer que tengo algo por decir. Y lo que quiero decir es que me siento orgullosa de hoy estar aquí, de andar y andar cuesta arriba con ese peso, por amor a mí, por amor a mi vida, por amor a lo que era, soy y seré; por amor a esa piedra que, a veces, me vuelve a tirar, pero que me recuerda las cosas por las cuales debo seguir luchando. Y luchar por amor sí que vale la pena.

A ti que lees esto, espero poder ayudarte a detener la bomba de tiempo, a ponerle nombre a lo que te pasa y que lo veas como la piedra de Sísifo, no importa que la piedra no se mantenga en la cima, porque sin ese drama sería inútil la vida, y que sepas que los juicios son una confesión y que solo importa lo que tú pienses, no lo que la sociedad diga: No eres débil, no eres de cristal. Eres valiente, eres siempre todavía un millón de posibilidades. No nos quites la posibilidad de verlo.


Todas las columnas de la autora en este enlace: https://alponiente.com/author/matrujillo/

 

María Alejandra Trujillo Ortiz

Abogada, apasionada por la justicia y orgullosa de llevar la pesada, pero honrosa carga de defender los Derechos Humanos. Con la fortuna de vivir a sabiendas de que fracasaré porque siempre elijo las causas perdidas.

Escribo porque, aunque no podamos crear el paraíso en la tierra, podemos ser el paraíso y estoy convencida que no podría existir algo así, sin la literatura. Para no morir, para resistir, para tener algo en lo que creer. Humanidad, bondad y ética, las únicas palabras que espero me describan toda la vida.

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