“Que no nos queden remordimientos ni la sensación de lo que pudimos hacer y no hicimos por alguna u otra razón. Por más que queramos revertir esa situación ya no lo podemos hacer”.
En nuestra cultura, cuando mueren seres queridos, es normal y más, si fallecen en un momento que creemos no es el indicado, sentir tristeza, desazón, impotencia, por no encontrar una explicación lógica al hecho ocurrido ¿por qué tuvo que pasar esto en mi familia y no en otra? ¿por qué en este momento? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Lo cierto es que tarde o temprano todos correremos la misma suerte. A cada uno nos llegará el momento de abandonar este plano terrenal.
Hay otras costumbres del ritual de la muerte, como las provenientes de los esclavos negros de África que llegaron forzadamente a América en la época de la colonización española y que aún perdura en lugares remotos de la Colombia profunda. Celebran la muerte y más si es prematura como en niños o recién nacidos. Para ellos, significaba que no tendrían que pasar una larga vida siendo esclavos y expuestos a trabajos forzados.
En otros sitios de América como México, se celebra el Festival o Día de los Muertos que fue inmortalizado con la película de Disney, Coco. Se celebra para nunca olvidar a nuestros antepasados, si se olviden o se dejan de conocer por las futuras generaciones, dejarán de existir en una especie de mundo espiritual paralelo.
Teniendo claro que todos en algún momento vamos a morir, no debería quedarnos más que -así suene trillado y fácil- vivir cada día con intensidad y plenitud. Preguntarnos al final de cada jornada si ese día valió la pena y que, si por alguna circunstancia hubiese llegado el momento de partir, no habría ninguna cuenta pendiente. Preguntarnos, si realmente hemos vivido con plenitud. Y del lado de los que vemos partir a seres queridos, hacernos una reflexión similar: ¿Obramos lo mejor que pudimos con ese ser querido? ¿Le expresamos nuestros sentimientos? ¿Le dedicamos tiempo?
Que no nos queden remordimientos ni la sensación de lo que pudimos hacer y no hicimos por alguna u otra razón. Por más que queramos revertir esa situación ya no lo podemos hacer.
Independiente de las creencias, si se cree en Dios o no, si se es católico, protestante, musulmán, budista u otra religión o tal vez ninguna, como sociedad deberíamos pretender siempre cultivar buenos sentimientos, sembrar buenas acciones que nos fortalezcan, nos brinden armonía y unidad, que nos permitan remar juntos. Aportar para generar condiciones óptimas de vida. En resumen, ser buenas personas.
La muerte, así suene crudo y frío, es lo más natural y el destino común, al que todos, sin distingo alguno, acudiremos. A vivir la vida y que sea una experiencia de aprendizaje, goce y búsqueda de plenitud permanente, como decía el gran escritor jericoano, Manuel Mejía Vallejo “Dejen que viva a mi modo, nadie morirá por mí”.
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