El conflicto armado interno en Colombia, de más de 52 años, ha dejado más de 220.000 muertos, heridas profundas en los cuerpos y mentes de los individuos que por momentos parecieran imposibles de sanar, ruptura del tejido social, múltiples traumas y, en muchos casos, la pérdida de la identidad colectiva e individual. Los victimarios han llevado los métodos de guerra más allá de acciones con objetivos específicos, así, la degradación del conflicto ha hecho de la crueldad un elemento que trasciende la cordura y la dignidad humana. De error político en error militar hemos visto impotentes cómo la población civil ha sido la que más ha padecido esta guerra. Los victimarios han cruzado la línea entre lo público y lo privado y han colonizado el cuerpo y la psique de las víctimas. En este conflicto, además, los discursos homogeneizadores han logrado justificar la eliminación del otro, y es precisamente este aspecto el que me lleva a cuestionarme sobre si las prácticas de la guerra tendrán continuidad en un eventual posconflicto.
Un proceso de paz como el de Colombia, tratándose del conflicto armado más antiguo del hemisferio occidental, llama la atención de toda la comunidad internacional. Noticias e imágenes de cada avance de este proceso inundan los medios nacionales e internacionales. Sin embargo, al ver estos titulares acompañados de las imágenes de los gloriosos artífices de lo que acá en Colombia llamamos “la paz”, siento un vacío. Y no solo lo siento, lo veo. Valientes hombres, grandes próceres, guerreros y diplomáticos apropiados de su papel de líderes hacen la paz ¿Es cierto? ¿Solo tres mujeres hacen parte de todo esto? Quizás cuatro con Gina Parodi que lideró, en sus últimas semanas, la campaña por el Sí al plebiscito. La supresión del otro (en este caso de la otra, de las otras, nos-otras), elemento de la guerra y no de la paz, no del perdón, no de la reconciliación, vuelve al ruedo o, quizás, siempre estuvo ahí y nos engañaron con el famoso Enfoque de Género. Los hombres de la paz han puesto un manto de invisibilidad sobre el inmenso número de mujeres que, a pesar de padecer el doble de opresión en el escenario de la guerra, han dedicado sus vidas a la posibilidad de este momento, siempre luchando por ser tenidas en cuenta, siempre menospreciadas.
Un momento, me dicen, las fotos distorsionan la realidad. Claro que la distorsionan. Las mujeres de la paz no son solo Victoria Sandino, María Ángela Holguín y Alexandra Nariño. Pero los medios de comunicación, oficiales y alternativos, tienen muy claro su perfil de la mujer de la paz, y así tienen claro también hacia donde apuntar con sus cámaras. Las mujeres de la paz han hecho mucho más que quitarse un uniforme para vestir las prendas que las hacen sentirse dueñas de su imagen. Han hecho más que alegrar con su sonrisa los campamentos ubicados en lugares inhóspitos. Sí, son más que una sonrisa en medio de la selva o una cuota en el gabinete presidencial. Las mujeres de la paz llevan medio siglo organizándose, resistiendo, construyendo este momento y, sin embargo, no se han ganado el derecho a salir en las fotos como artífices de este Acuerdo de Paz. Pensarán en otros países, como me dijo una amiga, que aquí las mujeres aún no podemos votar. Al parecer, entonces, las cámaras en Colombia son misóginas.
Un momento, me dicen. Existe un Enfoque de Género en los Acuerdos, es innegable que se ha avanzado mucho en cuanto a la inclusión de la mujer. Sí. La inclusión de la mujer por parte del hombre en un proceso que es tan de ella como de él se dio después de mucho insistir. La mujer nunca fue llamada a ser parte de los Diálogos, su participación, como todo lo que es de la mujer, tuvo que ser arrancada al calor de la lucha. Nos dieron una SUB-comisión de género, nos permitieron unas cuantas letras en el papel, nos dieron un lugar. Pero cómo están de ciegos los hombres de la paz, embriagados por el dulce sabor de sus privilegios, que se olvidan de que las mujeres deberíamos, al igual que ellos, pasar a la historia como parte activa de este grande logro. Los historiadores sabemos que la historia la cuentan las fuentes. Entonces, los historiadores del futuro tendrán que escarbar en lo más profundo de los archivos personales y de las organizaciones de mujeres para descubrir que la paz no la hicieron los hombres.
Ahora estamos en el limbo, la emoción incontenible de hace unas semanas tuvimos que guardarla en el closet. La esperanza se ahoga con cada día que se dilata la implementación de los Acuerdos. Mi tristeza no me deja pensar bien, me impide actuar de manera estratégica. Veo a lo lejos cómo unos hombres – y Marta Lucía Ramírez- manosean torpemente mi esperanza. Este Proceso de Paz es, a pesar de esta desazón, lo más hermoso que he vivido junto a mis compatriotas, lo más hermoso que hemos construido juntos. Y es que por primera vez nos miramos a los ojos, nuestros ojos colombianos, y hablamos de perdonar. Pero el perdón debe pasar por el reconocimiento, el propio y el del otro. Así, como mujer, me siento llamada a “sumar”, a no dividir con mis reclamos en un país donde rara vez las mujeres hemos sido sumadas y, mientras nos-otras sigamos siendo invisibilizadas, no habrá Enfoque de Género que logre una paz estable y duradera.
P.s.: Cuando haya que sacar de nuevo el atuendo del closet, por favor, avísenme.