Desde niño, cuando vivía en el Suroeste antioqueño, me imaginaba una Medellín gigantesca, con grandes edificios, con muchos barrios e iglesias, en donde los vecinos iban donde los nuevos, con un regalo de bienvenida, pero nunca me imaginé que en esa ciudad que me vio nacer esos vecinos tendrían que vivir algún día encerrados en sus casas por miedo a que los maten, por miedo a que les den bala.
Lastimosamente, en los últimos años se ha visto como diferentes barrios de la ciudad de Medellín han sido azotados no por la ola invernal, sino por la ola de violencia, por esa que cada día va creciendo más y más,arrasando con la vida de hombres y mujeres, de niños y adultos, de culpables e inocentes.
Esa violencia que siempre está ahí, pero aumenta cuando menos lo imaginamos; una creciente desgarradora que nos afecta, nos atormenta y nos consume en esta ciudad de martirios y dolor.
En esta urbe agonizante. Sí, agonizante, porque estamos en la ciudad donde reina no solo la gran infraestructura y la educación, sino también un conflicto entre la comunidad que la habita o, bueno, entre las “pequeñas bandas criminales”.
Según informes de la Alcaldía de Medellín, la ciudad presentó una disminución de un 5,5 por ciento en homicidios. Se pasó de 2.053 casos en 2009, a 1.937 en el 2010; esto muestra una pequeña disminución, pero aún así Medellín sigue siendo catalogada como una de las ciudades más violentas del mundo.
Esta cifra, en realidad, me deja frío: saber que tantas vidas en nuestra ciudad se están acabando, tantas voces se están apagando y con ellas cientos de sueños, poco a poco están desapareciendo.
Vivimos en un conflicto donde no importa tanto el género ni la etnia ni la religión sino, más bien, infortunadamente importa el poder. Poder de esas bandas criminales por quién tiene más o por quién tiene menos, por quién vende más droga o por quién vende poco.
Las bandas criminales son las principales protagonistas de esta grave situación, bandas que siempre están ahí pendientes de cualquier movimiento extraño para tirar del gatillo, sin importarles nada.
Las escenas de violencia en los barrios se presentan desde la época dura del narcotráfico del Cartel de Medellín en los años ochenta, pasando por la urbanización del proyecto guerrillero y paramilitar en las milicias populares y los bloques urbanos, hasta la consolidación de bandas y pandillas delincuenciales como La Terraza, Los Mondongueros, Los Triana y La Unión, entre otros.
Los jóvenes de los diferente barrios se han visto casi obligados a pertenecer a estas bandas criminales por las pocas oportunidades que el gobierno les ofrece en cuanto a empleo, vivienda y educación y, principalmente, por falta de un proyecto de vida.
Además, muchos escogen este camino, para “saldar cuentas” que, según ellos, se tiene que cobrar a como dé lugar, es decir, vengarse de sufrimientos anteriores. Ahora vemos como todo esto se ha convertido en una verdadera angustia para la comunidad.
Actualmente, en los barrios, existen las llamadas “fronteras imaginarias” que estas bandas criminales han creado, como diciéndole a la comunidad: este es mi territorio, mi jurisdicción, así que no pase o va a tener problemas.
Estas fronteras imaginarias, son una idea alocada y descabezada de estas pandillas que siempre se quieren hacer sentir mayores que todos, hasta de las mismas autoridades, que día y noche trabajan por terminar con ellas.
Los barrios se han vuelto espacios intransitables en algunos lugares, el desconcierto agobia a la comunidad, pues no se sabe en qué momento se creará una nueva frontera, caerá otra persona o se armará una balacera.
En algunos barrios, muchas personas buscan alternativas para que todo este mundo de crímenes y terror que les opaca sus vidas quede atrás. Hace algunos meses tuve la oportunidad de conocer a Wílmar Martínez, líder de la Comuna 5 (Castilla), barrio que se ha visto afectado en los últimos años con esta ola de violencia. Este joven pertenece a Frente 5, un grupo cultural que, según Wilmar “a pesar de los conflictos en los barrios, sigue de pie para generar alternativas artísticas para los jóvenes de la comuna” y así sean cada vez menos los que entren en el camino de la violencia.
La verdad, me entusiasma mucho ver como esta comunidad crea grupos artísticos que le apuestan a la vida, que creen que “sin armas la vida es otro cuento”, que se unen multitudinariamente a las marchas contra la violencia y así le dan ejemplo a muchos otros barrios y grupos que, en ocasiones, se dedican a todo lo contrario.
Y estoy hablando de aquellos que se reúnen en las esquinas con el “parche de amigos”, pero a celebrar su buen tiro, a planear quién es el próximo que caerá con su arma; niños desde los 13 años con el puñal en la mano dispuestos a hacer lo que sea por pertenecer a la banda.
En los últimos años, los principales afectados con esta situación han sido los estudiantes de algunas instituciones de la ciudad porque estas bandas se han metido poco a poco en los centros educativos buscando jóvenes para que se unan a ellos, ofreciéndoles “ser grandes y poderosos sobre los demás”.
Los directivos de estas instituciones tienen que pedirle ayuda a la fuerza pública en las entradas de los establecimientos, debido a que los estudiantes estaban siendo asesinados. Las bandas ya ni respetan la educación, es más, no se respetan así mismas.
Esta grave situación de violencia que muchas personas creen que solo pasa en los barrios populares, también está ocurriendo en los barrios más prestigiosos de nuestra ciudad; la violencia está en todas partes, ni a ésta ni a las bandas criminales les importa el nivel económico de la sociedad.
Vivimos en una villa en donde las voces de la comunidad no importan en el mundo de estas pandillas, en donde esas personas de mente infernal están detrás nuestro con su “pequeño picante”… su arma o puñal, siempre preparadas para cuando llegue el momento más oportuno para empezar a “dar bala” sin importar quien cae, sin importar qué vida se ha terminado y qué voz se ha silenciado.
Algún día se acabará con esta pesadilla y podremos gritar a todo el mundo que ¡sin bandas, la vida es otro cuento!