Así como el señor Pablo Loaiza, quien público en este medio un artículo titulado «vituperio a la tauromaquia», yo también soy antitaurino. No comparto, junto a él, el gusto que tienen algunos por este arte, y también creo que la tauromaquia es incompatible con el espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, no apoyo la superioridad moral con la que habla del tema, y mucho menos el hecho de despreciar la libertad individual.
Podemos estar de acuerdo en que la tauromaquia es falta de estética, e incluso, que es una pretensión de representación antropocéntrica. Esta concordancia se debe, claramente, a que somos hijos de nuestra convulsa era. Sin embargo, el hecho de que menosprecie el antropocentrismo me parece ridículo por qué ¿Qué sería de la sociedad o de la ciencia sin ese antropocentrismo? ¿Existirían? ¿Qué sería del hombre si no hubiera dominado a la naturaleza? ¿Qué sería del hombre si siguiera bajo el yugo de su entorno?
Claro que el antropocentrismo que vivimos hoy en día rosa con lo irresponsable, y es lógico desviarlo para dirigirlo a un auxilio y protección del medio ambiente. Creo además que el imperativo categórico es la mejor opción para mejorar la convivencia social y salvar a la humanidad. Pero en él no puede estar oculto la restricción de derechos básicos, como la libertad.
En efecto, el siglo XXI nos ha traído libertades extraordinarias, pero eso no es ridículo como lo intenta ver el señor Loaiza. O es que de verdad es tan malo tener «unos insospechados máximos de libertad». Esto solo implica que deberías tener una mayor responsabilidad, que debería comenzar con el respeto por los demás. Si, soy claro, lo mejor sería que las corridas de toros se acabarán mañana, pero esto no se puede lograr cercenando la libertad de las personas.
Y es precisamente la libertad la que sale perjudicada con esto, ya lo dije, no estoy de acuerdo con la tauromaquia, pero no por eso creo que debe dejar de hacerse. Mientras haya personas que las quieran ver, tienen todo el derecho de hacerlo, y la ley los debería proteger. Esta, la libertad, que hoy en día está en entredicho por el giro a la “derecha” del mundo, no puede ser limitada, pues es el fundamento básico de la democracia, que pareciera, con propuestas como esta, también estar en entredicho.
Es más, me parece inconcebible una consulta, como la que se proponía hace un tiempo, contra la tauromaquia. Es base de las sociedades democráticas que se respeten los derechos de las minorías, y eso incluye a los que les gusta la “fiesta brava”. Una consulta de este tipo abriría camino para una contra los derechos de las minorías sexuales, otra cosa inconcebible. Los derechos de las minorías se deben respetar y no pueden ser puestas a prueba (o juicio) en una consulta.
Así mismo no quisiera pensar que cuando defiende la empatía y renglón seguido se pregunta sobre los taurinos: “¿están sus aficionados calificados para vivir en las sociedades libres del futuro?» Lo que quiere insinuar es, más que una intolerancia (hasta cierto punto válida), un odio (y amenaza) contra los asistentes de este tipo de espectáculos.
Y esto me recuerda a Adam Smith, que decía: “Cuando vemos a un hombre agraviado u oprimido por otro, la empatía que sentimos por su dolor parece servir sólo para estimular nuestro sentimiento de solidaridad a partir del resentimiento contra el ofensor. Nos alegramos de verlo atacar a su adversario, y estamos ansiosos y listos para ayudarlo”. Esto quiere decir que la empatía no es lo importante, sino que respetemos al otro o ¿estaría dispuesto a “sentir empatía por el toro” y matar al torero? ¿podría la empatía sobrepasar el valor de la vida humana?
Esta cuestión tiene un tinte moral y como toda discusión moral no hay verdades absolutas, por esto no se debería convencer ni imponer a nadie estas creencias (ni los antitaurinos a los taurinos, ni los heterosexuales a los homosexuales, ni los veganos a los que no los son, ni al contrario en ninguno de los casos). La única suposición válida para garantizar la autonomía en la decisión de las personas es la libertad. El progresismo, como el fascismo en su momento, ha intentado imponer una moral que torpedear los cimientos del Estado de Derecho y la democracia. Respetemos las libertades de los otros, hoy más que nunca debe primar la volteriana frase “mi libertad llega donde comienza la del otro”.
Y al señor Loaiza como a todos los antitaurinos, incluyéndome, les digo: tranquilos, el mercado, y la falta de demanda del espectáculo, se van a encargar de acabarlo, y según la tendencia (que a los jóvenes no nos gusta) eso va a pasar muy pronto, pero mientras sucede espero no ver a los antitaurinos atacando violentamente a los que van a ver toros por qué ¿Cómo acabar la violencia usando más violencia?
Twitter: @CamiloADelgadoG