Shakespeare en medio de la tempestad del capitalismo woke

el wokismo es políticamente correcto y virtuoso en naturaleza. Más que abogar por las minorías, por mejores salarios, por proveer educación y salud, el movimiento busca la oportunidad de desplegar—a través de redes sociales—su compromiso con un sinnúmero de causas


Hace poco llegó a mis manos un artículo en el que se hablaba del Caliban de Shakespeare en su obra teatral The Tempest como una suerte de apropiación cultural, un personaje que “nunca le perteneció a Shakespeare”. Sin embargo, como es evidente desde el propio título, el artículo es un intento subrepticio del autor para disculparse por su condición de liberal y educado; algo así como el movimiento que está de moda de arrodillarse en aras de la justicia social, una justicia social que trabaja en función de los medios, de las redes sociales, de la cultura del clickbait—como en su momento sucedió con el vestido con la consigna “Tax the rich” que porta la congresista Alejandra Ocasio-Cortez, más conocida como AOC, para un evento de gala al que asiste con otros ricos de su misma clase. En esencia, se trata de la ideología que el periodista estadounidense Glenn Greenwald ha llamado capitalismo woke, la cual opera en nombre de las minorías y grupos marginales para vender un producto, un slogan, una forma de vida que pretende estar fuera del sistema mientras se nutre del mismo.

En medio de ello, y en función de la justicia social, se incurre en un afán por censurar o cancelar autores porque son antiguos, porque son blancos, europeos y—he aquí la verdadera contradicción—porque su escritura es compleja y bella. En ese sentido, una manera de explicar lo que está sucediendo es a través del salvaje de Aldous Huxley en su novela Brave New World (cuya trama y título provienen de la obra The Tempest de Shakespeare). Esta novela tiene lugar en un mundo donde el arte está prohibido, donde ni la biblia ni Shakespeare están permitidos, pues la clase administrativa (los científicos, o interventores) deciden qué se puede leer, ver y consumir; y donde el ser humano está relegado a su existencia biológica (nuda vita, como diría Giorgio Agamben). Por ende, John, el Salvaje, el Caliban de Huxley, al enterarse de que estas obras están prohibidas, le pregunta a uno de esos científicos, al Internventor Mustapha Mond, a qué se debe esta prohibición. El intercambio tiene lugar de la siguiente manera:

—Pero, ¿por qué está prohibido? —preguntó el Salvaje. En la excitación que le producía el hecho de conocer a un hombre que había leído a Shakespeare, había olvidado momentáneamente todo lo demás.

El Interventor se encogió de hombros.

—Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.

—¿Aunque sean bellas?

—Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.

En otras palabras, con el motivo de proteger a esta civilización estéril y escéptica, a este Nuevo Mundo—cuyo slogan es comunidad, identidad y estabilidad—de la impureza de estas obras que son bellas y antiguas, los Interventores, junto con los demás miembros de esta sociedad, recurren a una purga, a una cancelación total y sistemática de las mismas. Una cancelación que no dista mucho de lo que sucede hoy día con Shakespeare, o con la depuración de los clásicos en las universidades estadounidenses cual pérdida espiritual, como se señala en el Washington Post. Es así como también sucede con la cancelación de profesores y sus ideas, incluyendo la charla del profesor de MIT Dorian Abbot sobre cambio climático; como también sucedió con el profesor español, Antonio Calvo, al verse obligado a decidir entre el ser o no ser y tener que escoger el camino del suicidio tras ser suspendido de la Universidad de Princeton;  como también vendrá a suceder en Colombia y el resto de Latinoamérica con el paso de los días.

En resumen, el wokismo es políticamente correcto y virtuoso en naturaleza. Más que abogar por las minorías, por mejores salarios, por proveer educación y salud, el movimiento busca la oportunidad de desplegar—a través de redes sociales—su compromiso con un sinnúmero de causas; ya sea al enlistar los pronombres de género en perfiles de redes sociales y como firma en correos electrónicos; ya sea cambiando la foto de perfil para sentirse acorde con la causa social del momento que en un par de semanas será olvidada y sustituida por otra; o ya sea escudriñando en el pasado de famosos, políticos, académicos y artistas para encontrar un desliz en su prontuario, de modo que se vean en la obligación de disculparse, arrodillarse, o entregarse a las garras del wokismo mediático y así contribuir al ciclo vicioso de los medios y su ficción gramatical.

Se trata de aquello que sugiere el escritor Arthur Koestler en su novela El cero y el infinito al referirse, a través de su personaje Rubashov, al columpio de la historia y la histeria descrito de la siguiente manera:

[…] poco a poco comenzó a aminorar su ímpetu; el columpio llegaba cerca de la cima y al momento crítico de su carrera; después, tras un segundo de inmovilidad, se puso a marchar hacia atrás con una velocidad continuamente acelerada. Con el mismo ímpetu que había empleado para subir, el columpio llevaba ahora a sus pasajeros de la libertad a la tiranía».

Podemos entonces contemplar pasivamente cómo este columpio se inclina hacia el lado oscuro de la historia, al extremo de las caserías de brujas, del macartismo, de las quemas de libros, de la destrucción de estatuas (sin importar que sea la del propio cervantes), de la depuración del arte y los pensamientos en nombre de la justicia social; todo esto mientras que el capitalismo woke sigue acumulando ganancias y afinando su forma de mantener los medios de producción en manos de una élite puritana y biempensante que pretende ser moderna. O, en su defecto, podemos recurrir a los espacios donde aún se permite la palabra, donde la policía de pensamiento, en términos orwellianos, aún no tiene jurisdicción y donde no neguemos la evidencia de nuestros ojos y nuestros oídos.

Recordemos pues que el wokismo—este término que hasta ahora se vuelve notorio en el mundo hispanohablante—como su nombre lo sugiere, pretende estar despierto, pretende estar más allá del sistema y sus ataduras. Sin embargo, el wokismo, de manera arrogante, impone sus ideas, sus causas, e impone, sobre todo, su propio lenguaje; así que, como dice el propio Caliban, el salvaje, en el Acto I, Escena 2 de The Tempest:

You taught me language, and my profit on ’t

Is I know how to curse. The red plague rid you

For learning me your language! [1]


[1] Centro Virtual Cervantes: “me enseñaste el lenguaje, y lo que de ello obtengo / es saber maldecir. La roja plaga caiga en ti / por haberme enseñado tu lengua”.

 

Juan Manuel Martínez

Actualmente estoy cursando el Ph.D. en Español con énfasis en literatura en la Universidad de La Florida donde me desempeño como docente de español. Soy egresado de la Maestría en Estudios Avanzados de Literatura Española y Latinoamericana de La Universidad Internacional de La Rioja y de la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia.

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