Últimamente hay algo que me tiene preocupado. Cuando somos niños creemos que hay alguien que tiene el poder sobre el mundo, e incluso uno suele preguntarle a los padres quién es ése que domina el mundo. A unos le responden “Dios”, a otros “el presidente de Estados Unidos”, a unos pocos cuantos “el secretario general de las Naciones Unidas”, y a otros, muy acertadamente, les dicen: “nadie”. Para los que tenemos una gran pasión por ayudar a los demás, siempre hemos visto en cosas de ciencia ficción cómo hay una persona que termina salvando el mundo. El problema es que se trata sólo de eso: ficción. Y aunque es obvio que no hay una sola persona capaz de salvar el mundo, es una realidad mucho más compleja; pues se trata de considerar que tal vez existen nulas posibilidades de lograrlo hasta en equipo.
¿Con qué nos referimos a “salvar el mundo”? Depende de la visión de cada quién. Tal vez para unos sea convertirlos a todos en al cristianismo. Para mí es realmente darles a todos una calidad de vida digna, y con dignidad me refiero al respeto de los derechos humanos de cada individuo como tal. Tarea difícil.
En el libro “El fin del Poder” (recomendado) del analista político y trabajador público llamado Moisés Naím, se evidencia un sinfín de datos puntuales que demuestran por qué, en pleno siglo XXI; para el gobernante es mucho más difícil hacer lo que quiere. Y con lo que quiere no podemos pensar repentinamente en algo corrupto. Precisamente estamos hablando de arreglar las cosas, por lo que si lo que se quiere hacer es arreglarlas, el problema está en que tendría demasiados obstáculos para hacerlo. Un ejemplo: cuando el gobernante quiere subir el salario mínimo en Colombia a un porcentaje más alto, que en cierta medida no desestabilice considerablemente la economía; se encuentra con que en el Consejo de Estado hay varios interesados que no apoyan la medida y la pueden tumbar, con que los empleadores del sector afectado comienzan a hacer paros, con que los hackers le sabotean todo su sistema informático, con que muchos contratistas del Estado empiezan a irse porque desconfían del gobernante, con que se hace circular una imagen en Facebook para desinformar sobre la medida y por ende desaprobarla (cosa que tendría más alcance que una simple noticia en el periódico pagada por el Gobierno), etc.
Esto presenta algo preocupante, y es que en términos macro (como bien lo dice Naím), todos sabemos lo que hay que hacer para arreglar la mayoría de cosas; pero nadie tiene el poder suficiente para hacerlo. Y cuando se trata de cosas más graves y de mayor alcance como el cambio climático, la situación se complica, pues hay que enunciar todo y más de lo que dije anteriormente, y multiplicarlo por todos los lugares del mundo en el que pueda haber contribución a empeorar el medio ambiente. Sería un número muy grande de obstáculos para que los enfrente “el presidente de los Estados Unidos”. Incluso si se reúnen los 198 estados del mundo a firmar un acuerdo para mejorar el cambio climático como se hizo recientemente, serán 198 gobernantes que tendrán que lidiar con todo lo que acabo de decir. Y no será sencillo, pues hay grandes empresas a las que no les gustará ni cinco la idea. Tenaz.
Todo esto nos permite concluir lo siguiente: quien tiene el poder, no arreglará las cosas. Irónicamente, no tiene el poder para hacerlo. Por ende, debemos elegir a alguien que sepa poner a todos de acuerdo, o al menos a un buen número. Esto porque a fin de cuentas caeríamos en el mismo agujero negro de decir que somos todos y cada uno de los seres humanos los que debemos encargarnos de salvar el mundo con nuestras pequeñas acciones. Ahí sí nos jodimos, pues tengo mis dudas en que todos cooperemos por una misma causa. Incluso si son situaciones que a largo plazo nos afectarán o afectarán a nuestra familia, no nos importa hacerlo con tal y obtengamos provecho en nuestros intereses (para algunos, el dinero).
Tal vez se logre, tal vez no. Lo que sí importa es que hay personas que aunque sepan que existen pocas probabilidades de arreglar esto, no son capaces de dejar de aportar su grano de arena pues le perderían sentido a la vida. Si no, vivamos en hedonismo y que cada uno haga lo que se le antoje. A fin de cuentas no somos nosotros los que estamos pasando por hambre o quienes trabajamos con menos de 15 años en un barco factoría a la mitad de un océano para fabricar tenis Nike. ¿No lo sabían?
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