El territorio entendido como el espacio local con relación a niveles superiores (departamental/regional o nacional) insertados en las lógicas y dinámicas de un Estado, se constituye en el escenario más propicio para la participación activa y –en ocasiones- directa de la ciudadanía en su conjunto. Sin embargo, en Colombia comprender las particularidades de los territorios que la componen ha sido uno de los obstáculos al momento de construir Estado-Nación (léase La importancia del liderazgo comunitario), cuestión que es evidente en la planificación de proyectos y diseño de políticas públicas, a su vez que en la distribución de recursos públicos. Con los acuerdos de La Habana, los territorios (entendidos como las “periferias”) están cobrando gran importancia con miras a la construcción de paz territorial, expresando que es y será allí donde se dará la reconciliación y se colocarán en marcha las propuestas que busquen resarcir los daños colaterales de la guerra. En la misma línea, ¿qué es sentir y pensar en el territorio?
Sentir el territorio implica la interiorización del mismo más allá de un espacio geográficamente delimitado, cuya conceptualización en cierta medida resulta abstracta o difusa y en el cual se dan interacciones sociales, económicas, políticas y culturales. Sentir el territorio es la comprensión de la heterogeneidad de las gentes, resaltando sus percepciones sobre las realidades locales (problemáticas, oportunidades y posibles soluciones) y defendiendo su derecho legítimo a participar en la elaboración de una visión territorial colectiva y sostenible. Todo esto mediado a través de un proceso de concertación y deliberación públicas.
Pensar en el territorio es, primero, destacarlo como la unidad fundamental de un todo, en el que las instituciones políticas están lo más próximas al ciudadano y donde el Estado debe cumplir un papel garante en la prestación de servicios públicos que representan unos mínimos vitales para la población. Segundo, pensar en el territorio es promover su organización y planificación teniendo en cuenta sus circunstancias y factores medioambientales, geográficos, socioculturales, entre otros, cimentando así un verdadero desarrollo local.
Un ejemplo significativo de sentir y pensar el territorio hoy en día son los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), apuesta contemplada en el punto 1 (Reforma Rural Integral) de los acuerdos de La Habana. Esta iniciativa le apunta a la transformación estructural de la Colombia rural y a la reducción de las enormes brechas entre el campo y la ciudad. Los PDET se diseñan de la mano de las comunidades de las zonas priorizadas por los acuerdos (170 municipios agrupados en 16 subregiones) y teniendo en cuenta sus características y entornos, además de que su elaboración consta de tres niveles: veredal, municipal y subregional. Estas herramientas de planificación territorial están fijadas para un periodo de 10 años y se materializarán a través de los Planes de Acción para la Transformación Regional (PATR).
Solo queda indicar que la historia que se está escribiendo en el país obliga al Estado a romper las relaciones centro-periferia que han obstruido su crecimiento y fortalecimiento institucional a lo largo y ancho de nuestra geografía, impidiéndole expresarse en su totalidad ante las ciudadanías urbanas y rurales. Su responsabilidad deberá ser la de conectar los distintos niveles que lo componen y empezar a jalonar un desarrollo nacional que sea simétrico y equitativo. Y, por supuesto, no dejar de sentir y pensar en el territorio, pieza fundamental en la construcción de paz y en la búsqueda de justicia social.