“Que Colombia sea una potencia mundial de la vida no por una forma de gobierno, sino por una identidad social y cívica instituida en todos nosotros como gobernantes de nuestro territorio”
Gustavo Petro Urrego fue elegido como el nuevo presidente de la República de Colombia, a pesar de tantos vaticinios infortunados de destrucción, pese a los trágicos escenarios diseñados por los videntes del periodismo y los pseudointelectuales de la nación, muy a pesar de los demócratas fanáticos de prácticas antidemocráticas llegó al poder el primer candidato de izquierda en la historia republicana del país; bajo el umbral de unas elecciones dominadas por la efervescencia y la grosería, en unos comisiones históricos y simbólicos Petro fue electo presidente.
A la fecha se cumplen diez días de su elección y el final aun no llega, el apocalipsis profetizado por la derecha se va diluyendo; en cambio se tiñen de esperanza ciertos rincones dominados por colores grises.
Petro logró abarcar en su candidatura una diversidad de visiones, una pluralidad de sentimientos y sensaciones que masificó en las urnas, bajo su figura encontraron representación los tradicionalmente excluidos, los marginados, olvidados, víctimas de la inoperancia estatal, su figura se enarboló en las periferias como el símbolo indudable de ese “cambio” clamado a gritos desde tiempos remotos; en él confluyeron las visiones propias y ajenas de miles de personas que encontraron refugio a sus necesidades y representación a sus ilusiones, pero decir que su victoria se debió solo a su figura profética sería caer en una garrafal falacia, pues considero que su triunfo se debe en gran medida a la compañía de Francia Márquez como su fórmula vicepresidencial, gracias a ella su campaña tocó tierra firme y pudo al fin encontrar puerto su ideario de cambio; a la presencia de Francia se suma la diplomacia de su discurso después de la primera vuelta presidencial, evocaciones al centro y la unidad, a la construcción colectiva de un mejor territorio para todos; su discurso en el que hilvana sus ideas se alejó de la recalcitrante postura de extrema izquierda para adecuarse a la demanda de un país necesitado de concordia y convergencias, mesuró sus posturas y obtuvo la victoria. El Petro de ahora no sería lo que es si no es por la presencia de Francia Márquez y por la oportunidad que se dio a sí mismo de reencontrarse con su esencia.
Nuestro país vive con heridas viejas sin sanar y con heridas nuevas que no desean cicatrizar; Colombia sobrevive a pesar de sí mismo, de sus colombianos apasionados e indulgentes, faltos de razón y enfrascados en odios reciclados, en cíclicos enfrentamientos avocados en la destrucción del otro que no piensa como yo o que no pertenece a mi grupo. Colombia es un país polarizado y no lo es por la ignorancia de sus gentes, por el contrario, es un país polarizado por esa incontrolable necesidad de tener la razón, por esa primigenia voluntad de no querer convivir con el contrario, lo cual va más allá de una simple ignorancia, es más bien una imposibilidad de equiparar la razón con los deseos, una inestabilidad de nuestros instintos frente a la claridad del pragmatismo.
Sobre la mesa tenemos una invitación extensiva a comprometernos en aportar a la superación de esas diferencias, a ser partícipes de ese cambio de forma activa, entendiéndonos en la diversidad y pluralidad de ideas y sentimientos; no es tarea exclusiva de un gobierno el unir a un país dividido, es tarea de todos superarnos en nuestro individualismo con miras a comulgar en una unidad próspera e idónea; es deber de todos conformar ese pacto histórico, pertenecer a ese acuerdo nacional que busca superar las barreras y las divisiones instauradas por la trivialidad de las ideologías políticas que más que representar posturas técnicas de gobierno representan formas inveteradas de caprichos personalistas que no conducen a resultados diferentes al enfrentamiento; es imperativo comprender la disrupción y la divergencia como elementos fundamentales e intrínsecos a las dinámicas sociales, comprender la existencia de varios caminos para llegar a un mismo fin; es inocuo afianzarse a la subjetiva verdad solo por creer que se está del lado correcto de la historia; no existen lados correctos e incorrectos expresamente, existen lados con mezcla de ambos. No dependerá solo de Petro o de Uribe que nos logremos superar en nuestras tragedias, dependerá de la gallardía y coraje de cada uno, de mirarse al espejo e identificarse como producto de todo un conjunto.
Ante el llamado de un trabajo mancomunado no faltan quienes se apartan para formar el traspié que busque la caída; la victoria de Petro auguraba una crisis social, económica y política sin precedentes, auguraba una destrucción institucional, un asalto indigerible del castrochavismo, del socialismo marxista y otro sin fin de fábulas acartonadas que lograron crear un ambiente de desinformación y tensión que alteró en gran medida el desarrollo del país; tantas desgracias se profetizaron que cada una de ellas se preguntaba si tendrían espacio en el gobierno entrante para hacer de las suyas; abundó la desinformación, la manipulación a través de los medios de “incomunicación” que fungieron de serviles distribuidores del pánico y el terror; tanto daño se hizo y se sigue haciendo que siempre es válido guardar reservas para seguirse desilusionando de una sociedad colombiana que no comprende lo fundamental; lo anterior no quiere decir que esta será la mejor presidencia de la historia, que no se equivocará ni fallará quizá en algunas de sus determinaciones, no, tal vez se cometan errores y dependerá de todos abonar el camino para que los procesos surtan los frutos esperados, el punto es la sobredimensión del error, la exageración de una realidad apocalíptica que en nada se relaciona al presente; es también una invitación a la crítica, al cuidado y la responsabilidad.
Los territorios periféricos del país con sus votos eligieron presidente; Gustavo Petro presidirá una nación que busca encontrar sentido a esa palabra, un país que busca dignificar el humanismo, reencontrarse con sus principios y desarrollar políticas de vida que contribuyan al nacimiento y crecimiento de una paz estable y duradera, presidirá un país amante de sus formalismos dogmáticos, aferrado a una filosofía conservadora que no permite vislumbrar espacios de congregación de ideales mutuos, presidirá un país adolorido, herido, subyugado por la corrupción, fragmentado por las volcánicas ideologías políticas, presidirá un país que pese a todo aquello aún se aferra a la esperanza, bien sea a la esperanza racional o emocional, no importa, lo fundamental aquí es trabajar sobre un punto transversal y de común importancia: la dignidad humana.
Vendrá la oposición seria y radical, vendrá una unidad programática que permitirá avanzar en puntos esenciales para el país, vendrán aciertos y desaciertos, oportunidades y derrotas. Detrás de todo ello vendrá la opción de reescribir la historia.
No es tiempo para más odio, ni para más división, actuemos con sinceridad y cordura. Que Colombia sea una potencia mundial de la vida no por una forma de gobierno, sino por una identidad social y cívica instituida en todos nosotros como gobernantes de nuestro territorio
Comentar