En la relación entre el gobierno y el Congreso existe un viejo y conocido refrán: “el primer año es del presidente, el segundo es del Congreso, el tercero es compartido y el cuarto es de nadie”. Pero Petro puso en entredicho la validez de ese refrán al demostrar que su relación con el legislativo no se ciñe por un ritmo harto tradicional, pues a pesar de que inició su mandato con una amplia gobernabilidad -una verdadera aplanadora-, el cierre del “año del presidente” concluyó con una coalición agonizante; una agenda legislativa estancada; y, con la incipiente capacidad de bloqueo de una coalición opositora.
Y aunque el gobierno registró victorias tempranas como la aprobación de una ambiciosa reforma tributaria (con su respectiva adición presupuestal), y algunas conquistas históricas -siendo la más importante el consenso en torno a la Jurisdicción Agraria y Rural-, las reforma sociales se vieron reducidas a la parálisis o al estancamiento.
Ahora bien, desde el 20 de julio el gobierno tendrá la oportunidad de invertir la lógica del viejo y conocido refrán, y para ello, el titular en el Ministerio del Interior, el exsenador Luis Fernando Velasco, tendrá un doble reto; por un lado, deberá recomponer la coalición gobiernista en el nivel de los partidos tradicionales con el denominado “frente amplio”; y por otro lado, deberá concretar una agenda legislativa prioritaria que responda tanto a las expectativas sociales del gobierno como a los incentivos propios de los partidos políticos.
El reto pinta mayúsculo y sin duda marcará el ritmo del gobierno del Cambio para el tercer y cuarto año (el más caótico).
El ministro Velasco -un operador político con experticia en la filigrana legislativa- tendrá que obrar con auténtica sensatez republicana para no caer en los mismos errores en los que sí cayó su antecesor, Alfonso Prada, un ministro mediocre a quien le faltó capacidad política para estabilizar las relaciones del Ejecutivo con el Pacto Histórico y con los partidos del “frente amplio”, ya que nunca tuvo prioridades -más allá de la aprobación de la reforma tributaria- y más bien se empeñó en desgastar al gobierno en una fallida reforma política y con mensajes de urgencia que nunca resultaron urgentes.
De cara al segundo año, el gobierno debe ser más estratégico tanto en lo relacional como en lo comunicativo.
Primero, debe reconstruir una coalición de gobierno mínima que garantice los votos suficientes en Comisiones constitucionales claves (primera, sexta y séptima) y seguidamente en las plenarias. Segundo, en su discurso ante el Congreso, Petro deberá se claro en relación a los temas urgentes y necesarios: urgentes como la aprobación de una ley de sometimiento y sujeción colectiva a la justicia -algo clave para estabilizar el despliegue del enfoque urbano de la política de paz total-, y necesarios como la reforma a la salud o la anunciada reforma a la Ley 30 de educación superior.
Además, los congresistas del Pacto Histórico tendrán que obrar con auténtica sensatez republicana para no caer en los mismos errores en los que sí cayeron en las primeras de cambio; tan solo hay que recordar como representantes y senadores se asumieron en una competencia casi olímpica para demostrar quien radicaba más proyectos de ley. Si los congresistas del primer nivel en la coalición insisten en promover una agenda legislativa que no se sintonice con la priorizada por el gobierno, estoy seguro de que la constante seguirá siendo la misma: dispersión, desorden y estancamiento.
Sin duda, se viene un segundo año lleno de retos y desafíos, no solo en lo relacionado con el gobierno o el Congreso, sino también en las calles y desde el pulso que se mide en la movilización social. El 20 de junio de 2024, cuando estemos haciendo un balance al cierre de la segunda legislatura, podremos saber que tanto del “cambio” es retórica, práctica o mística.
Por lo pronto, el “año del Congreso” ya empezó a correr.
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