Sed de sangre

No hay respiro alguno en Bogotá. El nivel de delincuencia está llegando a límites que a mi edad, no había registrado. Hay muchas preguntas que me nacen sobre esta situación, pero también, muchas consideraciones propias sobre la respuesta de los ciudadanos a este problema que se expande y que pierde dolientes, ¿es culpa de Petro? ¿Es culpa de Claudia López? ¿Es culpa de Galán? ¿Son los venezolanos? Aquí hay un problema mayor, más que decir quién tiene la culpa, podemos trasladarla al qué tiene la culpa y en su primer momento, diré que está en todo el sistema legal, ¿Qué herramientas reales y efectivas se puede utilizar para controlar este desazón que puede generar grandes problemas en la salud mental de los ciudadanos? Es abrumador y decepcionante saber que los delincuentes están de pasada por los pasillos de centros penitenciarios – si logran llegar a esa instancia –, CAI u otros lugares en los que se espera un procedimiento que conlleve a lo justo.

Muertos, heridos, abusos y maltratos es lo que acompaña al hurto. No es solo la pérdida del objeto, sino lo que viene con ello: Individuos que desatan su irá, su rencor, su sed de sangre con una víctima que en estado de vulnerabilidad reacciona de dos formas: se entrega completamente a la voluntad del ladrón o responde de forma airada hasta llegar a convertirse en la misma especie sedienta y desproporcionada en un ganar o morir.

Escuchando a Francisco Bernate quien es quizás uno de los abogados penalistas más importantes del país, expone de forma directa y precisa lo que es una verdad: “La justicia por mano propia no existe, pues quienes deben realizar tal acto son los jueces”. Con esto, queda claro que cualquier acción violenta, si no es en defensa propia, se convierte en un problema de orden legal. En derecho se conoce como legítima defensa, pero esta solo sirve en un tiempo y modo determinado. Lo que sucedió en la localidad de Antonio Nariño en donde un expolicía disparó contra uno de los sujetos que intentó hurtar el restaurante en el que se encontraba, revive dos polémicas: el uso de armas y la confianza en la que puedo quedar exonerado si asesino al bandido y me empodero como el bueno, quiero reconocimiento heroico. Como están las cosas, hay que tener mucho cuidado porque no todos tendrán el apoyo del concejal Ángelo Schiavenato y esto tampoco se puede convertir en un campo de Paintball de color rojo. Se debe tener claridad con lo que llamamos legítima defensa, porque por encima de esta se encuentra la vida de otro individuo y cae en la violación de otros derechos. No es lo mismo que un expolicía enfrente sus fuerzas contra el ladrón, a que un ciudadano del común utilice su arma por la falta de gestión de emociones. Queda abierto el debate legal de lo que realizó el expolicía y no solo legal, sino ético.

Es predecible la respuesta de quién lea este texto, pues hay una sed que no descansa en la ciudad y es la sed de sangre ya que, la justicia o los resultados de los proceso legales no son claros, a tiempo ni justos. Nos duele y nos genera una rabia descomunal que el bandido siga haciendo el mal mientras muchos intentan sobrevivir con lo poco que han logrado. Nos incomoda tal situación porque el descontrol social y judicial, la burla del fiscal que salió sobre procesos importantes y la risa de no poder nombrar uno nuevo, genera impaciencia, ansiedad e incredulidad entre la ciudadanía, es por eso, que pagar con la misma moneda, que eliminar al que hace el mal se convierte en una prioridad. El suplicio del cuerpo, el mensaje que se envía, el castigo público como escarmiento nos está conduciendo a un estado primitivo.

¿Quién está detrás de todo esto? ¿Hay algún sector político que tiene las manos sucias en esto? ¿Quién controla estas bandas? No es normal que una ola tan fuerte de inseguridad sea de una forma tan sincronizada, tan contundente. ¿De dónde viene esta burla a la ciudadanía? Se escucha con firmeza las voces, los gritos de las personas pidiendo muerte, sangre, castigo, maltrato. Se ve cómo señalan con el dedo a los que creen que son los culpables, piden con soberbia, con sevicia aquella vieja y miserable limpieza social. Esto no se trata de una defensa al delincuente, se trata de una reflexión puntual sobre el actuar, el desespero y el querer ver muertos, escuchar disparos, saber de golpes y toda técnica de violencia para extirpar de una vez por todas al malo, al inservible, a la mugre social, al otro disfuncional. Ese deseo desencadenado no es más que el diagnóstico de lo mal que está nuestra salud mental. No se trata de poner la otra mejilla, pero sí de aunar fuerzas para exigir, pedir, obligar una solución a nuestro sistema judicial y todo lo que de allí se desprenda para ser certeros a la hora de exigir con legalidad y humanidad una justicia.

Si seguimos así, ojalá que después de un buen tiempo, al desaparecer los ladrones, no quedemos los asesinos. De esto no habrá retorno, porque cualquier acción activará la sed de sangre…

Esquilar: El camino no es ni será lo que hace Bukele ni lo que hizo Uribe. La idea es mejorar, no darle el poder al más peligro.

Juan Camilo Parra Martínez

Escritor. Autor de la novela corta: Siempre quedará y del libro de ensayos literarios Domingo, 3 de abril.

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