La democracia pregona la posibilidad del disenso como uno de sus sinos más emblemáticos. El mundo moderno que construye la noción actual de democracia habla de libertades políticas en favor del individuo donde el Estado no tiene cabida. Y dicha máxima axiológica puede ser cierta, no interviene el Estado. Pero eso no significa que haya libertad. Porque hoy la disputa por la libertad no ocurre contra el Estado, cooptado por burócratas corruptos, sino contra el mercado. Técnicos despiadados e insolentes incapaces de permitir la controversia. La democracia y la censura se excluyen recíprocamente. Donde hay censura no hay libertad. Donde hay censura no hay democracia. La esencia de la democracia es posibilidad de disentir, de contrariar al dirigente y separarse del libreto oficial en el que el gobernante prefiere súbditos y no ciudadanos. En ese contexto, los medios de comunicación jugaban un papel central porque eran la puerta abierta para la libertad de expresión, la libertad de prensa y la libertad de opinión. La máxima liberal burguesa, en el contexto moral más elevado de la Francia libre y republicana izaba las banderas de la libertad de expresión así aquello que se dijera nos resultara ofensivo o contradictorio. Así funciona la libertad. Cuando la pira es libertad debe permitirse que las palabras se arrojen en lanza ardiente sobre el heno en el que aguardan los condenados por herejía. Es el precio a pagar. Pero son pocos los decididos a asumirlo. Alguna vez lo fueron los medios de comunicación. Pero cada vez son menos. Alguna vez lo fue El País. Dejaron de ser una expresión del contrapoder para convertirse en la caja de resonancia de grupos económicos en cuya esfera más elevada y clandestina copulan con la dinastía política. Así que aquello que se llama libertad de prensa resulta falaz. Silenciar las voces críticas a su propia línea editorial es censura y anula la democracia que dice propagar mediante la libertad de prensa. A Fernando Savater lo silenciaron porque no aguantaron que dijera, libremente, que el rey iba desnudo al vaivén de las necesidades entre la mesa del Psoe y lo quiere escucharse en La Moncloa. El respeto por la voz crítica es una excepción porque en la mayoría de los medios hay un afán por asegurar que áulicos mediocres escriban lo que suscriptores, patrocinadores y empresarios quieren leer.
Le podría interesar
Del autor
John Fernando Restrepo Tamayo
Abogado y politólogo. Magíster en filosofía y Doctor en derecho.
Profesor de derecho constitucional en la Universidad del Valle.
Entradas recientes
- Medios de comunicación, la política y los politólogos: hacia una ciudadanía sólida, crítica y participativa.
- La ceguera de los abogados para estudiar la economía aplicada al derecho
- ¿Para cuándo se mejorarán las condiciones de la estación Bello del metro?
- Logoi-Oriente
- Colombia en peligro
- Gaza / Israel: a propósito de la nueva solicitud de opinión consultiva a la Corte Internacional de Justicia (CIJ)
Comentar