Sadomasoquismo y carencia fálica en la fuerza pública

“…el arma es el falo y la fuerza es la potencia fálica”.


Es recomendable dar una mirada clínica a la violencia policial, estableciendo fenómenos psíquicos que apoyen la descripción de variables indicativas para la elaboración de material académico que contribuya a un mejor abordaje de esta terrible problemática estatal. Pensaría que existe en los integrantes de la fuerza pública dos formas de goce, el uno masoquista y el otro sádico; ambos parten de la misma pulsión (la de muerte), pero toman diferentes destinos psíquicos, albergando sin duda una función complementaria. También existe un déficit en la simbolización fálica (subjetivación de la impotencia) que busca ser tratado y superado a través del uso de la fuerza, el uso de la violencia contra el ciudadano: el arma es el falo y la fuerza es la potencia fálica.

Tanto la carencia fálica como el goce sadomasoquista, se presentan en todo lo relacionado con el ejercicio de sus funciones. Lacan ya había plateado que el hombre “exitoso” sería aquel sujeto de mente débil que no se dejaría interpelar por nada ni por nadie; esa negativa a la interpelación existencial hace posible que se reduzca a su mínima expresión el conflicto psíquico; conflicto que, sin embargo, permite la constitución subjetiva. Relaciono esto con una de las frases más famosas del sujeto policía: “yo solo recibo órdenes”. Órdenes que devienen de ese gran Otro sádico denominado institución policial. La posición sumisa ante el autoritarismo institucional exige un cumplimiento incuestionable y total de cualquier demanda, so pena de ser castrados (verse sin poder, sin arma: sin falo); es así como el establecimiento policial cumple la función simbólica de padre sádico que puede castrar a los oficiales quitándoles su investidura, despojándolos de su autoridad.

Esto se acompaña de un proceso de infantilización asumido por los hombres y mujeres de la fuerza pública, infantilización que les hace pensar que pueden desligarse de cualquier responsabilidad personal, incluyendo la falsa justificación de no ser sujetos políticos. “Los policías no votamos”, es otra de las recurrentes frases. Sus argumentos, por tanto, son: no es mí culpa y a mí me dijeron que lo hiciera.

Desde esta lectura, entonces, el oficial de la policía se presenta como un sadomasoquista infantilizado que goza de la violencia moral que la institución ejerce sobre él y goza, a su vez, convirtiendo parte de esa violencia que recibe en energía destructiva que proyecta hacía fuera. Es por medio de este segundo acto que siente recuperada la potencia que ha perdido; es por medio de la rivalidad y el choque de fuerzas con el ciudadano que se permite una (re)-simbolización fálica. A la luz de Freud, en el psiquismo del sujeto policía operan dos formas de masoquismo, el femenino (miedo a ser castrados/deseo de ser tratado como un niño) y el moral que reemplaza su propio sufrimiento por la vía del sadismo.

Jorge Jiménez Zapata

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