—Me incorporo a la marcha en el Parque Nacional, en la séptima con calle 40.
¡A parar para avanzar, viva el paro nacional!
Esta es la consigna que resuena al al unísono en una multitud de voces que, tras los tapabocas y la distancia, produce un cuerpo. Este es el retrato de una jornada que vence el temor, que no aguanta ni un segundo más del malgobierno burlón y cínico, que antepone los intereses de una minoría privilegiada sobre los intereses de la mayoría.
Mientras entro a una panadería de la séptima escucho el canal Caracol en un TV en la pared; me resulta repugnante la respuesta agresiva de los gobernantes de turno contra los manifestantes, la intimidación con la presencia policial, y el atiborramiento de noticias y mensajes difamatorios del paro. Salgo de nuevo a las calles y pienso: un síntoma se devela en todas esas acciones reaccionarias y coordinadas: ¡ellos, los poderosos, tienen miedo! Me tropiezo con otros cuerpos y constato que algo está ocurriendo con las apuestas colectivas que emergen en los territorios y los barrios, en las redes, en las reuniones de zoom; está apareciendo una alianza poderosa que parece vencer a uno de nuestros principales enemigos: la indiferencia.
La indiferencia es una actitud condicionada por un afecto de desesperanza y de temor, por una sensación de no futuro producida por un sistema de regulaciones donde el capital importa más que la vida; la desesperanza está alimentada por una forma de poder histórico-oligárquico que ha condenado a miles de personas a ser, exclusivamente, reproductores de la riqueza de otros. En la indiferencia hay una especie de goce que nos deja inmóviles y solos; somos indiferentes, también individualistas y, por lo tanto, estamos en una soledad deprimente. La indiferencia se vuelve complaciente y busca refugio tras el prestigio que da el acceso al consumo, donde ese goce está mediado por la deuda y la satisfacción personal. Poder que da tener un plástico con crédito, y entonces, me parece que ese mecanismo es complaciente y aquietante.
—Mientras camino, recibo una llamada. Un colega me dice que no salió a marchar por el miedo al COVID.
Vacilo y rápidamente pienso: lo que sucede hoy, en el 28A, en las calles, es la continuación del paro de noviembre del año pasado, esto cambia el mapa en el que se ordenan los afectos. Quienes no salieron a marchar y quienes se quedaron en las redes saben que algo extraordinario ocurre: la energía de un cuerpo colectivo se ha desatado frente al malgobierno. Un pequeño anhelo emerge. Los cuerpos que hoy se exponen en las calles, al límite de la vida, nos dan una certera lección: ¡La vida insiste más allá de la indiferencia y la desesperanza! Lo que se rompe con estas movilizaciones, en medio de una pandemia, es el pacto con la indiferencia que habíamos firmado los ciudadanos por décadas.
Necesitamos reafirmar que la indiferencia se quebró, que ese pacto silencioso que los poderosos disfrutaban no volverá nunca más. De eso se trata un paro, de interrumpir la normalidad que beneficia a la minoría de privilegiados. Se trata de cortocircuitar esos lugares plácidos, de incomodar, de asestar golpes sobre eso que antes estaba fijo y cristalizado, sobre esas verdades que se disfrazan de argumentos técnicos. Lo que hoy se reclama, por todos los medios, tiene que ver con la profunda desconexión que esa minoría de privilegiados tiene con la vida de la mayoría; los reclamos que hoy toman cuerpo en las movilizaciones son los reclamos de un clamor que supera las decisiones técnicas que los economistas preparan para justificar la desigualdad. Si tan interesados estuvieran en disminuir la pobreza y en cerrar la brecha, basta con que hubiesen dejado de cuidar los negocios de sus amigos o familiares.
—¡Un carro pita estruendosamente! Es un empleado de servicios de alimentación que maneja un camión, tiene un gesto burlón con los manifestantes. Sigue pitando, como si lo disfrutara.
Parte de lo que se vive hoy en las calles es el efecto de un sinnúmero de acciones colectivas que tienen lugar en todos los rincones del país, hacerlas visibles, tejer lazos entre ellas para que ese cuerpo colectivo se convierta en una opción que impugne el orden que esta minoría oligárquica ha construido a sangre y fuego. Necesitamos sumar la ira contenida de las manifestaciones de hoy en una serie de acciones cotidianas que desmantelen la legitimidad de quienes hoy gobiernan, estar vigilantes y transformar nuestra forma de relacionarnos con las instituciones, retomar la instituciones para que “nunca más una decisión se tome sobre la gente SIN la gente”. Nuestras ganas serán las que suenen estruendosamente frente a años de olvido y desidia.
Vuelve a sonar, a través del tono metálico de un megáfono, ¡a parar para avanzar, viva el paro nacional
Ante las amenazas de un gobierno que insiste en la muerte y el empobrecimiento, ante la burla cínica de los gobernantes, ante sus estrategias de odio y manipulación, ante la narrativa conveniente de los medios, ante los gestos de indiferencia de los otros, debemos parar y profundizar la democracia. Romper el pacto con la indiferencia tiene que ver con reconocernos como parte de ese cuerpo colectivo que hoy quiebra la comodidad de la minoría privilegiada, ¡nunca más contarán con nuestra indiferencia complaciente!
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