Las naciones no pueden marcar sus territorios con cercas pintadas con los colores de la ideología de quienes temporalmente las gobiernan. Es un sutil gesto dictatorial, embarcar a todo un estado en una agenda de organización política. Cuando una nación convierte su política exterior en un tema ideológico, pierde soberanía y la soberanía no es patrimonio del gobierno de turno, sino un tesoro de la nación que reside en el pueblo.
Es menester desideologizar la política exterior, curarla de esa enfermedad infantil de las relaciones exteriores que fue pandémica durante la guerra fría y que algunos nostálgicos quieren mantener viva. Hoy no es la ideología. El milagro de una buena diplomacia es lograr que coexistan de manera respetuosa, rumbos distintos con intereses comunes. Para hablar entre los mismos no se necesita diplomacia.
Venezuela es más que un país vecino; es, de manera indisoluble, una nación compartida con Colombia. Entre Colombia y Venezuela hay venas vivas de historia y de cultura, Aquí hay que aplicar no solo las reglas de la diplomacia, sino las de la hermandad. Siempre se necesita confluencia constructiva en temas estratégicos. Un tema estratégico común son las zonas limítrofes. A lo largo de los 2.219 kms de frontera, las zonas limítrofes con Venezuela se han deteriorado y convertido en cinturones porosos de miseria, de inseguridad, de ilegalidad; de narcotráfico y de corrupción de quienes las vigilan. Ahí sufren todos, colombianos y venezolanos. Y no hay soluciones, ni hay ley. S.O.S. por las fronteras con Venezuela.
Venezuela fue el mejor socio comercial de Colombia. Los colombianos hacían largas filas para obtener la visa de Venezuela con el fin buscar oportunidades. Hubo una diáspora colombiana hacia el hermano país a lo largo de nuestra historia. Hace años, ir a Venezuela en busca de oportunidades era parecido al sueño americano. Hoy según el gobierno, Venezuela es el peor enemigo de nuestro país.
Romper relaciones diplomáticas y hasta consulares, con Venezuela ha traído consecuencias oscuras para ambos países. Esto suena a una pelea entre dos jefes territoriales, poniendo como barras bravas, a sus respectivos pueblos. No pueden ser los colombianos quienes debiliten a Maduro, ni los venezolanos los que deslegitimen a Duque.
La diplomacia existe para el ejercicio del respeto y la cordialidad entre diferentes. La diplomacia es gentileza, es buen trato, aun entre los enemigos. Nació en la política para que problemas entre países de pensamiento diferente se resuelvan de manera pacífica. Diplomacia es el poder de la tolerancia cuando se siente rechazo. Diplomacia es evitar el uso de la fuerza, es no creer en la guerra como estrategia de solución de conflictos entre países. El arma de la diplomacia es el argumento; su esencia es el interés común; y su tesoro la soberanía.
Muchos piden intervención militar o uso de la fuerza contra Venezuela. En la guerra todos perdemos; en la Guerra nadie gana. La comunidad internacional odia el uso de la fuerza y las invasiones militares contra un país. Y no se puede ser cándido al enfrentar un problema internacional. Venezuela no está sola. Una agresión o una guerra contra Venezuela, es una guerra contra Rusia y contra todos los aliados de ese país. Las propuestas candorosas de invadir un país están por fuera de las realidades de la esencia de la democracia.
Cuando EEUU y Kennedy bloquearon a Cuba y a Fidel Castro, Rusia instaló poderosos misiles en Cuba apuntando a EEUU. Fue tal la amenaza, que John F Kennedy se sentó con su enemigo Nikita Krushev a negociar el desmonte de esos misiles. Hoy Venezuela tiene misiles y cohetes rusos apuntando a Colombia, y muchos colombianos estarían en peligro. La negativa de buscar acuerdos por encima de los odios es una amenaza al interés común.
Es urgente que regrese la magia de la diplomacia entre Venezuela y Colombia. Ni siquiera cuando Álvaro Uribe era presidente, cuando las relaciones se tensionaron al máximo, se rompieron las relaciones entre los dos países.
Se necesitan mecanismos de acercamiento, distensión, y un periodo de transición donde organizaciones internacionales especializadas podrían ayudar a recomponer la diplomacia por áreas como salud, educación, comercio, etc. Sería bueno activar mecanismos como la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, ordenada por el artículo 255 de la constitución y que hoy yace guardada en su fino estuche jurídico. Es urgente crear un equipo bilateral que construya puentes entre ambos gobiernos.
Un expresidente colombiano decía que no conoce mejor componedor y mejor negociador en el mundo que Nicolás Maduro. Asegura que a las malas no lo van a tumbar. Trump que lo quería tumbar ya salió. El Presidente Duque, que ha sido activista y contrario a Maduro, ya solo le falta un año largo para terminar su gobierno. Es probable que Nuestro Presidente Duque termine su periodo sin ver caer a Maduro; y que Maduro asista a la posesión del próximo Presidente colombiano. Si dos gobernantes se odian o son contrarios ideológicos, la decisión de acabar las relaciones diplomáticas es un error. La soberanía, el interés común y el pueblo tienen que estar por encima de odios entre gobernantes.
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