Reseña de Historia mínima de Colombia de Jorge Orlando Melo

Hay en el libro cierto pudor, cierta reticencia interpretativa. La historia es pudorosa, suele ocultar sus fechas esenciales, escribió Borges. Oculta también sus principales mecanismos, podríamos adicionar. Melo presenta los hechos de manera en principio imparcial. Pero tampoco podemos decir que esta historia de Colombia es mínima en interpretaciones. Que las hay, las hay.
Quiero, como un acicate, como una invitación a su lectura, proponer once tesis implícitas en el libro, once ideas fundamentales para entender a nuestro país.
  1. Desde la introducción, se pone de presente la importancia de la geografía. Este énfasis recuerda las ideas de Engerman y Sokoloff (para usar una referencia conocida para los historiadores económicos). También las ideas de Jared Diamond. Somos en parte producto de nuestra geografía endemoniada que nos ha alejado del mundo y de nosotros mismos, sugiere Melo. Si quisiera ilustrar este libro, poner un grabado en la portada, usaría el paso del Quindío de Humboldt. Nuestra geografía explica la tensión centro-regiones, el aislamiento y la idea recurrente en el libro de unas islas de prosperidad, seguridad o salubridad en medio de un océano de pobreza, violencia o enfermedad.
  2. El libro también enfatiza la importancia del legado colonial. Una triple importancia en mi opinión: institucional, sociológica y económica. De la colonia heredamos un poder central teórico e ineficaz, una cultura transaccional (la idea de que las leyes son negociables), una sociedad jerárquica, las disputas absurdas por títulos, ritos y ceremonias, una propiedad de la tierra concentrada, una distribución de la población en las altiplanicies orientales, en últimas, una nación escindida, sin unidad.
  3. Desde la colonia, pero más en la república, la colonización ha sido un motor de cambio, una oposición al legado colonial, una fuerza transformadora. La colonización antioqueña, en particular, fue transformadora en muchos sentidos: cambió el mapa de la demografía, la política, la economía, así como la importancia relativa de los poderes regionales.
  4. Implícitamente al menos, el libro es escéptico sobre el poder bogotano o, mejor, sobre el poder de los criollos santafereños y los políticos capitalinos, etc. Caucanos, santandereanos, tolimenses, antioqueños y boyacenses han gobernado a Colombia. Para decirlo de manera provocadora, el libro sugiere que aquello de “los mismos con las mismas” es una caricatura sin mucho sustento, que no subraya lo esencial.
  5. El libro enfatiza también el papel de los letrados en los primeros momentos de la República, el dominio abrumador de los abogados que tanto molestaba a Bolívar, el hecho de que los jefes de Estado no fueron terratenientes o empresarios sino libreros. Pero los letrados, paradójicamente, estaban dispuestos a torcer las ideas y la ley en medio del fragor político: “la derrota en la concepción propia era identificada como un desastre para el país”. Los letrados se creían, por lo tanto, con licencia para cambiar las reglas y adoptar formas de lucha eclécticas. La violencia y el fraude nunca se descartaron.
  6. El libro también postula que Colombia padeció de una excesiva ideologización, una suerte de fragor político casi obsesivo, en el siglo XIX, en los años 20 del siglo pasado, en las luchas guerrilleras de mitad de siglo, en las posteriores luchas de los años 70. En los años cuarenta, “la pugna entre liberales y conservadores fue, más que un enfrentamiento político por el triunfo electoral, una guerra santa por modelos sociales diferentes”. Lo mismo puede decirse de muchas de las revoluciones del siglo XIX. Incluso de las locuras religiosas de las guerrillas en su comienzo.
  7. El Frente Nacional no solo trajo exclusión política, creó también un equilibrio extraño, un Estado atrofiado en el cual coexistían cierta estabilidad macroeconómica y un reformismo tímido, pero al mismo tiempo unas poderosas redes clientelistas.
  8. El libro, en el espíritu de Bushnell, tal vez, es optimista y escéptico al mismo tiempo, tiene un enfoque que yo quisiera llamar liberalismo sosegado. Quiero rescatar dos ideas del libro sobre el liberalismo. Primero, el optimismo sobre el liberalismo del XIX que trajo consigo la transformación de las finanzas públicas, el crecimiento de las rentas locales y varios avances hacia una sociedad más abierta. Y segundo, el optimismo sobre el liberalismo reciente, en particular sobre los avances lentos, pero firmes hacia una sociedad laica. “Colombia, un poco inadvertidamente, se convirtió en una sociedad laica”.
  9. El conflicto histórico, centrado en las luchas ideológicas, en las guerras santas, fue transformado esencialmente por el narcotráfico. El narcotráfico reveló y acentuó las debilidades institucionales, volvió la justicia inoperante y dio origen a una epidemia sin precedentes de crimen violento.
  10. La historia de Colombia puede verse como la búsqueda evasiva de la unidad nacional. Ser colombiano, pareciera sugerir el libro, sigue siendo, después de todo, un “acto de fe” (para usar las palabras de Javier Otárola, otro de los letrados bogotanos que habitan la realidad y la ficción).
  11. La violencia ha sido nuestro gran fracaso histórico. Pero no es una maldición y tampoco podemos decir que ha obedecido siempre a las mismas causas. Pero la culpa principal viene de quienes promovieron, por décadas, la violencia como vehículo de cambio social.

 

Alejandro Gaviria

Ingeniero, economista, escritor. Ministro de educación de Colombia 2022. Escéptico y optimista trágico. Escribo sobre desarrollo, políticas públicas, política antidroga y literatura.