“El eslabón por tanto tiempo buscado entre el animal y el hombre verdaderamente humano… somos nosotros.”
Konrad Lorenz
Si usted señor lector ya ha leído el primer Réquiem es porque ha empezado a entonarlo, y estamos parados el uno junto al otro al borde de este abismo llamado humanidad. Pero seguimos siendo tercos y creemos que todo puede cambiar. Estúpidos, estancados, observando cómo las cosas cambian sin inmutarnos, sin mover un dedo. Sí, ya lo destruimos todo. Ya dentro de nuestra irracionalidad pensamos el mundo y lo destruimos. ¡Prolonguemos nuestro réquiem!
Nuestro canto dice que estamos malditos. Que somos hombres malditos. Hombres que nunca alcanzaron su verdadera humanidad. Hombres que nunca fueron hombres. ¿Humanos? Nunca fuimos humanos. Somos un eslabón más en la cadena evolutiva que no alcanzaremos jamás la perfección. Sin embargo, encontramos la perfección en la creación partiendo de la destrucción.
¡Qué tercos somos a la hora de crear!
Ya no saltamos, no volamos. No hay opción alguna. Caer, y caer. Tampoco derrumbar muros. ¡Prologuemos nuestro réquiem! No llegamos al fin… estamos viviendo el fin.
Creamos un Dios. Un Dios por cultura. Un Dios por persona. Muchos dioses, para muchos seres en la faz de la tierra. Uno a la imagen del hombre, uno que lo gobierna, que nos impidiera tocar el réquiem, Uno que fuera un hombre perfecto, un hombre humanizado completamente. Uno con el que dejáramos de ser ese eslabón perdido. Pero creamos un mito, no el mito de un Dios, sino el mito del hombre humanizado. ¿Dónde están los hombres? Aquí no los hay. ¡Una intempestiva! –la última, tal vez– Aquí no hay hombres, nunca alcanzamos a serlo; el hombre es un mito, somos asesinos.
La raza canalla. La raza maldita. Los tercos. Los estúpidos. Los irracionales. Los destructivos. ¡Los asesinos! De hombres y de dioses, de las criaturas que lo rodean y sus criaturas –sépase la diferencia–. No creamos mitos, somos el mito. Somos el simulacro de lo que pudimos ser. La perfección simulada.
¡Prolonguemos nuestro réquiem! El mantra de Oliver no ayuda, repetirlo es inútil. “El pasado está muerto, no existe.”
¡Una vez más el réquiem! El mundo no es a color, tampoco a blanco y negro. El mundo es gris. ¡Progreso lo (mal) llamamos! Agradezcamos pues este mundo al hombre hecho mito, y a su profunda irracionalidad.
¡Bienvenidos!, una vez más, al mundo libre. Donde les brindamos la capacidad de elegir. Inclusive elegir la opción equivocada. De ser el mito, de ser el asesino. Bonito mundo, ¿no?
“Sois todos unos cabrones”
Lautrémont