Hace unos días tomé una decisión difícil e inevitable: renuncié a mi lugar en la Junta Directiva de EPM. Fue difícil porque estaba realmente entusiasmado con la posibilidad de incidir en el manejo de la empresa que se encarga de proveer servicios públicos domiciliarios a una inmensa cantidad de personas y que además entrega cruciales recursos económicos para la ciudad. Y más porque no es frecuente que una voz que defiende los ideales de la economía solidaria tenga cabida en esas instancias gubernamentales.
Fue inevitable porque, precisamente, mi voz no fue escuchada y, por lo tanto, no fue tenida en cuenta frente a importantísimas determinaciones que debieron ser conocidas y aprobadas por la Junta. Acepté ser miembro de la estructura directiva de EPM porque estoy en capacidad de encarnar el papel de defensor de lo público como expresión de lo de todos. Pero a medio camino el Alcalde quiso cambiarme el papel por el de un simple espectador, y con eso comprobé que en realidad no me conoce y que yo creía conocerlo a él. El poder encandila, ya lo sabíamos, y a algunos los enceguece de tal manera que solo pueden avanzar apoyándose en súbditos.
Por eso afirmo, aunque suene pretencioso, que más que renunciar por mí, renuncié por todos. Por todos los que estamos convencidos de que el camino democrático debe pasar siempre por la discusión, el disenso, la contradicción, la diversidad de opiniones, para encontrar soluciones legítimas. Por todos los que creemos que al autoritarismo hay que enfrentarlo desde que asoma las orejas, aunque venga vestido de innovadora oveja. Por nada aceptar el ninguneo.
Los largos años que llevo luchando desde el cooperativismo me han enseñado, tras montones de errores e incoherencias, que cuando uno se decide a ser de todos no puede ser de nadie.
Pero más que hablarles de mi desilusión personal y de la agresión de verme calificado de corrupto por las insinuaciones de quien a la hora de ser elegido contó con mi ayuda —en ese entonces sí honesta—, quiero, mediante una sencilla reflexión, poner la mira en la manera como se hace la política en nuestra sociedad. Principalmente porque todo apunta a que nuestro Alcalde es de aquellos políticos que considera que el fin justifica los medios, y además exhala aires de superioridad. “Para hacer lo correcto no hay que pedir permiso” le escuché predicar para desprestigiar la Junta; es decir, lo correcto es lo que él cree que es correcto y punto, no se le puede discutir.
Muchos nos aconsejan, cuando ocurren estas situaciones tan desagradables, tan contrarias a las aspiraciones colectivas, que no deberíamos meternos en política. Y no es así. Por el contrario, la única manera de mejorar la política es interviniendo en ella, sin descanso, sin desanimarse. Eso quisieran ciertos políticos, que les dejáramos el campo libre.
También hay quienes insisten en que es inútil cualquier intento por elegir un buen gobernante pues no lo hay. Así entonces, tenemos que resignarnos a lo que caiga. Y eso no es cierto. Entre la ciudadanía existen muchas mujeres y hombres con las cualidades, el conocimiento y la sensibilidad necesarias para gobernar limpia y exitosamente. Nuestro deber (el que casi nunca cumplimos) es ayudar a esas personas, acompañarlas, dedicar parte de nuestro tiempo al trabajo organizativo, a la construcción colectiva de un nuevo nosotros, y no actuar solo en el momento electoral; de otro modo, ante nuestros brazos caídos siempre ganarán las empresas electorales, esas alianzas de intereses individuales y de corto alcance que nunca intentarán con seriedad cumplir con los cambios anhelados.
Ya ven, pensando en cómo mejorar la política asimilo este golpe. Vendrán otros políticos a desgarrar la confianza y la esperanza de la gente, pero aquí estaremos para defender de ellos la ciudad. Una y otra vez. Sin que nos tiemble la voz. Unidos en el gran abrazo fraterno que nos propone el poeta César Vallejo: Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos.
Oswaldo León Gómez Castaño
Que pena con usted señor Oswaldo, pero a su historia le falta un pedazo, y muy grande, de casi nueve billones de pesos…