Cambiar el mundo se hace desde mucho lugares. La quinta sinfonía cambió el mundo y también lo hizo el invento de la penicilina y la rebelión de Espartaco, la tesis XI sobre Feuerbach y la revolución de Octubre. Y también un poco antes la capacidad de dominar el fuego con dos palos o unas piedras.
Pero también cambia el mundo hacer bien nuestro trabajo, sonreír cuando atendemos o nos atienden, la ayuda mutua, conducir bien un camión o un taxi, enseñar en un colegio, mantenerlo limpio y poner bien los adjetivos. Cambia el mundo hacer un esfuerzo para entender las cosas y arriesgarnos a dejar de ser niños. Cambia el mundo un arpegio de guitarra, respetar el espacio de los otros y educar a nuestros hijos para que sean personas decentes. Cambiar el mundo no es una tarea sencilla y la primera dificultad consiste en saber dónde poner los esfuerzos. Conviene escuchar la vocación, ese vocare, esa voz que viene de dentro.
Cuidado. Hay gente que no quiere cambiar el mundo, sino que quiere robárselo. Así que una tarea para cambiar el mundo consiste también en romperle los planes a los que quieren robarse el mundo. Algunos lo rompen por malos. Otros por necios. La ambición suele estar amenazada de convertirse en una suma ponderada de maldad y estupidez.
Los partidos parecen estupendos sobre todo cuando están prohibidos. Eso los hace envidiables éticamente, aunque la supervivencia de sus militantes no sea tan sencilla. Los partidos serán una basura pero lo primero que hacen las dictaduras es prohibirlos y lo primero que hacen los banqueros es comprarse uno. El PCE brilló en la clandestinidad. Cuando los partidos pasan a ser un asunto de la cotidianeidad ya no son tan luminosos. Se convierten en un modus vivendi, prima más la defensa corporativa que la verdad, se sacrifica la democracia interna por la eficacia dictada por las cúpulas y se termina pensando de manera que molestes al menor número posible de gente que quieres que te vote.
En el siglo XXI, solo serán interesantes los partidos que quieran ser enteros (que no se olviden de que ya nadie representa a todo el mundo todo el rato) y para eso tendrán que esforzarse por ser poco partidos. Los mentirosos, los aprovechados, los que quieren forrarse o los psicópatas con afanes megalómanos amenazarán siempre a la política y la única vacuna es que la ciudadanía le preste un poco de atención a lo que pasa de la puerta de su casa hacia fuera. Participar es trabajar de más. Y cansa. Pero se lo pones infinitamente más difícil a los que nos pueden arruinar la alegría.
Los partidos tienen un reconocimiento social a la altura de las trabajadoras sexuales. Pero, al tiempo, la ciudadanía les reclama que tengan un comportamiento del cual la propia ciudadanía carece. ¿Quién no tiene desencuentros? Pero nada castiga más a los partidos que la desunión interna. Por eso, los partidos tienen que llenarse de pueblo y estar constantemente entrando y saliendo de las instituciones y las calles. Son tiempos donde lo que funcione será, como le ocurre al cerebro, un espacio de distribución de autoridad y de información. Ninguna neurona puede decir que es la jefa. El secreto está en la suma de las sinapsis. Una buena Secretaría General es la que es capaz de sumar los fragmentos, coser los rotos, premiar el talento y la honestidad y castigar el egoísmo y el abuso. La unidad reclama generosidad y rigor. Dios escribe recto con renglones torcidos. Una parte del trabajo está hecho.