“Así, todos vamos distraídos por el miedo, las masacres y un fanatismo político que aliena las mentes de todos, haciéndonos creer que la pelea es entre nosotros, entre derechas e izquierdas y no entre arribas y abajos, entre comerciantes y estudiantes, y no entre gente buena y gente mala, mientras ellos, un día en la selva y otro en la casa de Nariño, amplían sus tierras con nuestras lágrimas, llenan sus bolsillos con nuestra sangre, compran carros de lujo con nuestras crisis, viajan con nuestros impuestos y luego huyen, dejándonos aquí, sin saber cómo sobrevivir en esta Colombia inviable”
Utilizar la palabra “regreso” como si en algún momento este espacio del planeta haya sido funcional como nación, es un poco cínico de mi parte, sin embargo, hay que aceptar que los cambios que venían surgiendo en nuestra patria amada tras las negociaciones y la firma de la paz eran por demás, esperanzadores.
El turismo colombiano posicionándose como uno de los mejores del mundo, empresas estabilizando economías, vías rurales libres para el crecimiento agropecuario y un lavado del rostro nacional a nivel internacional memorable, Colombia empezaba a ser el país de las gaitas y los tambores, los acordeones, los colores, la innovación y los paisajes únicos.
Aún quienes desconfiamos del proceso de paz, que éramos conscientes de la impunidad que ello traería consigo y que teníamos claro que un perdón general era imposible en este momento histórico, le apostamos a dicha paz y vimos los resultados que se estaba tejiendo a partir de ello.
Pero no pasó mucho tiempo tras el cambio de mandato para que, como si se tratara de un sueño del que nos despiertan en medio del momento más fascinante, nos viéramos envueltos y amenazados por todo aquello que creíamos en camino de extinción, el hedor de las balas, la sangre y la muerte se esparcía de nuevo, como una plaga incontrolable, devorando sueños y esperanzas, minando los pasos de nuestros campesinos, cercando el turismo con barreras de rumores y miedo, era Colombia otra vez, esa que los libros narran como fría y macabra, peligrosa, invivible.
Los noticiarios dejaron de anunciar nuevas tecnologías, nuevos emprendimientos, nuevos paraísos descubiertos para llenar sus páginas de cifras y terror, nadie se salva aquí, muere quien le da la mano al vecino, quien cuida el árbol, quien cuida el rio, quien protege al ave, Quien piensa, quien sueña… Mientras tanto, un gobierno inmóvil, petrificado por su propia ineptitud y ampliando mejor su sagacidad para los negocios oscuros, no se pronuncia al respecto, escudado, protegiéndose del incendio nacional que ha causado.
Sin embargo, a pesar de que tiene muchos beneficios y responsabilidad en ello, más como mafia política que como administradores nacionales, no caeré en la absurda idea de “echarle toda el agua sucia al gobierno” cuando la guerra en este país se vive en todas las escalas sociales, ¿Quién es paraco? ¿Quién es guerrillero? Se vive día a día una batalla estúpida por ver quién es más títere de quien, quien se desvive más por su caudillo, mientras que los bandos armados y violentos del país, de derechas e izquierdas, escudados bajo lemas estúpidos de apoyo a la población, autoproclamándose defensores de las causas justas, perseguidores de violadores y ladrones o protectores de gobiernos fascistas, lo único que hacen es abarrotarse de billetes, drogas y armas con su ilegalidad, a cuestas de la muerte de inocentes.
Así, todos vamos distraídos por el miedo, las masacres y un fanatismo político que aliena las mentes de todos, haciéndonos creer que la pelea es entre nosotros, entre derechas e izquierdas y no entre arribas y abajos, entre comerciantes y estudiantes, y no entre gente buena y gente mala, mientras ellos, un día en la selva y otro en la casa de Nariño, amplían sus tierras con nuestras lágrimas, llenan sus bolsillos con nuestra sangre, compran carros de lujo con nuestras crisis, viajan con nuestros impuestos y luego huyen, dejándonos aquí, sin saber cómo sobrevivir en esta Colombia inviable.
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