Reflexiones para el fin de año

Insistente, sin siquiera advertirlo,
avanza pulso a pulso el inminente  e indómito latir del crono interior y del cíclico
 (Cronos, el dios del tiempo de los antiguos griegos,
aquel que se tragaba a sus propios hijos).
 

…el tiempo se lo traga todo, y también a nosotros.
¡El “hoy”, el “ya! y el “ahora!”, ese instante presente está sucediendo,
pero al mismo tiempo se está yendo para siempre


Quizá el tiempo es una de las certidumbres absolutas de nuestras vidas, obviamente después del hecho de nacer para morir sobre esta tierra. Pues, Heidegger, filósofo fenomenológico advierte que somos seres para la muerte. ¿Y quién podría no admitir esta sentencia existencialista?

Insistente, sin siquiera advertirlo, avanza pulso a pulso el inminente  e indómito latir del crono interior y del cíclico (Cronos, el dios del tiempo de los antiguos griegos, aquel que se tragaba a sus propios hijos); pasa el paisaje que nos distrajo, sus sinuosas o rectas perspectivas, sus verticalidades, sus sensaciones, brillos, nostálgicos olores,…; recorrimos caminos, escalamos y des escalamos nuestros propios abismos; acontece también  aquella muchedumbre en donde nos sumergimos, o de pronto nos encontramos paradójicamente solos entre  los otros; trabajamos, leímos hasta quemar nuestros ojos, festejamos, nos embriagamos de amor y alcohol para olvidarnos de nuestra finitud, nos construimos desde la nada; pensamos en utopías, seguimos ritos que muchas veces no nos han servido de nada; soñamos pues… hay imágenes que vienen y van en nuestra conciencia, recuerdos que queremos olvidar, memoria que levanta  su fundamento, o simplemente  queremos dormir el tiempo, en el tiempo de nuestras vidas…

Ahora, me pregunto también, acaso es el tiempo lo único irremediable de la vida, en donde ciframos todas nuestras expectativas …incluso aquellas que por esencia son ontológicas, y que nos redactan tal como somos, como fuimos y como queremos ser. Sin duda, estimados lectores, el tiempo nos ofrece dentro de un espacio infinito de libertad la posibilidad que nos queramos libres y actuar en libertad. Sartre dice, estamos condenados a ser libres, y esa tesis es más que verdadera. De tal manera, el tiempo no es lo único resoluble de la vida humana, la libertad y el hecho de optar redactan nuestro ser ontológico, aunque estemos cercado por el dolor, la enfermedad y la muerte, la vida y el tiempo siempre por venir, cicatrizan las heridas, alivian el dolor, llenan todo vacío y hacen fluir todo estancamiento, aunque sigamos sin encontrarle respuesta alguna a la realidad.

Sin embargo, para llenar nuestro personalísimo tiempo existencial, esa subjetividad que siempre nos acosa, en el instante presente, sin pasado ni futuro, sin contingencia, tan sólo con la inmanencia profunda de nuestro ser, como una laguna oceánica insondable que siempre está colmada y sin saberse por qué, el evento del fin del año, a muchos nos enmudece, se desordenan nuestros pulsos cardiacos, sudamos más de la cuenta, nos descomponemos, y si no caminamos nerviosos nos volvemos melancólicos, en cambio otros con alegría inusitada se mueven de un lugar a otro, agitan sus extremidades relajándose, conversan más de la cuenta; mientras tanto los teléfonos celulares se confunden en una isócrona de timbres, tonos y alarmas, como si fueran éstas las últimas llamadas que esperamos en vida .,y todo en un bullicio permanente de niños jugando, tronaduras de pólvora lejana, charlas entrecortadas, al choque de copas para el delirio de algunos; la casa se incendia de estrellitas multicolores, serpentinas, reflectores, compases iracundos, y de los fogones estallan los olores más familiares para la ocasión. No obstante, más de algunas lágrimas nos resbalan por las mejillas hasta el pastel que nos servimos, ciertamente para volver a inteligir que la vida tiene mucho de agridulce, y que este acontecimiento particular se puede convertir en una reflexión sobre el paso del tiempo y su irreversible realidad. Nos abrazamos para entendernos en nuestra finitud, y luego de ese instante no queda nada, porque ya se ha ido, transformándose en cosa del pasado.

Y por qué estrenamos nuevamente este espectáculo social, muchas veces ambivalente en lo emocional, si las cero horas del día 31 de diciembre es una hora más, cómo cualquier otra de nuestro reloj temporal. Lo que ocurre, ¡señores lectores!, que existen pocos instantes durante el año calendario que caemos en la cuenta que esa fecha y “ese ahora” puede ser decisivo para muchos proyectos, o simplemente como consumación de todo; e igualmente el tiempo se lo traga todo, y también a nosotros. ¡El “hoy”, el “ya! y el “ahora!”, ese instante presente está sucediendo, pero al mismo tiempo se está yendo para siempre.

El tiempo es indisponible e irreversible, sus dos cualidades absolutas. Por ello, el drama de la vida se da en esta contingencia, no podemos controlar ni disponer, ningún segundo del tiempo, y quizá lo más angustioso que el tiempo pasa acercándonos cada vez más a la encendida muerte, y no poder volver atrás para cambiar el camino que tomamos algún día, pedir perdón a quienes ofendimos, el habernos distraído en cosas superfluas, o simplemente, el habernos jugado como cobardes ante nuestra propia e ineludible libertad de ser y elegir. Porque somos, sin duda, la consecuencia de lo que elegimos.

Podemos creer o no en otra vida mucho mejor que ésta, por supuesto después de la muerte; vivir eternamente en una instancia paralela a ésta, y de modo de eterna vigilancia; pensar que volvemos a un mundo mejor, a la Patria de Dios; suponer que volvemos como en un “eterno retorno”, nuevamente a caminar sobre este mundo. No obstante, el hoy, este preciso momento, este tiempo particular de cada uno, esta certidumbre, este llamado de alarma, esta heterodoxia particular sobre el “sentido común”, en un instante más se transforma en nada, puro humo, pura incertidumbre…

En lo personal, pese a las circunstancias de un cáncer en ciernes, prácticamente condenado a muerte, me siento liviano, sin equipaje superfluo, con tan sólo algunas felices reminiscencias, la virtud de haberme comprendido en mis aciertos y errores, amando sin condiciones y acuestas con mi penitente herida existencial para no olvidar mi condición de ser humano: ese dolor, ese sin sentido, ese vacío, esa falta de algo que no puedo expresar; aquel “real” (Lacan) que, al no poderse simbolizar, nos pasamos la vida buscándole un significado. Y todo, por y para seguir viviendo en este agreste mundo.


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Víctor Henríquez Bustamante

Profesor de Estado en Castellano y Filosofía

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