Decepcionarse después de cuatro años por respaldar a un candidato que no cumplió nada de lo propuesto en campaña es como asimilar que no vamos a morir junto a nuestra última traga. Idealizamos el amor y la política por igual.
Voté por Peñalosa y, en efecto, prometiendo un “cambio radical”, ellos recuperaron Bogotá, pero hoy la capital no es mejor para todos y sigue sin metro. Impopulares pero eficientes. Así se ganan elecciones sin pegar ni un afiche. Solo analítica. “Te amo Bogotá, eres mi cluster”, dirá Enrique cada vez que invierte en Buses de Tránsito Rápido (BTR) que funcionan con diesel, o se gasta la plata en vallas regionalistas que no comunican nada.
El nivel de despilfarro en publicidad es tan descarado que colocan letreros señalando que metros más adelante hay otros iguales señalando lo mismo, y así forran kilómetros de avenidas con el azul institucional. Es la estrategia del bolardo: generar sensación de gobernabilidad colocando inmobiliario innecesario por toda la ciudad. Por eso la capital de Colombia tiene más canecas por habitante que la capital del mundo. Definitivamente no saben invertir en New York. Prefieren expandir las líneas del subway y no innovar reciclando a escala con rellenos sanitarios como Doña Juana. Debería asesorarlos ‘Kikín’.
Yo pensé que para 2020 ya veríamos la primera línea del metro y voté. Creí que no iban a quitar las bicicletas gratuitas y voté. Me tragué el cuento de que la movilidad fluiría y la seguridad iba a mejorar. Por eso voté. Ahora es probable que metan carril exclusivo de TransMilenio por la carrera Séptima y la Avenida Boyacá. Tenaz. Aquí casi ni se respira y nos quieren congestionar. Con nuestro voto, queriéndolo o no, siempre podemos empeorarlo. Hay que adquirir mayor compromiso cuando evaluamos nuestras opciones de aspirantes a la alcaldía porque, al igual que un amor de verano, pueden ilusionarnos pero no redimirnos.
Es difícil reconocer públicamente por quién votamos, por qué lo hicimos, y aceptar lo que causamos. Pero hay que enfrentar cualquier fiasco y tratar de enmendar nuestras acciones. No votar porque “nada va a cambiar” es no querer ser parte del cambio. Aunque se compren elecciones, cuando se manifiesta todo el constituyente primario a favor de una alternativa es posible detener un poco el clientelismo, la burocracia y la corrupción. El pueblo no es cuota de nadie si mantiene independiente su voto. Canjear la administración de la Nación por tejas y tamales solo incrementa la miseria y repite el ciclo de pudrición. Cien mil pesos no rinden cuatro años de gobierno, pero sí alcanzan para sobrevivir el domingo del escrutinio y mandar la conciencia al mismo sumidero en el que nos tienen los mismos. Todo votante inútil dirá sin sonrojarse que por un día lo vale y que entre eso y nada, prefiere la gasolina o los cien mil.
A pesar de que el voto en blanco podría alterar un poco la ecuación, no hay tanta gente promoviéndolo y en contadas excepciones logra superar el umbral de los delfines y los lagartos perpetuados en el poder gracias a la mermelada que aceita sus maquinarias electorales. El punto es que a ese tipo de abstinencia influyente nadie le cree y por eso le gana hasta el voto nulo. Para quien suele hacerlo, es más probable enamorarse y volver a equivocarse que abstenerse de amar y/o votar. Pero es posible que todo pase. Cual espectro político. Justo como acudir cada tanto a depositar nuestra confianza y votos en alguien que tendrá todo el potencial para cumplirnos o defraudarnos. Las cifras tienden hacia la ultraderecha. Fenomenal. Parece que ante la pérdida de la esperanza, ya nadie espera salvadores y por eso avalan tantos anticristos.
Casi un millón de incautos respaldamos que Peñalosa retrasara Bogotá, y diez millones permitieron que Iván Duque, remedando las canas y el acento de Uribe, ganara con su economía naranja y su “paz sí, pero no así”. Con el paso de alimentador de TransMilenio que llevamos es más claro el panorama de Jesús Santrich. Al presidente le quedan tres años para seguir omitiendo su cargo pero todos los gobernadores, alcaldes, ediles, concejales y diputados podemos renovarlos dentro de un mes. Siempre dependerá de nosotros el resultado pero también habrá dinero para que nos de pereza que sea así y, como ‘Ivancito’, ignoremos que tenemos la potestad de hacer algo. ¿Será que nos queda grande el cargo? Lo claro es que no nos remuerde la conciencia porque desde la independencia, con todo lo liberales y conservadores que somos, siempre gana el efecto de la chicha y la lechona.
Más allá de que todos quieran aspirar a un cargo ejecutivo o legislativo y la trashumancia lleve gente a las urnas, es necesario que no siga la abstinencia colectiva que le despeja el camino a las mafias que dilapidan el erario por orden del padrino bancario, el congresista, el hacendado, o el subversivo. Necesitamos representantes transparentes que garanticen que en todos los cuerpos colegiados y despachos haya efectiva participación ciudadana. Necesitamos que vote gente real, porque sino en algunos corregimientos y veredas van a seguir votando los muertos. Para decidir a quién elegir no espere que le entreguen un volante en la calle o le aparezca un banner publicitario en Facebook basado en sus puntos de personalidad -que para manipular son efectivos- porque terminará votando por quien patrocine el algoritmo.
Es imposible enfrentar una tusa sin reconocer que hubo una relación. Por eso reconozco con quién estuve y todo lo que no hizo. Es tan sencillo como que para divorciarse, casarse es prerrequisito. Este burgomaestre no tenía doctorado y mi ex tampoco tenía planes de vida conmigo. Tengo que superarlo y elegir mejor mi próxima vecina porque se acercan nuevamente las elecciones y siempre con una equis podremos hacer algo. A veces es necesario tachar ciertas cosas para que se precipiten las transformaciones. Raye el número que prefiera o marque en blanco pero honre con su voto la constitución.